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Apocalípticos e integrados

Joaquín Estefanía

La protagonista, de nombre Patria, descubre al cabo del tiempo que su amante, por el que se ha sacrificado hasta el límite con el objeto de que acabe su novela maestra, tiene escritas al fin trescientas páginas, pero con una sola frase: "Todos me persiguen, no puedo escribir porque todos me persiguen". Ocurre en La nada. cotidiana, de la escritora cubana Zoe Valdés.En economía sucede lo mismo. Se reúne todo tipo de organismos internacionales para dictaminar, una y otra vez, que el único camino es reducir el déficit público. De acuerdo. No habrá pensamiento único (o, si existe, es sólo el eslogan descalificatorio más socorrido de políticos y comunicadores, como decía el pasado viernes en este periódico José Vidal-Beneyto) ni única política económica posible, pero la lucha contra el déficit público se ha convertido en el mínimo común denominador de todos los expertos, una vez decretado el fin de la inflación.

Ni siquiera se discute, como antaño, la composición de ese déficit: en qué se gasta, cómo se ingresa y para qué; en qué condiciones y hasta dónde hay que endeudarse. El déficit en sí mismo es maligno, al margen de recesiones o recuperaciones. No hay ciclos. Francia, por ejemplo, sufre una peligrosa caída y Juppé no ha tornado las medidas tradicionales de alegrar la inversión y el consumo, sino que ha aumentado los impuestos para mejorar los ingresos fiscales y cumplir Maastricht.

Ahora se atornilla el discurso un poco más; no basta con aminorar el déficit, sino que hay que hacerlo de modo rápido y no gradual. El martes coincidían en el mensaje el Instituto Monetario Europeo y el Banco de España (Luis Ángel Rojo, gobernador de este último, es vicepresidente del primero). El IME insistía en la reducción urgente, y no paso a paso, de los déficit de los Quince, y señalaba con el dedo dónde sajar: es insostenible el porcentaje de gasto público con respecto al PIB, de lo que "ya son conscientes no sólo ministros y expertos, sino también la opinión y los agentes sociales"; los grandes problemas están "en los gastos sanitarios y de pensiones".

El Banco de España, habitualmente más prudente, no indicaba en su informe dónde disminuir el gasto (ello corresponde a los políticos, no a los técnicos: aquí es donde hay diferencias e ideologías), pero conducía al PP a un ajuste fiscal duro y rápido, sin esperar al presupuesto de 1997. Para el banco emisor, "el esfuerzo de consolidación fiscal realizado en 1995. fue modesto, dada la dimensión del equilibrio existente, y se centró... en medidas de eficacia transitoria", y "las medidas adoptadas en 1996... no incorporan elementos de reforma que faciliten la necesaria reducción del déficit público".

Al mismo tiempo, se reunían en Francia los ministros de Trabajo del G-7 para analizar el paro en el mundo. Es la segunda reunión de los siete países Más ricos sobre este asunto (la primera fue en Detroit, presidida por Clinton, en 1994). Aquí no hubo más acuerdo que el de adherirse a las directrices manidas: recomendaciones de oficio sobre la necesidad de sanear las finanzas públicas, - flexibilizar el mercado laboral y eliminar trabas al comercio mundial. Lo que se está haciendo desde hace muchos ejercicios sin que ceda el paro, la precariedad o la redistribución negativa de la riqueza. Ni siquiera condenaron descarríos como el trabajo infantil, relativamente frecuente en Asia,- porque "cosas que aparentemente son aberrantes en Occidente forman parte de la cultura tradicional asiática" (según el representante japonés). Llevado al extremo este argumento, tampoco deberíamos inmiscuirnos en la ablación del clítoris que se practica en algunas zonas. En el mundo hay derechos humanos que no son universales, y hay apocalípticos e integrados.

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