Nuevas muertes en el África ignorada
EL PEQUEÑO Estado de Liberia se halla una vez más en vertiginosa escalada hacia la guerra civil. Los enfrentamientos entre grupos rivales han provocado ya numerosos muertos. Y el alto el fuego impuesto por mediación de las tropas de Naciones Unidas parece abocado a la ruptura. Los extranjeros abandonan el país escoltados por fuerzas norteamericanas mientras cunde el pánico entre la población civil. Estamos ante un nuevo episodio de la tragedia africana, que se desarrolla en todo su dramatismo a espaldas del Primer Mundo. Hace tiempo que las sociedades desarrolladas han olvidado aquellas imágenes de horror que manaron de Ruanda y que con cuentagotas siguen llegando de Burundi, donde el genocidio se prepara día a día sin que la comunidad internacional se decida a tomar cartas en el asunto antes de tener un nuevo millón de muertos ante los ojos como ocurrió en el país vecino hace apenas dos años.
Han pasado meses desde que se apagó el último interés por los desmanes de la dictadura nigeriana, que de un tajo descabezó la oposición de los ogoni y liquidó a nueve de sus líderes -entre ellos el escritor Saro Wiwa-, que fueron colgados por poner en cuestión los excesos de la compañía anglo-holandesa Shell en la explotación petrolífera de sus tierras en el delta del Níger.
Es casi imposible encontrar información sobre las guerras que sé libran hoy en un continente que corre el riesgo de quedar al margen del desarrollo. Mientras Asia despierta y el subcontinente latinoamericano, con todos sus traumas, tragedias y dificultades, demuestra vitalidad en la búsqueda de un futuro de desarrollo, África pierde terreno progresivamente y parece, condenada a una miseria sin fin ni esperanza.
Con escasas excepciones, los países africanos han entrado en una vía muerta de la que parecen no poder escapar. Y habría que examinar a fondo en qué medida son los dictadores africanos y sus camarillas los únicos responsables de ese camino sin salida y en qué medida la política económica que de forma implacable impone el Primer Mundo no les aboca a las zonas marginales del sistema. Gobiernos corruptos y represores organizan farsas electorales con el único objetivo de cumplir sobre el papel las condiciones para lograr una ayuda al desarrollo que se queda en los bolsillos de los más poderosos y mejor armados. Una ayuda al desarrollo que muy a menudo sirve tan sólo para mantener o extremar una eterna dependencia. Las Naciones Unidas lanzaron el pasado 15 de marzo un plan para acelerar el desarrollo de África, tratando de concentrar todos los fondos disponibles en la educación y la salud. Son planes a largo plazo para crear esas mínimas estructuras que hacen posible el desarrollo y la ruptura del círculo vicioso de incultura, violencia, hambre y represión.
Pero no bastará para evitar algunas catástrofes que como las de Liberia, Ruanda o Burundi son siempre inminentes cuando no constantes. El hemisferio norte no puede seguir tratando los conflictos africanos como si fueran reyertas de caníbales. Porque la maltratada población de este continente no lo merece. Y porque está ciego quien crea que a la larga el mundo rico podrá vivir ignorando esa ciénaga de miseria e injusticia.
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