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46º FESTIVAL DE BERLíN

John Travolta se ha convertido en actor

Excesiva simplificación de Shakespeare en el 'Ricardo III' de Loncraine

ENVIADO ESPECIAL El muchacho flaco y engominado de Fiebre del sábado noche ha venido a la Berlinale a enseñarnos Cómo conquistar Hollywood con pinta de aspirante a cincuentón. La comedia es mala, pero él la sostiene. El ex figurín ha dejado atrás al chulo de discoteca y mira ahora apaciblemente sin hacer posturas: se ha convertido en actor. Por otra parte, abrió la jornada de ayer un inempeorable bodrio australiano y la ambiciosa pero frustrada por su excesiva simplificación de Shakespeare y por su desastroso final Ricardo III realizada por Richard Loncraine.

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Travolta fue un fuego fatuo prefabricado, que se eclipsó con tanta velocidad como salió a relucir. Le pusieron ante una cámara sin saber actuar y sin advertirle que ese trasto se alimenta de carne humana. Le sacaron el poco jugo que tenía dentro y, cuando lo dejaron seco, lo exiliaron a la sombra. De estrella durante dos años pasó a segundón de reparto durante dos décadas. Y como tal actuó, con el desgaste metido en los huesos y la lógica de la supervivencia enfriándole las ganas que le quedaban de demostrar algo a alguien, hace tres años en Pulp-fiction. Los años han dejado atrás su cintura de avispa, sus pantalones brillantes ajustados y con la entrepierna elástica para marcar los matices del paquete, sus camisolas floreadas de gallito neoyorquino, y su sonrisa dentrífica.Cuentan que el inteligente productor y director de la serie televisiva La familia Adams Barry Sonnenfeld vio la película de Quentin Tarantino e intuyó una mina: Travolta había sacado de los palos y del olvido, es decir: del lado cruel y oscuro de su oficio, la apacible y directa forma de mirar de los actores prematuramente cansados, que han pasado demasiado velozmente del exceso de mimo a la paliza diaria.

No debió ser difícil contratarle para ser de nuevo protagonista de una película, y nada menos que mano a mano con el gran Gene Hackman, de Cómo triunfar en Hollywood. Lo malo del asunto es que Sonnenfeld se entusiasmó tanto con la idea que decidió realizarla él mismo, sin pararse a meditar en la enorme distancia que separa dirigir telefilmes y dirigir largometrajes cinematográficos en toda la regla.

Un telefilme

Se colocó detrás de la cámara, comenzó a filmar la trepidante y divertida comedia que tenía en las manos y la convirtió en un torpe y cansino telefilme, que es digerible en la pequeña pantalla (quienes aquí la han visto en vídeo dicen que no está mal), pero que en la pantalla grande se desmorona (quienes la vimos en sala coincidimos en que es insufrible).Por suerte está en la pantalla la mirada zumbona de Travolta convertido en un auténtico actor y dotado -porque sabe combinar sin ruptura cinismo con candor y violencia con ironía- para deducir del esquemático personaje que borda en Pulp-fiction un hermano mayor y con matices. Empeñado en no volver a estrellarse, este cuarentón recién nacido echa cemento en el castillo de naipes y lo sostiene, como el magnífico -a ratos incluso genial- lan McKellen da feroz consistencia al esquema de Ricardo III dirigido -con altibajos que conducen a un final en picado, completamente grotesco- por el británico Richard Loncraine, que propone una audaz, legítima y ambiciosa reducción a su esqueleto de la vasta y sinuosa tragedia de Shakespeare. Pero una cosa es síntesis y otra simplificación; y ésta es la que inutiliza el esfuerzo. Y por enésima vez en una película es el actor quien saca al director las castañas del fuego.

En lo que respecta a la película australiana, dirigida por John Hughes, Lo que yo escribí, más hubiera valido no nombrarla, pues no lo merece. Es un batiburillo de escenas rodadas de forma convencional con imágenes fijas en forma de fumeto o telenovela. Es pretenciosa y completamente vulgar. No se entiende qué hace una película tan impotente ocupando un lugar de lujo en uno de los más lujosos escaparates del cine mundial, quitando un impagable hueco a muchas de muchas partes que merecen que las dé el aire.

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