La vitalidad del viejo prodigio

Volvió a Madrid Falstaff, uno de los milagros de Verdi. Contaba Ernesto Halffter que estando Falla en París e invitado a escuchar a un niño prodigio, cuyo nombre no hace al caso, respondió: "No puedo, tengo que escuchar a un viejo prodigio. Voy a ver Falstaf".Son palabras exactas: el genial ochentón de Verdi que en 188,7 había dado Otello, pone fin a su obra operística en 1893 con Falstaff para asombrar a todos con su fantasía y capacidad renovdora. Madrid conoció Falstaff un año después de la I Guerra Mundial, antes que París, Londres y Nueva York, aunque los hábitos de nuestro público no acabaron de entenderla y don Emilio Castelar suscribiera, una vez mas, algunas vaciedades sobre el tema a las que respondió con violencia el crítico Antonio Peña y Goñi.

La producción presentada en La Zarzuela es la que conocieron en Bilbao hace dos años con dirección escénica de Luis Iturri, musical de Alberto Zedda, escenarios de Carlos Cugat, trajes de Jesús Ruiz y luces de Eduardo Bravo e Iturri.

Para esta ópera se precisa de un protagonista importante y Alfonso Antoniozzi (Viterbo, 1964) demostró serlo en todos los aspectos, incluido uno importante: su renuencia a componer un sir John exagerado y casi caricaturesco como tantas veces se sufre.

Conjunto

Pero no menos que un gran protagonista necesita esta obra un conjunto vocal, instrumental y escénico capaz de evidenciar la fuerte cohesión interna y la ágil expresividad que deciden el talante de esta suerte de homenajes del último Verdi a sus antecesores, hecha tanto desde la sabiduría como desde la imaginación. Con Antoniozzi disfrutamos de la labor del barítono malagueño Carlos Álvarez, siempre en ascenso, que hizo un Ford de alto mérito, como lo alcanzaron Octavio Arévalo (Fenton), Alfonso Echeverría .(Pistola), José Ruiz (Bárdolfo) y Sánchez-Jericó (Dr. Cajus).No anduvo a la zaga el grupo femenino con una deliciosa Alicia encarnada y bien cantada por la húngara Ilona Tokodi, una felicísima Nannetta en la que probó sus dotes la coreana Hyejin Kim y las dos mezzosopranos: la bien prestigiada paduana Lucia Valentini Terrani y la donostiarra Maite Arruabarrena.

Así, entre valores singulares y de conjunto, entre individualidades emergentes y el virtuoso punto medio, se desarrolló la representación guiada con solvencia por el maestro Zedda, un profundo conocedor, capaz de limpiar de adherencias ésta y otras tantas partituras. Muy bien la orquesta y el coro que dirige Antonio Fauró y de sencilla belleza y poética sugerencia los escenanos.

Hay que alabar, de modo especial, el ritmo de la continuidad, la exposición viva y palpitante dé este fabuloso scherzo operístico que es Falstaff y agradecer el que en todo se pusiera claridad y en nada vana retórica. De tal manera, como siempre que asistimos a Falstaff, salimos del teatro un poco más felices. No es poco.