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La primera derrota

Joaquín Estefanía

En estos primeros días de Gobierno del PP, que significan la plasmación de su victoria electoral, no todo son alegrías para los conservadores. Al mismo tiempo que ocupan las estructuras del poder político, su mensaje se autolimita intelectualmente y han acabado por aceptar el consenso socialdemócrata y abandonar los rasgos más liberales de su programa. Ésta es su primera derrota: la desfiguración de su discurso principal.No otra cosa es esa cruzada a favor del Estado del bienestar realmente existente -con sus consecuencias en pensiones, desempleo, sanidad, educación, etcétera-, la defensa de la inversión pública o la renuncia a reformar el mercado de trabajo, que tantas veces recuerda a los social-demócratas (o a los democristianos de postguerra). Quizá se han dado cuenta de que no hay otra forma de gobernar un país como España.

La prueba de la sinceridad de sus palabras habrá que comprobarlo en la práctica, pero ésta, desgraciadamente, se da con cuentagotas. Causa perplejidad la lentitud de las medidas de choque; en 1982, un día llegaron los socialistas y al sábado siguiente, con los mercados cerrados y enorme audacia, Miguel Boyer presentaba un plan de ajuste que eliminó la incertidumbre de los mercados: ya se sabía cómo iba a gobernar Felipe González. Ahora no ocurre lo mismo; se suceden las declaraciones, pero siguen sin saberse los datos básicos de la praxis gubernamental. Esto debe ser lo que piensa el gobernador del Banco de España, Luis Angel Rojo, cuando declara que habiendo margen para bajar los tipos de interés, no tomará la decisión hasta que "realmente" no se adopten medidas estabilizadoras.

Este complejo no sólo es detectado en los exteriores del Partido Popular, sino en algunos de los técnicos que sin pertenecer a la estructura orgánica de la calle Génova, han acompañado y, abastecido de ideas durante los últimos tiempos al equipo dirigente del PP, a quien acusan de arrugarse ante las presiones medioambientales y, sobre todo, ante los nacionalistas catalanes. Pujol jamás se ha autocalificado de liberal sino de socialdemócrata, en los tiempos en los que socialdemocracia y socialismo significaban cosas diferentes.

Quien, desde luego, no está dentro de ese consenso socialdemócrata, ampliamente considerado, es el aparato burocrático de la CEOE. Las declaraciones públicas de José María Cuevas son más de confrontación que de acuerdo. La CEOE ha saludado la llegada del PP con alborozo, en una actitud diametralmente opuesta a la que tuvo en 1982, cuando valoró el programa electoral del PSOE en un documento que decía: "Los objetivos más importantes y más duraderos del programa del PSOE coinciden en apoderarse de una serie de estructuras básicas, con lo cual, a pesar del fracaso de su política económica, su permanencia en el poder se hará más irreversible... Se trata de un auténtico objetivo de cambio, pero de cambio en aspectos esenciales de nuestro modelo de sociedad, que lo aproximaría en gran medida a los modelos marxistas de la Europa del Este". Se desconoce que la patronal haya hecho una autocrítica, desmintiéndose de esa barbaridad.

La CEOE ha colocado en el segundo y el tercer nivel de la Administración del Estado -es decir, en las estructuras políticas de la misma- a algunos de sus más sobresalientes asalariados, caso de Cristóbal Montoro, José Folgado o Julio Sánchez Fierro. Repasar lo que han escrito o defendido en el pasado y compararlo con su prudencia actual es otra de las maneras de corroborar que una cosa es sembrar y otra dar trigo.

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