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Fin de la gracia

"La nación", dijo ayer Nelson Mandela, "ha caminado en los últimos días sobre el filo de la navaja". El viejo y sabio combatiente por la libertad volvía a tener razón: si su Congreso Nacional Africano (ANC) y el Partido Nacional de Frederik de Klerk no hubieran alcanzado un acuerdo de última hora sobre la Constitución, Suráfrica habría tenido que celebrar un traumático referéndum sobre la Carta Magna, con su corolario: una fractura definitiva entre la mayoría negra y la minoría blanca, y la muerte del proyecto de Nación del Arco Iris. Pero aunque el acuerdo fue alcanzado y la Constitución aprobada ayer, el pe riodo de gracia de la nueva Suráfrica ha terminado. Desde ayer mismo, la Nación del Arco Iris afronta con terrible crudeza sus fragilidades. Y son muchas: la pobreza de los negros, el miedo de los blancos al porvenir, la violencia de la poderosa minoría zulú, el nivel de criminalidad más alto del mundo, la inquietud sobre la vida que le resta a Mandela "Éste es el renacimiento de una nación, limpia de un pasado horrendo", dijo ayer Mandela al saludar el nacimiento de la Constitución, y no era una hipérbole. El contraste entre ese pasado verdaderamente horrible y el nuevo texto que guía la vida de los surafricanos es impresionante. La Carta Magna es una de las más progresistas del mundo.

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"Curar las divisiones del pasado"

Y sin embargo, el rand volvió a caer ayer frente, al dólar. Esta vez, por la inquietud provocada por la posibilidad de que, el Partido Nacional abandone proximamente el Gobierno (le Unidad Nacional que preside Mandela. Y es que De Klerk interpreta que la Constitución implica un peligro para los blancos al establecer un sistema de rodillo parlamentario de la mayoría, que, por obvias razones demográficas, siempre será negra.

La depreciación del rand no fue sino una más de las que conoce desde hace semanas, en lo que ha sido interpretado como, el final de la luna de miel entre la nueva Suráfrica y los mercados financieros internacionales. Preocupados por rumores sobre la salud de Mandela y desconfiando del nuevo ministro de Finanzas, Trevor Manuel, un miembro del ANC, esos mercados se han lanzado a vender rands. Temen por la continuidad de la ortodoxia en materia de política económica y Financiera practicada en los dos últimos años por Mandela, y, en general, por el porvenir del país.

Suráfrica tiene serios problemas económicos y sociales. El paro afecta a un tercio de la población laboral activa, y no puede ser enjugado por el crecimiento económico. ate se situó en 1995 en el 3,3%, su mejor resultado en siete años, pero los expertos afirman que, para lograr comenzar a reabsorber el desempleo, tendría que ser del 6% o 7%. Los negros, principales víctimas de esta lacra, tienen, además, carencias en materia de vivienda, sanidad, educación e infraestructuras pavorosas de por si, e injustísimas si se comparan con el bienestar de que disfruta la mayoría de los blancos. Y la política de combate del déficit y la inflación seguida hasta ahora por Mandela no ha permitido demasiadas alegrías a la hora de gastar dinero público.

Nelson Mandela sigue siendo el personaje creíble que predica paciencia a los negros y tranquilidad a los blancos. Pero su magia ya no funciona en una zona muy importante del país, la región de Kwazulu-Natal, escenario en los últimos meses de enfrentamientos políticos que han provocado cientos de muertes. Allí quiere imponer su ley el partido zulú Inkhata, que ha boicoteado la aprobación de la Constitución. Hermosa como es, la nueva ley fundamental surafricana nace con un montón de siniestros presagios.

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