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La nueva izquierda de D'Alema

El PDS pretende superar la herencia comunista y se presenta como un partido socialdemócrata

La consigna está clara; ni ex comunistas, ni antiguos comunistas, ni herederos de nada, ni de nadie. El Partido Democrático de la Izquierda (PDS), que dirige Massimo D'Alema, es un nuevo partido democrático, de orientación socialdemócrata, estilo laborista -de la nueva fórmula Blair- que trata de articular a una gran conjunción de ciudadanos en torno al proceso de reformas que necesita Italia. Pero que sea una consigna no significa que todo lo anterior no sea cierto.Es una consigna porque se ve en las declaraciones de todos sus líderes. Walter Veltroni, probable vicepresidente del Consejo en el Gobierno que va a formar Romano Prodi, es la cara amable, cultural, distinguida del partido y la imagen más adecuada para despejar dudas en cuanto a estirpe. Pero también D'Alema, el gran hombre del aparato, afilado en las respuestas, cortante en las decisiones, se ha esforzado en presentar durante toda la campaña un rostro, si no muelle, sí discretamente afable en su eterna reserva.

D'Alema fue comunista como la mayor parte de los militantes del PDS, pero su partido está desde 1092 en la Internacional Socialista, y ha recibido profusas homologaciones personales. Del líder del laborismo británico, Tony Blair, que es lo más parecido a la señora Thatcher en laborismos, un saludo la semana pasada deseándole el triunfo en las elecciones; una hija de Ted Kennedy -socialdemócrata sólo para los estándares norteamericanos- festejó el lanzamiento de la campaña del Olivo en Milán, como representante del partido demócrata. Y, por si fuera poco, el PDS ha creado la coalición de centro izquierda que ganó el domingo las elecciones, bañándose en el agua bendita de los democristianos, ésos sí que antiguos, como Bianco y el propio Prodi, de liberal-capitalismo, con banqueros como Dini, y de republicanismo liberal, con sólidos próceres como Maccanico.

Por eso, el líder del PDS es sólo hoy capaz de reconocer alguna vinculación entre la veterana idea del compromiso histórico entre católicos demócratas y comunistas y la alianza actual, pero añadiendo que los tiempos han cambiado, y aquella fórmula frustrada correspondía a la época de la guerra fría, y ahora ni estos demócratas son aquéllos, ni aquellos comunistas, estos socialdemócratas.

¿Por qué, entonces, si el marxismo leninismo quedó para siempre en el basurero de la historia, D'Alema necesita a un Prodi y no se propone él mismo a la cabeza del Gobierno?

En una entrevista con EL PAÍS, D'Alema respondía, suponemos que cruzando los dedos de la mano que tenía en el bolsillo, que porque su misión es la de crear ese PSOE para Italia. Si bien no excluye ningún destino para el futuro. Es su dudoso gemelo de revisionismo político, el líder posfascista Gianfranco Fini, quien, también a este diario, trató de ponerle puertas al campo cifrando en de 5 a 15 años el tiempo que derecha e izquierda clásicas habrán de tardar en ofertarse para dirigir el Ejecutivo. "Es un problema simétrico de D'Alema y mío", dice, mirando a homologarse con quien está ya mucho más homologado.

Al lado del primitivismo de papagayo virtual de un Silvio Berlusconi, del deliberado número circense, Daniel en la jaula de los leones, que tanto le gusta al federalista Bossi, de la bondad tenaz de un san bernardo que encontramos en Romano Prodi, D'Alema, si fuera un animal, sería un lince, escurridizo, calculando el momento de saltar y no precipitándose nunca en la acometida. Sus detractores y algunos de sus fascinados acólitos también, le llaman el cobra, pero eso parece excesivo salvo porque tiene siempre la sangre fría.

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En la campaña, D'Alema ha dado buenas pruebas de cómo logra que su partido se adapte a la realidad italiana. Ante la necesidad de hacer que pasara la barrera del 4% el centrismo de Lamberto Dini y, así, segregara escaños en el proporcional para el Olivo se sabe que un número estratégico de votantes del PDS desviaron su sufragio al partido del banquero ingogliando il rospo -tragándose el sapo- Lo que era doblemente apropiado porque sapo, por sus ojos saltones, es el sobrenombre por el que se conoce a Dini.

Massimo D'Alema no será ni siquiera ministro en el Gobierno Prodi. Quiere ser mucho más: el que transubstancie el Olivo en un partido o en una federación permanente de fuerzas sobre la que la nueva izquierda italiana espera un día ejercer directamente el poder. El líder del PDS, hoy con solamente 47 años, espera entonces ser el hombre adecuado, en el momento adecuado, en el lugar adecuado.

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