Las rocas de la discordia
La disputa por la soberanía de algunos islotes pone en peligro la paz desde el Egeo al mar de Japón
En los últimos tiempos y cada vez con mayor frecuencia la disputa por la soberanía de al gunos islotes olvidados está poniendo la numerosos países. al borde de la guerra. Son apenas un puñado de rocas, que saltan a la actualidad como resortes del orgullo de las naciones, ya que el mar siempre ha sido un elemento de subsistencia y también de dominio. Además, sirven de excusa perfecta -son territorios lejanos, poco cono cidos y normalmente deshabitados- para una prueba de fuerza que altere sin demasiados riesgos el equilibrio de poder regional o para lanzar el señuelo de una causa nacional que distraiga de las tensiones internas.Pero hay una razón más práctica como explica Antonio Remiro, catedrático de Derecho Internacional Público en la Autónoma de Madrid. "El interés de los Estados por estos territorios ha crecido desde que el Tratado sobre Derecho del Mar de las Naciones Unidas de 1982 estableció la distinción entre rocas e islas. Las primeras, por muy, deshabitadas que estén, tienen un derecho de soberanía en todo lo que se refiere a recursos y navegación de 12 millas y las- segundas, de 200. De forma que las rocas son un factor muy importante para la delimitación marítima de los Estados".
Por estos motivos, hoy se pueden encontrar potenciales casus belli en todos los continentes. Estos son los más recientes:
MAR ROJO. A mediados del pasado diciembre, las tropas de Firitrea desembarcaron en la isla de Gran Hanish, situada junto a Pequeña Hanish y Jabal Zuqur al norte del estrecho de Bab el Mandeb, entre el Mar Rojo y el golfo de Adén. La invasión fue contestada por Yemen, que reclama sus derechos sobre las islas, y tras unos días de escaramuzas la partida terminó en tablas con unas decenas de bajas.
El archipiélago nunca ha sido atribuido a ningún país por un convenio internacional desde hace más de 70 años. Su última administración correspondió al Imperio Otomano, que construyó los faros que aún hoy día siguen siendo indispensables para el tráfico marítimo y el transporte de millones de barriles de petróleo cada día. Posteriormente, por el Tratado de Lausana de 1923, su responsalbilidad recayó en Italia y Gran Bretaña como principales potencias coloniales en la zona. Tras la II Guerra Mundial, Etiopía, independendiente desde 1942, reivindicó las islas, pero éstas siguieron bajo control británico hasta que en 1967 Londres se retiró de Adén y se las cedió al antiguo Yemen del Sur. Durante su lucha de liberación de Etiopía, los eritreos las utilizaron como bases y en 1993 al ganar la independencia reclamaron su soberanía sobre ellas.
¿Qué busca Eritrea ocupando este archipiélago deshabitado, azotado por el viento, de clima árido, cuya isla mayor apenas supera la extensión de Formentera y cuyo único interés parece materia de ecólogos y geofísicos?
La respuesta apuntada por The Economist parece propia de cualquier aventura de Tintín. Eritrea pretende construir en estas islas en colaboración con B.K. Anderson, un hombre de negocios de Tejas, un complejo hotelero de lujo, en el que el alcohol y la ruleta corran como ya lo hacen en las vecinas islas Dahlak, donde los millonarios árabes se dejan una fortuna que va a parar a las arcas de este joven Estado. Todo esto será posible en 1999 si antes sus ardientes arenas no se han convertido en campo de batalla.
MAR DE CHINA. La soberanía del archipiélago de las Spratly, que recibe su nombre de un cazador de ballenas británico del siglo XIX, es reivindicada por China, Filipinas, Taiwan, Vietnam, Malaisia y el sultanato de Brunei, pero han sido Manila y Pekín quienes han mantenido el duelo a lo1argo de 1995. El archipiélago, un centenar de atolones e islotes, es al parecer rico en petróleo, gas y especies marinas.
Las fricciones entre Filipinas y China han consistido hasta ahora en la ocupación de las islas más próximas a cada país, la construcción de instalaciones militares en ellas, el reforzamiento de guarniciones, la interceptación de barcos y el apresamiento de pescadores extranjeros. Para Remiro este litigio es el más complicado y el más peligroso "por la multilateralidad de reclamaciones que puede inducir al uso de la fuerza".Vietnam y Filipinas han propuesto la desmilitarización de los islotes, conscientes de que no pueden enfrentarse al gigante continental. China prefiere hallar una solución en negociaciones bilaterales, pero la incertidumbre política que reina en Pekín con la desaparición. de Deng Xiaoping desde hace dos años, llena de inquietud a los países ribereños que temen un resurgimiento del nacionalismo chino en vísperas de la devolución de Hong Kong el año que viene y la irrenunciable anexión de Taiwan.
MAR DE JAPÓN O MAR DEL ESTE (como prefiere Seúl que se le denomine). Las relaciones entre Corea del Sur y Japón se agriaron a principios de febrero cuando el ministro de Exteriores nipón, Yukihiko lkeda, exigió al Gobierno de Seúl que parase la construcción de un puerto en lo que Tokio llama Takeshima (isla Bambú) y Seúl, Tokdo (isla Soledad). Ambos países reclaman la soberanía sobre este islote de roca volcánica, de una extensión total inferior a La Toja, rico en pesca y recursos minerales y habitado actualmente por 34 guardacostas y dos civiles, todos ellos surcoreanos.
Seúl sostiene que la isla es suya desde el año 512 pero curiosamente los primeros coreanos no la habitaron hasta mediados de los años cincuenta de este siglo. Japón, cuyos pescadores no la visitaron hasta el siglo XIX, afirma que la isla le pertenece desde 19.05, tras la firma del acuerdo que dio paso a su colonización de la península coreana en 1910. Un dominio que se extendió hasta 1945.
Ambos países pregonan que excluyen el uso de la fuerza pero de momento los dos han establecido una zona económica exclusiva de 200 millas naúticas (350 kilómetros) alrededor de sus costas que incluyen a Takeshima/Tokdo. Y al tiempo que en Seúl se suceden las manifestaciones de protesta contra Tokio, el Ministerio de Defensa surcoreano ha anunciado la realización de maniobras aeronavales en la zona.
MAR EGEO. La histórica rivalidad entre Grecia y Turquía tiene en las 2.000 islas e islotes del Mar Egeo el principal escenario de sus cíclicas crisis. La última tuvo lugar a finales de enero cuando en una operación propagandística Ankara ocupó la isla griega de Imia (Kardak, para los turcos), un islote deshabitado de unos 500 metros cuadrados, situado a más de ocho kilómetros de la costa turca, según Atenas, y a sólo siete, según Turquía. La acción del Gobierno turco -provisional entonces desde las elecciones del 24 de, diciembre que dieron el triunfo a los islamistas- desató el resentimiento popular de Grecia, que estrenaba Ejecutivo tras la dimisión de Andreas Papandreu, contra los turcos y a punto estuvo de llevar a la guerra a ambos, países si no llega a mediar en el último minuto EE UU.
El incidente forma parte un conflicto más amplio, el de la discusión de la plataforma continental del Egeo, en la que se ha encontrado petróleo, si bien hasta ahora en cantidades modestas. El litigio se radicalizó tras la ¡legal ocupación del norte de Chipre por Turquía en 1974.
Grecia, que controla el 43,6% del Mar Egeo, se reserva el derecho a extender la zona de soberanía de sus islas de 6 a 12 millas, pero tal acción sería considerada como casus belli por Turquía, que sólo controla el 7%, las islas de Imroz y Tenedos. El resto está clasificado como aguas internacionales.
Antonio Remiro opina que "los títulos de soberanía sobre las islas por parte griega están bastantes consolidados, pero otra cuestión es la delimitación marítima, que quizá sea excesivamente favorable a Atenas".
Estos pleitos no son tan remotos. Téngase en cuenta que Marruecos no reconoce la soberanía de España sobre la isla de Perejil (corrupción del apellido Pérez Gil), de Alborán, las Alhucemas o Chafarinas ni existe un tratado de delimitación marítima entre ambos países.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.