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Albania o la realidad despiadada

La dictadura y el dogma comunista han sido sustituidos por la ley de la selva

ENVIADO ESPECIALLa mayor concentración de gasolineras de Europa, más de una veintena en 16 kilómetros, se da en una desierta carretera albanesa que une Shkoder, en el noroeste, con la frontera de Montenegro. Montañas al norte y a oriente, y al oeste el lago Scutari, que Albania comparte con el país vecino. "Hasta hace unos meses, la orilla montenegrina del lago parecía por la noche una gran ciudad, del ir y venir de las barcazas y los camiones. Les vendíamos cada día más de un millón de litros de gasolina, a veces dos y tres millones diarios", explica Dede, metido como todos los demás vecinos del lugar en un contrabando lucrativo que durante tres años les ha permitido vivir en la abundancia.

A través de Albania, Serbia y Montenegro han obtenido desde 1993 buena parte del combustible que les negaba el embargo económico internacional por su instigación de la guerra en Bosnia. "La policía miraba hacia otro lado, sus jefes en la capital y en el Gobierno cobraban. Centenares de camiones cisterna, muchos de ellos comprados por la gente de Koplik y sus alrededores, vertían cada día la gasolina a las barcazas de Montenegro. Incluso en el río Buna, que hace de frontera, se instalaron tubos de 30 metros para pasar el combustible".

Ahora todo se ha acabado. "Algunos de los más ricos viven todavía aquí, otros han comprado por 10.000 dólares (1.280.000 pesetas) un visado para Estados Unidos. La gran mayoría está de brazos cruzados, se quiere ir a Tirana o busca donde emigrar". Para Dede y muchos en Koplik la situación es ahora la misma que en otras partes de Albania, donde el desempleo real, según las fuentes, oscila entre el 35% y el 45%. El dato oficial es del 17%. Tirana es el gran imán para muchos. "Tenemos la desgracia de haber nacido en Albania, pero la suerte de vivir en Tirana", dicen los capitalinos. La ciudad rebosa de albaneses llegados de zonas más pobres con el sueño de instalar un quiosco. El quiosco representa para muchos el ideal de independencia económica. Los hay por miles, en cualquier lugar, incluso junto a los emblemas sacrosantos del comunismo estalinista que rigió el país durante casi medio siglo. Albergan igual un bar que la oficina de un abogado o un taller de televisores. Surgen de la noche a la mañana. "Todos son ilegales", explica el dueño de uno de ellos, "pero nadie quiere pararlo, porque hay mucho dinero en sobornos de por medio". "Como en todo. Lleva años tener teléfono, pero por 150 dólares me lo han instalado en tres semanas".

Con la caída del comunismo en 1991, el país más pobre de Europa ha tenido que afrontar una realidad despiadada, el cierre masivo de sus complejos industriales o mineros, incapaces de sobrevivir a ninguna competencia.

En Lac, al norte de Tirana, yacen los restos de lo que fue la mayor fábrica de fertilizantes del país. El subsuelo de la zona está contaminado por fugas químicas. La degradación ambiental en Albania, no sólo por una industria moribunda, es difícil de describir. La falta de planificación urbana y de control administrativo en los últimos años, unida al asalto de las ciudades por la población rural, ha provocado el colapso de las escasas infraestructuras: no hay depuración de aguas residuales, la polución rampa, la urbanización no existe, las zonas verdes son literalmente devoradas. Agua y electricidad son un lujo ocasional en muchas partes.

Elbasan, 50 kilómetros al sur de la capital, es un buen ejemplo de los dos fenómenos. Uno cualquiera de sus barrios está formado por miserables bloques, gratuitos, de apartamentos de cuatro o cincoplantas. No hay calzadas, ni aceras, ni alcantarillado, ni árboles.

En estos barrios construidos por el régimen caído -"pero entonces"limpios", apunta un vecino- viven los empleados de lo que fue el más importante kombinat siderometalúrgico de Albania. Desde 1991 es un esqueleto metálico de más de dos kilómetros de longitud, a las afueras de la ciudad. La planta de Elbasan envenenó la ciudad y su entorno, pero eso no importaba mucho a los 11.000 obreros a los que daba trabajo.

"Ahora somos alrededor de 1.500 y tenemos una sola línea de producción. Hacemos vigas para la construcción, pero si no nos protegiera el Estado con tarifas aduaneras muy altas habría que cerrar. Nuestros productos, hechos con tecnología china de los años sesenta, no alcanzan ningún estándar de calidad", explica Skerder Vyshka, coordinador de turno. Un hombre sin casco, gafas, botas ni ninguna otra protección dirige hacia un horno de fundición una cubeta de 25 toneladas. Se llama Mihal y lleva 20 años en esto. Gana 8.000 pesetas al mes. "Tengo mujer, que no trabaja, y cuatro hijos pequeños y vivimos en un piso de dos habitaciones, una de ellas el dormitorio". Nunca ha ido a un restaurante, nunca ha salido de vacaciones fuera de Elbasan. Tiene un televisor en blanco y negro y un frigorífico. "Ahora somos más libres, la vida es un poco mejor", dice mirando a su jefe.

Al grupo se incorpora Pellumb, químico de 50 años. Su sueldo es mayor, unas 10.000 pesetas. Habita una casita propia de una planta, con su mujer y tres hijos. Su deseo es poder enviarles a Italia. Hace cinco años que no va al cine, porque ya no hay cine en Albania. Las salas comerciales se han pasado al porno.

Mihal y Pellumb sueñan con conocer Alemania. No se quejan de su suerte. Como la gran mayoría de los tres millones largos de albaneses -una mezcla sin grandes problemas de musulmanes nominales, el 70%, con cristianos ortodoxos, el 20%, y católicos- creen que la caída del régimen de Enver Hoxa ha traído al país un aire nuevo que las generaciones más Jóvenes podrán disfrutar. El lado oscuro del cambio para quienes han cumplido años es que la dictadura y el dogma han sido sustituidos por una ley de la selva para la que no están preparados.

Albania ha sido hasta ayer el país más aislado de Europa, uno de los más impenetrables del mundo. "Por eso la primera obsesión de cualquier albanés es comprarse una antena parabólica", dice satisfecho Altin, un vendedor de Tirana. En pueblos y ciudades, los grandes discos metálicos que permiten entrever el mundo dan a las destartaladas fachadas un aspecto si cabe más surreal. "Antes era Italia lo que se quería ver; ahora lo preferido es lo americano", asegura.

La obsesión por lo estadounidense no se manifiesta solamente en los nombres de los quioscos. Tiene también aspectos políticos esperpénticos en torno a las elecciones parlamentarias de hoy, que el presidente Sali Berisha califica de duelo decisivo entre su partido conservador y el "frente rojo" de los ex comunistas. Por ejemplo, comitivas electorales atravesando las polvorientas carreteras y encabezadas por grandes banderas estadounidenses repartidas por el partido de Berisha, en una versión balcánica de Bienvenido, Mr. Marshall. Los carteles electorales del partido gobernante han sido concebidos en los mismos términos mágicos. Bajo el lema Con nosotros ganan todos, exhiben a una joven madre con su bebé ante una flamante casa ajardinada, una playa bellísima y un Mercedes.

El Mercedes es el coche nacional de un país que sobrevive merced a la ayuda internacional y las remesas de sus 400.000 emigrantes. Mercedes son los taxis, Mercedes eran y son los coches oficiales y Mercedes la mayoría de los automóviles con que uno se cruza en Albania. La explicación la tiene un empleado de la mayor empresa de compraventa del país, junto a Durres, su puerto principal. "El 90% de ellos han sido robados en Alemania, Italia u otras partes. Se falsifica la documentación y entran en Albania pagando aduanas. Un modelo 230 o 240 con cinco o seis anos puede costar, alrededor de 2.500 dólares [unas 300.000 pesetas]".

Hasta hace cinco anos les estuvo prohibido a los Albaneses tener coche. Los Mercedes de los jerarcas transitaban calles y carreteras vacías. La furia del recién llegado hace estragos en forma de conductores suicidas, tráfico sin reglas y sin vías y el uso enfermizo de bocinas y sirenas.

Para los urbanistas privilegiados que ganan en Tirana 25.000 o 30.000 pesetas mensuales los carteles del Partido Democrático tienen algún significado. Ninguno en el norte remoto, en el corazón de las imponentes montañas que lindan con Serbia, la zona más dura del país, de la que procede el ex cardiólogo Berisha.

En el norte profundo de Albania, donde todavía rige el Kanun -un ojo por ojo de venganzas que ensangrienta a familias por generaciones- van disolviéndose las personas, las vías de comunicación, los signos de cualquier orden administrativo. Sólo los búnkeres que construyó Hoxa para defenderse de su enemigo imaginario han llegado hasta estas montañas.

Mujeres cuidan el ganado, mujeres cavan la tierra. "Nosotras somos las que trabajamos en Albania", dice con energía Kola Rexheri mientras siembra su campo en Peza, al sur de Tirana. A ellas sobre todo se debe el éxito de la agricultura, que aporta más del 50% de la riqueza del país. Kola es hermosa, tiene 24 años y tres hijos muy pequeños. "Estoy aquí desde las nueve hasta las doce y vuelvo, después de hacer las cosas en casa, hasta las siete. Tenemos 4.000 metros cuadrados con tomates, judías verdes, maíz, sandías..., vendemos en Tirana lo que producimos". Su marido, policía, gana 7.000 pesetas. En el campo albanés está todavía el 55% de la población. La mujer explica dulcemente que en su casa de tres dormitorios viven 11 personas, incluyendo a sus suegros. El horizonte de Kola acaba a cinco kilómetros de Peza, donde fue una vez con sus padres en unos días libres.

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