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Para llegar a Kolar

Natural de Protivín, en la Bohemia meridional, el artista checo Jirí Kolár (1914) se trasladó con toda su familia, a los ocho años de edad, a la pequeña e industriosa ciudad de Kladno, no lejana de Praga. Todas las biografías de este célebre y discreto caballero, tan malicioso como refinado en todo cuanto toca, comienzan más o menos así. Sin embargo, en la abundante bibliografía kolariana, esa frase inicial, que arriba sigue, suele cerrarse con menor prudencia de la que acabo de emplear aquí: "No lejana de Praga". De acuerdo, ¿pero a cuánto? Y es ahí donde todo, de tan casto y sencillo, se complica un montón. He llegado a leer como seguras tres distancias, distintas y sonantes: la menos arriesgada afirma que "a unos 20 kilórnetros", pero ya la segunda retrocede al tiempo que asciende a 30, mientras que la tercera, nada infiel a la prueba del diez más diez, dice que no, que está a 40. Tratándose de otro autor, sería incluso caritativo achacarle a sus biógrafos (o por lo menos a dos) un arranque desmesurado de pasión por la chapuza infanticida. El problema es que se trata del señor Kolár: un pintor que no pinta, un poeta que dejó de escribir poesía hace la tira de años. Y con él, la verdad, nunca se puede estar seguro de casi nada.¡Menos mal! Porque puede ocurrir que entre, Kladno y Praga se extiendan, con zigzags diferentes entre sí, tres caminos reales... o más. Al igual que es posible que por aquel andar y desandar sea costumbre de la naturaleza corregirse a menudo con memorables corrimientos de tierra. Se trague o no saliva, tal vez la forma menos extravagante de conciliar divergencias tales, consista en no privarse de pensar que es el propio Kolár el inspirador de todas y cada una de esas cifras cambiantes. Porque ni él mismo ha logrado saber jamás a cuánto estaba o está, según los días y según los años, de los lugares en los que ha vivido, por los que ha pasado y con los que ha soñado.

El caso es que, después de 20, 30 ó 40 kilómetros, según, un buen día Jirí Kolár se presentó en Praga. Y contribuyó a la fundación de un movimiento artístico, llamado Grupo 42, dentro del cual él era el único poeta. El desconcertante autor de Partida de nacimiento (1941), para emipezar, y que enseguida va a empezar, también, a tener serios problemas con la censura, que secuestra y destruye las pequeñas ediciones de sus libros a la vez que los juzga decadentes y herméticos. No importa. Escribe diarios íntimos, (Testigo ocular) y prepara un nuevo libro: El hígado de Prometeo. Hasta que la policía secreta (en ese caso, comunista) encuentra el manuscrito de este último, en casa de un amigo del poeta, y su autor es encarcelado. Cuando sale, amnistiado y recién muerto Stalin, vuelve a la carga y descarga del escribir porque sí.

Paralelamente a todo esto, a Kolár ya le ha dado por

hacer collages. Y, censurado en lo escrito, será primero reconocido como artista plástico. Pero él sigue anotando poemas extraños, divertidos y desgarrados, que sólo se harán públicos mucho más tarde. A finales de los años cincuenta, Kolár se cansa de las palabras; todas ellas le parecen impropias para enfrentarse a una "edad inhumana". Y se lanza a aporrear la máquina de escribir como quien no sabe escribir: analfabetogramas. Un ataque de apoplejía, en 1970, se encarga de subrayar, con desmesurada violencia, que Kolár había ido más lejos de lo aconsejable. Tiene, pues, que volver a aprender a hablar, a escribir sin poetizar y a hacer collages con esas cien mil técnicas que han puesto en evidencia su maestría. Pero no vuelve a la poesía escrita, que ahora se está editando en Praga con todos los honores.

Kolár vive en París desde 1980, convertido en un artista internacionalmente consagrado. La semana próxima llegará a Madrid, donde el museo Reina Sofía le dedica una retrospectiva. Habla poco. Pero preguntará por "la señorita Maja" de Goya. Y acaso sea el momento ideal para que nos aclare cuántos kilómetros hay ahora entre Kladno y Praga.

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