"Debe de ser bueno. Lleva cristal"
Comentarios espontáneos del público ante las obras de las cuatro principales exposiciones de arte presentes en Madrid
¿Qué comenta la gente ante una Obra pop de Wesselmann o el sagrado erotismo de Balthus? ¿Qué expresa en voz alta ante las incisivas instalaciones del Grupo Zaj o la luminosidad de Sol Lewitt? Este es un recorrido -oído avizor- por cuatro de las principales exposiciones de arte actualmente en cartelera en Madrid y los comentarios espontáneos del público. Sin filtros ni preguntas.
Sol Lewitt. Sala de las Alhajas. Un matrimonio joven con un niño en brazos se percata enseguida del concepto artístico. Él le dice a ella: "Son paredes pintadas, tía". "¿A, ti te gusta, eh?, ¿a que te gusta?" le pregunta a su hijo. Le contesta algo así como: "Aeeaaaoeaa". Una señora sola se dice a sí misma: "Lo suyo es verlo desde arriba". Desde la última planta del palacete. La colorista obra de Sol Lewitt se extiende por las paredes de las tres plantas del edificio de Caja de Madrid, resaltada por la luminosa mañana que entra por el techo acristalado. Una docena de personas contempla la optimista y seductora geometría de este artista estadounidense de 67 años.
"Pues ayer Manolo venía muy emocionado de ver esto", añade él, el del niño. Ella: "Pues a mí no me gusta". Ya en la parte de arriba, él sigue hablando: "Esto es grafito, te lo juro, tía. Es lápiz, que sí". Deciden hacerse foto con niño posando delante de los dibujos más blancos y desleídos.
La atención de los visitantes se centra en lo poco convencional de la muestra. No son lienzos que perduren, sino dibujos murales plasmados a partir de las directrices del artista. "Esto se destruye, Cuando acabe la exposición se destruye", le cuenta una mujer de unos cuarenta años a tres compañeras de otros tantos. "¿Qué hacen?". "Nada. Pintan de blanco encima, y se acabó Sol Lewitt", aclara una. "Me da pena, me da muchísima pena", concluye otra. Desentrañado el espíritu, se centran en la forma, la técnica: "Es posible que esté hecho con esponja, ni siquiera con pinceles".
La pareja con niño se va. Él le dice a su hijo: "¿Te gustó?"_Le contesta: "Aaeoaeoaa". Un comentario similar al de antes. La verdad es que al niño parece que le ha gustado, por lo risueño de su expresión. Son colores y trazos que puede entender.
Un señor todo vestido de negro sirve de guía a tres señoras de abrigos de piel sintética: "Cuando se acabe la exposición esto se destruye. Quien compra la obra, compra los derechos y la puede reproducir en su casa. Lleva indicaciones de lo que se tiene que hacer. Los croquis, cómo se hace la pintura".
Luego el hombre de negro sale, ya ha visto la exposición muchas veces. Se quedan solas las señoras. Una no se aguanta: "A mí me parece una manera de tirar las obras, porque luego pintan encima". "Es también una filosofía del arte", le responde, filosófica, otra. "Claro, como las fallas de Valencia", acota la tercera.
Retrospectiva de Balthus. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Sábado por la tarde, entrada gratuita, un centenar de personas recorre las dos enormes salas con un centenar de obras del cotizadísimo Balthus (París, 1908), obras con gatos y desnudos femeninos, y algo inquietante en las extrañas composiciones. y posturas forzadas. Muchos padres y madres con hijos e hijas; todo socialmente muy correcto.
Como los títulos de los cuadros están en francés, el comentario es fácil. La mayor parte de la gente se afana en la traducción. La madre le dice a sus dos hijos de unos diez años: "Este se titula Durmiente. Nada más".
Un hombre de unos sesenta años que asiste a clases de pintura en un centro municipal de Moratalaz se encuentra con sir joven profesora. Parece que ha aprendido, porque le dice: "Es muy desigual la obra. Este cuadro de aquí tiene clase, pero le estropea el cristal". Se refiere a Le salon. Una pareja joven se para delante de un desnudo femenino. Él: "Tiene un toque así como oriental". Ella mira y asiente.
Una treceañera le comenta, aguda, a su madre: "Éste debe de ser bueno, porque tiene cristal". "No. Eso depende de la técnica", responde la madre. Otra madre a otro hijo de unos nueve años: "¿A ti te atrae la pintura? ¿Quieres que te compre un cuaderno de dibujo? Tú dímelo". Puede ser el comienzo de una bonita historia. La pequeña de cinco años le hace una observación pictórica a su madre: "Mira, la cabeza y el pelo parecen de verdad. Son como una foto. El resto no".
Algunos son comentarios obvios. Es una táctica habitual de diálogo: contar lo que se ve. Da resultado. Ante el publicitario Le chat de la Mediterranée, que Balthus pintó para la tienda de un amigo, una señora comenta: "Es originalísimo. Mira, del arco iris van saliendo peces, que acaban en el plato del gato". Ante el mismo cuadro, tres señoras de unos cuarenta años -cada una- apuntan: "Es bonito para ilustrar un cuento".
Una joven de unos treinta años lo tiene claro nada más entrar: "Como retratista es fantástico. Fíjate en la sombra en la cara". Otra se muestra más crítica: "Está demasiado centrada la figura, la tenía que haber puesto más hacia un lado, como cuando se hacen fotos".
Zaj 1964-1995. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. En el folleto puede leerse: "Zaj se ha paseado por el panorama artístico español, provocando casi siempre a repulsa radical del público y de la crítica periodística. Reacciones como, 'Zaj no es nada; ni acaso unas cuantas zarandajas soberanamente bobas' han sido una constante en su historia".
La reflexión es perfectamente aplicable al público que visita este repaso a las composiciones -entre absurdas y provocadoras- de un grupo de artistas españoles (Juan Hidalgo, Walter Marchetti, Ramón Barce, Tomás Marco, Esther Ferrer) que se bautizaron como Zaj. Más que palabras, hay muecas de incomprensión, sonrisas y alguna risa. Muchos jóvenes y muchos extranjeros. En total, unos sesenta.
Una sala entera está ocupada por la composición del vía crucis. Cada cruz colgada de la pared va acompañada de una placa con una prohibición: "Prohibido fumar". "Entrada prohibida". "Prohibido poner anuncios"... En medio de la habitación del Reina Sofía, un montón de cruces negras de cartón completan la performance. La señora vigilante, de unos cincuenta años, se dirige al visitante, antes de que abandone la artística instalación, así sin más ni más: "La gracia es que coja una cruz a cuestas y haga el vía crucis". "Hay gente que lo hace y se ríe mucho", añade. Y pone cara de resignación. Otro visitante aconseja: "Léete el cartel, que, si no, no tiene gracia".
Ante otra obra -un montón de revistas pornográficas-, dos chicos franceses le preguntan con sorna a la vigilante: "¿Se puede coger una?". Ante las fotografías de pollas y coños de Juan Hidalgo, sonrisas y risas. Entre las que más se ríen, tres turistas japonesas.
Casi nadie se detiene ante la obra que, en letras marrones sobre una pared blanca, dice: "Sonata coprofágica en dos tiempos. Primer tiempo: comer un poco de mierda. Segundo tiempo: chuparse los dedos". "Es como un gran cachondeo concluye una mujer de unos treinta y cinco, ante tanta polla en posturas diversas y primeros planos. Su amiga añade: "El Juan Hidalgo está mal de la chirimoya. Está sonado. Quien se lo encuentre, que lo compre, pero lo que soy yo...".
La mayor parte del público pasa rápido por otra austera composición. Una silla de madera, con un cartel que dice: "Siéntese en esta silla y espere hasta que la muerte les separe".
Tom Wesselmann. Fundación Juan March. Ante las primeras obras, un señor de unos 45-46-47 años demuestra lo que sabe: "Tenía dos mundos muy claros. Uno muy pop. Y otro matissiano. Y al final logró fundirlos". Otro profundiza menos: "¡Qué bien hechas las uñas!".
Unas treinta personas, sobre todo de 40 a 50 años, se mueven entre las obras de colores compactos y formas publicitarias de Wesselmann, de 64 años, uno de los más genuinos representantes del sabor del pop estadounidense. El nivel de los comentarios es más elevado y concreto que en las otras muestras.
El señor enterado prosigue: "Parece un cartelista de cine. Eso sí que es una boca objeto y una teta objeto".
Tres señoras pasean por la calurosa sala de la Juan March y hablan de sus asuntos. "Yo ya le dije...", y esas cosas. En un inciso, una repara en lo que tiene delante y exclama: "¡Qué colores tan bonitos!". El señor listo: "Son grandes iconos".
Un hombre de bigotes aconseja a su sobrina: "Hay que mirarlos de lejos". Un hombre de unos cincuenta años le explica a su esposa, tras pensárselo y mirárselo dos veces: "El tío está obsesionado con las tetas". Y uno más: "Son como grandes carteles de cine".
Una señora rubia de unos 45 entra en análisis, trance y comparación: "¿Tú viste una exposición de Las Costus en Casa de América? Era mucho peor, pero me lo recuerda".
Un chico: "Tiene mucho parecido con los carteles de películas". Una pareja de vestimenta muy moderna dialoga: "En arte, es malo estar tan ligado a una moda": ella. "Es demasiado obvio": él.
"El cuadro de la teta que han escogido para el póster es horroroso", dice Susana. "Sin embargo, el florero me encanta, me en canta. Decidido: me lo compro". Se lo compró.
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