La investidura
Los 16 diputados de Convergéncia i Unió votarán la investidura de José María Aznar como presidente del Gobierno dentro de pocos días, según se desprende de los últimos gestos y declaraciones de los dirigentes nacionalistas catalanes. Después de enfriar moderadamente los entusiasmos del Partido Popular sobre los pactos, el portavoz de CiU, Joaquim Molins, apenas ha dejado un resquicio para las dudas al indicar que su coalición debe votar la investidura si quiere cumplir con el compromiso de "ser clave, e incluso para plantar cara, defender los compromisos y obtener cosas".A simple vista podrían interpretarse estas palabras del dirigente nacionalista hasta ahora más reticente al pacto con Aznar como un cambio de chaqueta. Molins, como otros candidatos de CiU, se sentía condicionado por un electorado ante el que había prometido que no apoyaría al PP. La campana electoral había servido precisamente para que aparecieran como incompatibles dos fuerzas que cuentan con muchas probabilidades de alcanzar acuerdos políticos.
Como ahora se comprueba, las elecciones fueron propicias a calentamientos de boca y a compromisos excesivos. Pero la lógica de los resultados no deja márgenes a Pujol y a su coalición para seguir eludiendo el dilema: o da sus votos a Aznar y permite la formación de un Gobierno en minoría, o da pie a una nueva convocatoria electoral. El presidente catalán no tiene, en realidad, más que una salida, por lo que la entrega de sus votos para la investidura es sólo un problema de persuasión de un electorado y sobre todo de unos militantes excitados por los tres últimos años de campañas anticatalanas.
Todas las otras variantes posibles, que las hay, han quedado liquidadas en las cuatro semanas transcurridas desde las elecciones. Nadie, partido o dirigente político, considera razonable buscar una alternativa a la investidura de Aznar, ni nadie tampoco considera digna una fórmula de investidura amañada mediante la argucia de concertar algunas ausencias del hemiciclo.
El PP ha conseguido, y hay que reconocerle el mérito, hacer verdad su deseo inicial de que la única alternativa real sea la formación de un Gobierno presidido por Aznar. Le han ayudado tanto Felipe González como Jordi Pujol, y lo han hecho en medida muy superior a los malos presagios populares sobre el mal estilo previsible en los socialistas el día del relevo en el poder. Los votos del PSOE en el Senado a favor de su nuevo presidente popular, el periodo de gracia concedido al del Congreso o la decisión unánime de que el Rey no abra las Cortes hasta que Aznar este sentado en el banco azul demuestran que todo está transcurriendo dentro de cauces más que normales y civilizados.
Si se ha llegado al punto actual, que es de fragua de un acuerdo de investidura, es por el comportamiento de todos y no únicamente por las virtudes de un vencedor, que al serlo de forma insuticiente no puede cargar con todo el peso ni del éxito ni del fracaso. No sería justo ni realista exigir el mantenimiento de posiciones enquistadas en cada partido, por fidelidad a algunas promesas electorales, al precio de obstaculizar la formación del Gobierno. Y más todavía cuando CiU ha insinuado que su voto afirmativo no será el fruto de un acuerdo político previo ni presupone la seguridad de que luego pactará de formá estable. Muy al contrario: puede haber acuerdo más tarde, una vez formado el Gobierno, pero no se excluye que no lo haya o que se produzca tan sólo el gota a gota de los acuerdos puntuales que caracterizó la anterior legislatura. No podía ser de otro modo, si se quería exigir un mínimo de coherencia entre dos fuerzas políticas que mantienen puntos de vista muy distantes sobre la materia susceptible de pacto y que, en puridad, ni siquiera han empezado a negociar unos acuerdos políticos con pretensiones de solidez.
Hará muy bien CiU en votar la investidura y en situar en términos razonables el precio previo a este apoyo parlamentanio para que el Gobierno arranque. Su trayectoria de fuerza política responsable y con vocación de Estado conducía a que actuara así, aunque las palabras de más de unos y otros permitieran pensar exactamente lo contrario.
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