El chantaje del Norte
¿Qué persigue Corea del Norte al violar deliberadamente el acuerdo de armisticio de 1953 con las incursiones de sus tropas en la zona desmilitarizada que divide la península a la altura del paralelo 38? ¿La guerra? Desde luego que no. Al elevar la tensión en la zona, los dirigentes de Pyongyang buscan ante todo su propia supervivencia. Al frente del último reducto de la guerra fría, Kim Jong II, hijo y heredero del dictador Kim Il Sung, está jugando con fuego en el polvorín de la península coreana, donde se enfrentan dos países armados hasta los dientes, sin contar con los 37.000 soldados norteamericanos estacionados en el sur. Un acuerdo de armisticio no es un tratado de paz y, en teoría, los protagonistas del conflicto aún están en guerra. No parece fundado que el norte vaya a desencadenar una guerra limitada para desviar la atención de su población sobre sus problemas internos. A pesar de la profunda crisis que sufre Corea del Norte, el régimen comunista todavía controla a una población disciplinada, sin libertad de movimientos y educada en un nacionalismo exacerbado.
La violación del acuerdo de armisticio de 1953 se inscribe más bien en la voluntad de Corea del Norte de forzar a EE UU a entablar negociaciones bilaterales para arbitrar un nuevo mecanismo de seguridad en la península. La República Popular Democrática de Corea es el último régimen estalinista, y está sumida en una práctica bancarrota, agravada por la penuria alimentaría derivada de las inundaciones del pasado verano. En esta situación, el régimen de Pyongyang no tiene más remedio que recurrir a las amenazas para asegurarse la ayuda exterior y el reconocimiento internacional.
Mediante el llamado chantaje nuclear, la amenaza de retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear, Corea del Norte consiguió en octubre de 1994 un acuerdo con Washington para revisar su programa de instalaciones nucleares y sustituirlos por reactores de agua ligera, que comportan menos riesgos de ser utilizados con fines militares. Fue un balón de oxígeno que le garantizó el suministro de energía. Pero el chantaje nuclear le permitió, sobre todo, tratar directamente con EE UU. Esto es lo que busca de nuevo Pyongyang al elevar la tensión en la zona desmilitarizada.
Tras la desintegración de la URSS, Corea del Norte abrió la vía del diálogo con el sur y suscribió en diciembre de 1991 el Acuerdo Intercoreano. Sin embargo, Pyongyang advirtió rápidamente que una aproximación a Seúl implicaba un alto riesgo político: la población norcoreana sigue ignorando las condiciones de vida en el sur.
A comienzos de los noventa, Pyongyang comenzó a cuestionar el acuerdo de 1953 y fue vaciando de contenido sus estructuras de vigilancia. Y en abril de 1994, Pyongyang anunció su retirada definitiva de la Comisión Militar y creó en su lugar la denominada Misión. Militar Norcoreana de Panmunjon, población situada en el centro de la zona desmilitarizada, donde se firmó el armisticio de 1953, y lugar de reunión de la Comisión Militar.
Estados Unidos no reconoce a la Misión Norcoreana, pero en diciembre de 1994 aceptó negociar con ella la repatriación del piloto del helicóptero norteamericano que fue derribado cuando sobrevolaba, según Pyongyapg, el territorio del norte.
Desde entonces, Corea del Norte no ha cejado en su. empeño de sustituir el armisticio por un acuerdo de paz con EE UU. Ahora ha desatado una guerra de nervios en el momento más oportuno. El día 19 se celebrará en Berlín un reunión entre estadounidenses y norcoreanos en relación con la venta de misiles a países de Oriente Próximo por parte de Pyorigyang. Y el presidente norteamericano, Bill Clinton, se entrevistará el día 16 con el presidente surcoreano, Kim Young Sam, en el sur de la península.
La ofensiva diplomática y militar norcoreana en el paralelo 38 coloca a EE UU en una difícil. situación. Washington ya dejó al margen a Seúl en el acuerdo que puso fin al chantaje nuclear. ¿Cómo responderá ahora al nuevo chantaje del norte?
Copyright Le Monde / EL PAÍS.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.