Enemigo y oponentes
LA CAMPAÑA electoral se abrió oficialmente anoche bajo el impacto de los últimos crímenes de ETA. Muchos de los sindicalistas, juristas, profesores que estos días han opinado en los medios de comunicación sobre el asesinato de Tomás y Valiente, han coincidido en pedir a los políticos una actitud a la vez más firme y más unitaria respecto al terrorismo.Ese emplazamiento no es casual. Siempre fue necesario. Hoy es absolutamente imprescindible. Faltan gestos de los dirigentes de los principales partidos que manifiesten con rotundidad su decisión de supeditar intereses y querellas partidistas al objetivo común de acabar con la amenaza terrorista, más si cabe ahora que ésta se ha extendido al conjunto de los ciudadanos. También se añoran iniciativas que permitan a la gente expresar su propio rechazo de manera unitaria, bajo la bandera de la Constitución corno garantía de los derechos y libertades de todos y cada uno. La idea es que los partidos que compiten en las urnas el 3-M, y la democracia misma, se enfrentan a un enemigo común, el terrorismo y la depravación moral que éste conlleva, y que cualquier otro rasgo de identificación -ideológica o nacional- debe ceder frente a la común condición de demócratas.
Las advertencias sobre los riesgos que corría la democracia que albergaban los últimos escritos de Francisco Tomás y Valiente, ampliamente reproducidos ayer, parecen haber conectado con inquietudes latentes en la ciudadanía: la gente está harta de tanto sectarismo y de tanta querella por asuntos menores. Porque ninguno es mayor que el de defender a los ciudadanos y a su democracia de ese nuevo fascismo representado por las tramas que se amparan tras los pistoleros de ETA; harta de ver por televisión las agresiones que sufren los pacíficos manifestantes por la liberación de Aldaya mientras exegetas de la menudencia. discuten sobre si los carteles de Interior criminalizan a la juventud o si la libertad de expresión ampara a quienes amenazan -"ETA, mátalos"- con palabras que saben no se llevará el viento.
La presencia en el funeral de ayer de representantes de casi todos los partidos y de las diversas instituciones del Estado, incluyendo los presidentes de Euskadi y Cataluña, así como el tono de sus declaraciones, parece indicar una receptividad a esa inquietud ciudadana. La campaña electoral será, en todo caso, la prueba que debe demostrar hasta qué punto los partidos han captado el rechazo que suscita esta guerra de banderías que ha caracterizado sus relaciones en los últimos tiempos. El conflicto político es necesario y legítimo. Pero la prioridad de la defensa del Estado frente a estos nuevos bárbaros debiera estar clara para todos. La campaña servirá también para comprobar en qué medida los políticos han comprendido que la lealtad de los ciudadanos a un determinado partido no es necesariamente incondicional. De momento, el desafiante e impertinente comentario deslizado ayer por Barrionuevo -en el sentido de que ahora podría pedir cuentas a sus acusadores- sólo confirma la confusión de algunos profesionales de la política ante lo que está pasando.
La competición electoral arranca con un claro favorito, el PP, y no se adivinan qué factores podrían invertir esa tendencia. El González de los años ochenta, con sus reflejos y su capacidad para salirse del guión, seguramente habría aceptado un debate con Aznar y Anguita. Ante todo, para demostrar que anteponía el interés por afianzar el hábito democrático de los debates preelectorales a la fórmula de debate que más le conviniera. Pero también para desvelar en el debate el sentido de la alianza negativa que ha unido desde 1993 a sus dos rivales. Esta reacción era improbable, sin embargo, en un candidato que ya consideró que sus compañeros se equivocaron al volver a proponerle. Siga, en todo caso, la discusión y el debate político entre las opciones democráticas que ahora empiezan la campaña. Pero será mejor para toda la sociedad que se eviten los oportunismos temerarios que abren fisuras en un frente que no puede tenerlas: el de la lucha contra el crimen.
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