Las 'paladares', bonsái
"¿En qué se parece una paladar a un bonsái?", pregunta un joven. "Muy fácil, chico", responde otro, "en que no las dejan crecer". El chiste, de moda en La Habana, refleja bastante bien lo que ocurre hoy en Cuba con los restaurantes privados. Acorralados por un sinnúmero de limitaciones -12 sillas, prohibición de vender marisco y ahora también carne y altos impuestos-, los dueños de las paladares parecen condenados a la picaresca y el surrealismo para sobrevivir.El propietario de uno de estos establecimientos -que vende ilegalmente langosta y gambas- cierra la puerta de su casa-restaurante con candado, y cuando vienen los inspectores, se "demora" en abrir para esconder las existencias. Pero hay veces que surgen imponderables. "El otro día llegaron y la cocinera se tuvo que meter dos langostas en los bolsillos porque no dio tiempo a avisar". En otras ocasiones ha sido peor, y ha tenido que pedir a los clientes que se tragasen pronto el enchilado que tenían en el plato.
Con los nuevos impuestos, se acabó la picaresca, pues muchas paladares se verán obligadas a cerrar, a pesar de que el ministro de Turismo, Osmany Cienfuegos, aseguró recientemente que las medidas adoptadas no tienen el objetivo de "asfixiar" estos negocios. "Se trata de que las paladares no ganen en un día lo que un obrero en un mes, y de que no tengan ganancias excesivas, porque no sería justo", afirmó Cienfuegos.
Sin embargo, los perjudicados no piensan lo mismo. "Se han asustado del auge que hemos cogido y ahora nos machacan para que cerremos".
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