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Monjes y soldados

La tipología del dirigente comunista fue una subdisciplina cultivada con discreto éxito durante la era staliniana por Deutscher, Koestler, Silone y otros brillantes ex militantes de la III Internacional. José Bergamín, al regreso de su primer exilio americano, solía divertir a sus amigos madrileños del PCE en los comienzos de los sesenta con la afirmación de que los miembros del aparato comunista se dividían en dos categorías básicas: los curas (los teóricos del marxismo-leninismo y vigilantes de la ortodoxia) y los militares (los políticos que tomaban las decisiones y empuñaban, llegado el caso, las armas). Bergamín había sido durante la Guerra Civil compañero de viaje del PCE ("con los comunistas, hasta la muerte, pero ni un paso más", bromeaba desde su condición de escritor católico); en caso de conflicto dentro del PCE, recomendaba a los jóvenes militantes, hay que apoyar a los militares frente a los curas.

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A primera vista, Anguita parece fácilmente encasillable dentro del género eclesial. Al igual que una novelita ejemplarizante del Padre Risco narraba el deslizamiento Paso a paso del protagonista del relato así titulado hacia el garrote vil por su debilidad ante el pecado solitario, el baile agarrado con las señoritas de Rebolledo y los juegos de azar, así el coordinador de IU y secretario general del PCE explica cómo el culto a las religiones bárbaras que sacrifican a los hombres en el altar del mercado, la concupiscencia del poder, el Tratado de Maastricht y el pacto con Pujol han arrastrado al PSOE de Felipe González río abajo de la historia hasta su orilla derecha. La oratoria sagrada de Anguita (tan semejante a los sermones penitenciales de las Siete Palabras y a las pláticas movilizadoras del Rosario de la Aurora) y sus exhortaciones a la regeneración de los socialistas le clasificarían como un cura comunista; la fecha de su ingreso en el PCE, con los treinta ya cumplidos y sólo tres años antes de la muerte de Franco, daría cuenta de su celo apostólico, propio de las vocaciones tardías.

Pero Anguita también recurre a las imágenes bélicas en consonancia con una vieja tradición bolchevique: afirma que las próximas elecciones sólo son "una batalla dentro de la guerra", llama a la sublevación poteinkiniana de la marinería socialista y define a IU como un "cuerpo de élite" que aspira a ejercer el "mando de la lucha" de toda la izquierda. Nieto de guardia civil, hijo de un sargento de carros de combate y aspirante frustrado al ingreso en la Academia de Zaragoza, Anguita también habría podido ser incluido por Bergamín en la categoría de los militares comunistas. Pero tal vez sería más justa una síntesis hegeliana que reuniera las dos almas del secretario general del PCE en la figura compuesta de un capellán castrense.

Las admiraciones de Anguita, falangista temprano antes de ser leninista tardío, apoyarían esa interpretación. Una biografía autorizada suya (José Luis Casas, El último califa, 1990) entrecomilla las palabras pronunciadas en septiembre de 1988 por el ya secretario general del PCE (había sido elegido por el XII Congreso, seis meses antes) sobre José Antonio Primo de Rivera. El "talante liberal personal" del fundador de la Falange, aclara Anguita, le permitió "escaparse por los campos de cierta lírica" de la ideología autoritaria. Las "aportaciones" de José Antonio no incluirían sólo su programa de reforma agraria y nacionalización de la banca, ignoradas después por el franquismo. Sus méritos también serían teóricos: "Supo llegar al problema de España al definirla por carencia, por vacío. Al no poder decir que España era una zona geográfica o un determinado proyecto histórico, dijo: 'España es una unidad de destino en lo universal'. Yo he utilizado ese concepto varias veces. Fue, además, un individuo con una concepción estética de la política y de la muerte". La síntesis del cura y del militar realizada en la figura de Anguita bien pudiera tener sus orígenes, así pues, en el ideal del buen falangista: ser "mitad monje, mitad soldado".

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