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LA LIBERACIÓN DE ALDAYA

"El camionero que llegó a empresario

José María Aldaya es un convencido en la cruzada antitabaco. Mucha gente le recuerda, antes de su secuestro, repartiendo caramelos a diestro y siniestro en un afán de vencer con el dulzor del azúcar el amargor de la nicotina. Tampoco en sus largos días de soledad y miedo ha cedido a la tentación del tabaco para tratar de combatir la incertidumbre y la angustia.Decía su hijo hace ahora casi un año, cuando aún la esperanza de una rápida liberación no se había apagado: "Mi padre es una persona de temperamento, con genio, pero también es tranquilo. Seguro que allí, en el agujero, estará también dándole vueltas a los problemas y proyectos de la empresa".

Porque es verdad que su empresa, Alditrans, no es lo que pueda decirse el gran negocio. Un amigo suyo, Ricardo Zamacola, se preguntaba en los primeros días del secuestro: "¿Qué dinero se le puede pedir a un camionero que se ha montado dos empresitas familiares y emplea a dos de sus hijos, tres sobrinos y, a veces, a su mujer; que tiene un local en alquiler y el otro en régimen de leasing y créditos avalados con bienes personales".

La empresa Alditrans se fundó en 1981 con un capital de 10 millones de pesetas. Aldaya había comenzado su aventura empresarial al quebrar la sociedad en la que venía trabajando hasta entonces, Mateu & Mateu. Luego fundaría también otra firma de transportes, Ugaldetxo. Ambas sociedades tienen en conjunto una treintena de empleados y disponen de unos 37 vehículos, propiedad de trabajadores que operan en subcontratas.

Aldaya nació hace 54 años en un caserío situado en el barrio donostiarra de Herrera. Trabajó desde muy joven, casi niño, en las tareas del campo y, tras realizar el servicio militar, se compró un destartalado camión Pegaso y comenzó a recorrer España como transportista. No es un patrón al uso. Uno de sus trabajadores decía de él: "José Mari es uno de los nuestros, aunque sea el jefe; un tipo estupendo, muy receptivo, currante como el que más".

Ese carácter de hombre trabajador es algo en lo que coinciden todos los que le conocen. "Podía aparecer por aquí a las siete de la mañana y seguir aquí a las tantas de la noche", contaba una de sus sobrinas, que trabaja en Ugaltexo. Él mismo se diseñó la casa en la que vivía y él mismo la levantó piedra a piedra, trabajando los fines de semana", relataba uno de sus amigos.

Hasta su secuestro, había sido un hombre saludable, optimista, animoso, que siempre buscaba "el lado positivo de las cosas". Ayer, aferrado a la mano de su mujer, saludando sonriente a quienes habían acudido a felicitarle ante su casa, José María Aldaya reflejaba en su rostro, en cada una de las canas surgidas en cada uno de estos últimos 341 días, todo el sufrimiento de lo que un representante de HB había calificado como "arresto [de ETA] para garantizar su economía, para proseguir la lucha". Un arresto que ha hecho caer con un golpe brutal todas las hojas del calendario sobre el cuerpo de Aldaya.

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