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Estrellados contra el muro del norte

El 80% de los ilegales que cruzan a Estados Unidos son devueltos a México en menos de 72 horas

Naiara Galarraga Gortázar

Ninguno de los indocumentados mexicanos que espera desde hace varias horas su oportunidad para cruzar al otro lado se inmuta cuando la patrulla fronteriza estadounidense se detiene frente a ellos. Tan sólo unos metros les separan pero, por el momento, cada uno está en su país. Cuando no haya gringos en la zona, los ilegales saltarán la valla metálica de unos dos metros de altura para iniciar la parte más dura de su aventura hacia el norte en busca del trabajo que no encuentran en México. Comenzará entonces un viaje de varias horas o incluso días para llegar a su destino. La mayoría será detenida al poco tiempo. Según las estadísticas del Colegio de la Frontera Norte, un organismo gubernamental mexicano, más del 80% son devueltos a México en menos de 72 horas. Lo cual no impedirá que repitan el intento.Cada día llegan a la ciudad fronteriza de Tijuana (México) centenares de mexicanos con una única idea: llegar a Estados. Unidos y encontrar un trabajo para mantener a sus familias. Cruz Ernesto Medina tiene muy claro que lo intentará las veces que haga falta para lograr su sueño. Los siete últimos intentos fueron fallidos. Pero tan pronto como se recupere de la rotura de su brazo derecho, consecuencia del atropello de un coche cuando intentó "brincar al norte" la última vez, estará de nuevo junto a la barda buscando el momento en que la migra (policía) baje la guardia. La barda es como los mexicanos denominan a las placas de metal que en 1933 sustituyeron a la alambrada de púas que había hasta entonces. Este muro sólo cubre 40 kilómetros de los 3.200 que tiene la frontera mexico-estadounidense.

Hace un mes, Medina casi lo logró. Llegó caminando hasta San Diego, a 25 kilómetros, y allí, cuando menos se lo esperaba, apareció la policía fronteriza. Héctor también fue detenido en esta ciudad californiana cuando, junto a un sobrino, también ilegal, iba a hacer la compra. Ellos ya llevaban más de un año en Estados Unidos trabajando en un restaurante. Héctor incluso logró traerse hace meses a su mujer y a sus dos hijas desde Cuernavaca.

Cada día alrededor de mil ilegales son devueltos a México a través de las cuatro garitas fronterizas que hay entre San Diego y Tijuana. Santiago, de 19 años, estaba agotado cuando llegó, tras haber caminado durante más de siete horas y pasar después otras tantas horas en un centro de detención. "Éramos más de cien en una habitación donde no había más que unas cuantas bancas de hierro heladísimas, con el frío que teníamos después de andar un buen tramo a través del cerro". Ni el frío ni la falta de sueño y el cansancio le desmoralizarán y esta noche volverá a probar suerte.

El al menos lleva ropa mínimamente abrigada. Muchos de los ilegales, sobre todo los procedentes de los Estados del sur, llegan a la frontera con ropa muy ligera y calzado muy poco adecuado para la odisea. "A veces, ni siquiera van con ropa oscura", comenta un agente de la patrulla fronteriza estadounidense. Es chicano, como muchos de sus compañeros, porque hablar castellano es uno de los requisitos exigidos. Su padre nació en México y él visita la República a menudo, y asegura que si fuera mexicano también cruzaría al otro lado. El Colegio de la Frontera Norte también critica la actitud de muchos mexicanos que culpan del fenómeno migratorio a Estados Unidos, sin reconocer que México no ofrece a muchos de los ciudadanos la posibilidad de trabajar.

El cónsul mexicano en San Diego, Luis Herrera Lasso, asegura que a pesar de la intensificación del control por parte de Estados Unidos, la cantidad de violaciones de derechos humanos por parte de agentes estadounidenses se mantiene estable. En 1995 recogieron 47 denuncias sobre todo de abuso de poder, y en lo que va de este año llevan registradas alrededor de 22. De las acusaciones que realizan los diversos órganos de México pocas prosperan. El año pasado cinco agentes del Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) fueron expulsados por excederse en el uso de la fuerza.

La mayoría de quienes tratan de cruzar ilegalmente la frontera permanecen junto a la valla casi todo el día. Una pequeña parte de ellos se acerca a la casa del Migrante que regenta la orden de los hermanos de San Carlos de Borromeo. "Les damos cama y comida durante varios días para que encuentren trabajo, ahorren y puedan seguir su camino hacia su casa o hacia el norte. Eso ya es su problema", afirma el padre Gianni Ganzolato.

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El negocio del 'pollero'

Los traficantes de ilegales, a quienes suelen llamar polleros o coyotes, llegan a cobrar a los indocumentados desde 300 dólares (unas 37.000 pesetas) por saltar la valla hasta alrededor de 800 dólares por llevarles hasta Los Angeles. El ilegal ve al coyote "como alguien que se burla de la patrulla y le da confianza, ni remotamente los consideran delincuentes", sostiene Jorge Santibáñez, subdirector del Colegio de la Frontera Norte. El responsable del grupo Beta, una policía para proteger a los ilegales que van a la frontera creada por el Gobierno mexicano en 1990, asegura que a menudo los coyotes los tienen varios días prácticamente secuestrados o en casas o chabolas cerca de la valla hasta que deciden cruzarles. "Durante esos días averiguan quién tiene dinero y luego se los señalan a los asaltantes que hay junto a la barda", explica Alejandro Olea, coordinador de este grupo. Pero los polleros y asaltantes no son el único peligro. Diversos organismos no gubernamentales, incluso la comisión mexicana de derechos humanos, vienen denunciando reiteradamente las extorsiones a las que los indocumentados eran sometidos, "por individuos con todo tipo de uniforme oficial".A comienzos de este año el Gobierno de Bill Clinton reforzó el control de la frontera mexicana. Aumentó la cantidad de agentes de 4.000 a 5.000, y efectivos militares de la Guardia Nacional se incorporaron al operativo fronterizo. Pero desde uno y otro lado de la frontera todas las voces coinciden en que los cruces ilegales continuarán.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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