Gabo da una lección a los 'milicos'
Gabriel García Márquez explica ante un auditorio de generales los orígenes de su antimilitarismo
El Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, antimilitarista confeso, desafió a un auditorio completamente militar. El fin: cortar el hielo y crear una comunicación que parecía antes imposible. Después de cuatro horas, los periodistas asistentes salieron con una frase que sirvió de titular en todos los medios: "El presidente Samper tiene en la mano la suerte del país", y los casi 500 uniformados de verde y gorra de plato salieron estrenando sonrisas y con una frase en el bolsillo que les dejó el Nobel de regalo: "Creo que las vidas de todos nosotros serían mejores si cada uno de ustedes llevara siempre un libro en el morral".La idea de enfrentar a civiles y militares, en un país donde la brecha entre los dos es grande, se le ocurrió al general Manuel Bonett, un general un poco salido de la horma. Bautizó su idea con el nombre de Cátedra Colombia. Ya lleva más de tres meses este programa académico organizado por la Escuela Superior de Guerra. El primer antimilitarista confeso en pasar frente a filas fue Antonio Caballero, el más ácido y leído de los comentaristas colombianos. Lo siguió Gabo. Llegó puntual, vestido de gris y azul.
Bastaron 15 minutos para que se rompiera el hielo. Su confesión de por qué su incomunicación atávica con los militares arrancó las primeras sonrisas de aprobación en el auditorio. "La primera vez que oí hablar de los militares", dijo, "fue cuando mi abuelo me hizo un relato escalofriante de lo que entonces se llamó la matanza de las bananeras" (en 1928, durante una huelga, cientos de trabajadores fueron asesinados). Y según palabras del mismo Gabo, tuvieron que pasar muchos años antes de que esta "primera imagen" no sólo empezara a cambiar, sino comenzara a reducirse a sus "justas proporciones". Y confesé que una de sus grandes frustraciones ha sido el no haber podido superar la idea de que las palabras no tienen el mismo significado para él y para los militares.
Y la charla saltó de pronto a la crisis Política que vive el país. Gabriel Puyana, un general retirado, pero muy activo a la hora de opinar, lanzó primero una pulla: "Ojalá se vaya ligero", dijo al referirse al presidente Ernesto Samper, y luego lanzó la pregunta: "Siendo usted maestro de la ficción, ¿cuál sería la respuesta para la presente encrucijada política¿".
Un minuto de silencio. El Nobel, en un gesto que es muy suyo, apoyó los brazos en la mesa, se echó hacia delante y respondió con vez segura y pausada: "Les juro que no se me ocurre qué solución podemos tener para esta situación de ahora si no nos la da el señor presidente de la República. Creo que tiene en la mano la suerte del país". A la respuesta siguieron movimientos inquietos, cruce de miradas y silencio.
Puyana volvió a hablar. Le preguntó a Gabo cuál sería su contribución para que los colombianos "dejemos de matarnos". "Hay que hablar con todo el mundo porque creo que este problema no se resuelve sino hablando". Pero no escondió su pesimismo. La situación en Colombia empeora cada día, dijo. "Todos los problemas que tenemos hoy serían remediables con un cambio radical en la educación. Lo que no creo es que tengamos muy fácilmente la determinación política y el dinero para hacerlo".
Y habló un largo rato sobre la educación represiva, generadora de violencia, que se imparte en el país. "A nuestros hijos sí les gusta ir al colegio, pero al recreo", dijo con ironía. Desde hace tiempo, el Nobel viene insistiendo en un cambio educativo como pilar de un cambio de actitud en esta, Colombia violenta.
Al final el diálogo se sentía fresco, sin tensiones. Se dieron cuenta de que la comunicación era más profunda de lo que todos creían: los generales resultaron grandes conocedores de García Márquez. El libro preferido, El general en su laberinto, que cuenta los últimos días del libertador Simón Bolívar. Y como le ocurre siempre a Gabo en sus charlas, lo difícil fue escapar del tumulto: todos querían un autógrafo.
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