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46º FESTIVAL DE BERLÍN

Nikita

Es rarísimo que se produzca unanimidad entre los centenares de críticos de cine de todo el mundo que acuden a un festival. En realidad, es buena la disparidad, incluso la discordia entre ellos. Cada uno -incluidos los que se consideran outsiders- representa, lo quiera o no, una tendencia, un estilo o una moda de mirar las cosas, una mentalidad, un interés, una ideología, que proviene de grupos o que es reflejo de ellos. Lo más cercano a lo que ocurre es que sus criterios entremezclan todos y cada uno de estos ingredientes.Pues bien, en la jaula de grillos de los críticos, este gélido febrero en Berlín todos ellos han cantado al unísono, como un coro parroquial perfectamente conjuntado, la misma canción para la misma, película: Pena de muerte es con mucho la mejor de todas. Naturalmente, este cronista no es una excepción y tiene las cosas igual de claras que sus colegas.

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Pero los críticos proponen y Nikita Mijalkov -que es más que Dios, es zar- dispone. El célebre aristócrata y cineasta ruso preside este año el jurado internacional de la Berlinale, y a la probada capacidad seductora de su personalidad se añade en las quinielas de la prensa berlinesa todo tipo de dimes y diretes acerca de lo que puede salir del gusto por la arbitrariedad que, con verdad o sin ella, se le atribuye. "Ese zarista converso es capaz de cargarse Pena de muerte acusándola de comunista. Tiempo al tiempo", vaticinó ayer un colega italiano. No es fácilmente creíble que ocurra tal despropósito, pero, si llega a suceder, Mijalkov cargará con el muerto y se llevará a su dacha de Moscú el mayor pateo que ha conocido la Berlinale, que es muy experta en ellos.

Segunda fila

Luego hay películas que ya suenan, aunque tímidamente, como candidatas a algún premio de segunda fila. La tunecina Un verano en La Goulette, la china El valle del sol, la japonesa La aldea de mis sueños, las británicas Sentido y sensibilidad y Mary Reilly, la polaca Semana Santa, la sueca La belleza de las cosas y la española Éxtasis. Y en éstas y tras de éstas, hay la tira de celuloide morralla. Pero, presidiendo el jurado Nikita, nunca se sabe lo que puede ocurrir. Por primera vez en la Berlinale no hay auténticas quinielas.Y a la unanimidad de los críticos en considerar, sin discusión alguna, que la mejor película es Pena de muerte, se une otro acuerdo: Nikita monta su número, lo que probablemente no es más que una exageración propia de gente irritada y aburrida por tanto celuloide espantoso como el que aquí nos han hecho tragar con embudo. Y también probablemente ganas de que en realidad el cineasta ruso monte de verdad el número y haya por fin algo divertido de qué escribir.

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