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Tribuna:
Tribuna
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Perfil de un chantajista

Fernando Savater

El primer aviso sobre la catadura moral (en su caso, caradura inmoral) de Pablo Sebastián lo tuve cuando me llamó para colaborar en El Independiente, aquel periódico de andadura falaz y final infeliz para todos salvo para quien afanó los cien millones que todo golfo que se precie sabe llevarse de cada naufragio. Por entonces, Javier Pradera y yo éramos las dos incorruptibles lumbreras que a toda costa Pablo Sebastián quería arrebatar a EL PAÍS para enriquecer las páginas de su nuevo diario, es decir para enriquecerse. Como ni Pradera ni yo cedimos a sus halagos de entonces, espontáneamente abyectos como cuanto proviene de ese personaje, nos advirtió que si no colaborábamos "nos meteremos con vosotros". El persuasivo lenguaje de Al Capone vuelven a reinventarlo los caponcillos en cada ocasión en que creen tener vara alta.Pronto tuve ocasión de experimentar personalmente las consecuencias de no haber cedido al chantaje. En el programa que Fernando Tola tenía por entonces en televisión mantuvimos un debate bastante duro Javier Sádaba y yo sobre la violencia terrorista en el País Vasco. La discusión fue importante en su día, porque por primera vez se rompió cierto tabú que desde la intelectualidad de izquierdas, si no justificaba, al menos comprendía y "contextualizaba" la violencia terrorista etarra por sus virtudes anti-sistema. Naturalmente, mi posición en aquella efeméride no dejaba de presentar ciertas obvias incomodidades para mí, que era profesor de la Universidad del País Vasco y convivía diariamente con los protagonistas de un drama del que otros hablaban desde lejos. Pero esas consideraciones no frenaron a Pablo Sebastián, que, con frustración de chantajista que quiere hacer un escarmiento para que otras posibles víctimas no crean poder rebelarse impunemente, publicó un editorial en El Independiente, titulado "La derrota de Savater", donde se me regañaba por haber alzado la voz con una vehemencia que el bribón consideraba de mal gusto. Seguro que si antes hubiera aceptado escribir para él me habría concedido la corona de héroe nacional.

A continuación, tanto Javier Pradera como yo seguimos siendo periódicamente insultados (junto a personas de todo tipo, desde señoras que, por lo visto, se le habían resistido hasta Juan Benet, al que ofendió incluso el día de su muerte, Jesús Polanco o más recientemente Alberto Ruiz Gallardón) en una columna de calumnias a tanto la línea, amparada por los beneficios de la elipsis chistosa y la sacrosanta libertad de expresión, que el golfo apandador firmaba y firma (en El Independiente, en ABC y ahora en El Mundo) como Aurora Pavón. Características técnicas de este escuerzo: la peor de las intenciones aliviada, menos mal, por la nulidad literaria.

Semejantes títeres de cachiporra viven de escupir vitriolo contra todo y contra todos, pero no admiten que nadie se atreva a infligirles el menor rasguño. Como su negocio es amedrentar, no toleran que se les responda, porque eso podría desencadenar una reacción en cadena que zapara su prestigio de matasietes. De modo que la referencia a Pablo Sebastián en mi artículo- Mondo Kane (EL PAÍS, 23 de febrero) ha desatado la bilis del golfo en su página de Aurora Pavón (El Mundo, 25 de febrero). Era de esperar y, por tanto, no cabe hacer mayores aspavientos: sería como quejarse de que un retrete recién usado no oliese a violetas. Pero vean el tono de la invectiva, porque lleva moraleja: "¿Cómo tiene ese pajarraco la desfachatez de dar clase de Ética en la Universidad donde los jóvenes llevan las manos pintadas de blanco de paz? Savater tiene las palmas de blanco cal viva, pero para tapar las manchas de rojo sangre y verde dólar que dejaron, en sus manos trinconas de subvención, los continuos saludos y apretones de sus amigos, los grandes jefes del GAL y la corrupción". Dejemos de lado la majadería sobre la subvención, relleno necesario del calumniador a sueldo que repite su falsilla sabiéndose impune; apartemos también que, aun antes de haberme ganado la reconvención de Pablo Sebastián por mi debate con Sádaba, mi repudio del GAL en otro programa de Tola me había ya valido la patriótica censura de Jiménez Losantos en Diario 16. Pero ¿qué les parece lo de acusar a alguien de tener las manos cubiertas de cal viva y señalarle en su trabajo universitario, una semana después de que en las aulas fuera asesinado otro profesor al que también la maledicencia había inventado culpables complicidades gubernamentales? Pues bien, ahí lo tienen ustedes: caiga quien caiga. Pero no hablemos de revancha de chantajista o de incitación al crimen, porque lo políticamente correcto hoy es llamarlo "periodismo independiente".

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