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A orillas del Estado

Alboraya (Valencia), 27 de diciembre de 1995.

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"Hoy el Estado tiene mala prensa. Tampoco la tienen buena, sino peor, el Gobierno, los partidos y los políticos, porque, cuando sopla el viento del descrédito, con todos, confundidos y revueltos, arrambla. Pagan justos por pecadorés y el resultado, por álgunos previsto y querido, es la debilitación de lo público en -aras de una santa sociedad civil o mercantil, ador.ada por quienes no saben muy bien qué es ni a quién favorecen. cuando la invocan. Menos Estado y más mercado era el titular reciente de una revista de economía, como si, sin aquél, fuera posible éste. Quien ha escrito los párrafos que componen este libro cree en el Estado y no se avergüenza de hacer pública no su fe, pues no se trata de convicciones asumidas más allá de la razón, sino su creencia, en el sentido orteguiano. Del Estado se habla en muchos sentidos, por ejemplo, como aparato de Poder y como comunidad o sociedad política, pretendiéndose tal vez con el uso creciente de esta segunda acepción desde hace unos pocos años sustituir la mención de España o el reconocimiento de su carácter nacional. No soy muy partidario de esta forma de entender qué sea el Estado, pero ahora sólo quiero decir que en ese sentí do todos somos Estado, todos los ciudadanos estamos dentro de él y no a su ribera. Sin embargo, en el primer significado, respecto al Estado como construcción artificial de poder, o como conjunto de instituciones que compone el aparato del poder público" se puede pertenecer o haber pertenecido a él y estar fuera del mismo, a su orilla. Esta última es la situación en la que se han escrito estas páginas. Después de haber vivido desde dentro lo que es el Estado como miembro de una de sus instituciones principales, el Tribunal Constitucional, he permanecido como ciudadano atento a lo que le pasaba, mirándolo desde fuera, pero desde cerca, desde la orilla. Desde ese emplazamiento se oyen los gritos de quienes acusan de todo y. a todos, se ven las caras de los funcionarios,y políticos corruptos, se escuchan las voces melifluas y bien entonadas de financieros con más capital que vergüenza, y se sienten como heridas casi propias los tiros de los ase sinos de ETA. Pero también se percibe cómo el Estado funciona, cómo el sistema encaja errores y crímenes, delitos y faltas, y cómo tiene cabida pára los numerosísimos aciertos que lo Sólo una constituyen, para las muchas cosas bien hechas que los políticos, y, respaldándolos, el pueblo español, han ido acumulando en el lado positivo del balance que muchos se resisten a contabilizar. Desde la orilla cuento bienes y males y calculo que, pese a los excesos y los defectos, el Estado democrático de Derecho de este país nuestro de cada día tiene salud suficiente para encajar todo lo que le han echado unos y otros. Se ha hecho con frecuencia uso excesivo de la libertad de expresión, algunos jueces han desentonado, demasiado políticos se han enriquecido vilmente cediendo a tentaciones de poder y éxito inmediatos, todo eso y más ha sucedido, pero pese a esos y otros males, las instituciones responden y el sistema actúa.Sólo una pesadilla nos amenaza y angustia como enigma cuyas soluciones se desconocen: el terrorismo de ETA. Sólo ese problema nos enrabia y desquicia, porque no sabemos qué hacer con él. La corrupción es mal endémico y generalizado, es una enfermedad propia y ajena, y aunque el hecho de que sea mal de otros no debe consolamos, sí ayudará a resolverlo o por lo menos a combatirlo, conociendo sus raíces comunes y las experiencias de otros. Sólo el problema de ETA es nuestro y sólo nuestro, peculiar y distinto, envenenado y mortífero. El Estado constituido en 1978 funciona en cuando Estado de las autonomías. Con equivocaciones y abusos, hemos tenido que superar una etapa inicial a lo largo de la cual la estructura territorial del Estado ha ido cristalizando. El ordenamiento compuesto entre la Constitución y los estatutos, ninguno de los cuales podría existir sin aquélla, origen jurídico y político de éstos, responde a exigencias generales y se está mostrando eficaz como solución política imaginativa y arriesgada, mejorable a medida que el tiempo pase y las instituciones autonómicas se vayan incorporando a la mentalidad de todos. Sería necio negar los errores del sistema, su improvisación inicial y los desajustes en su funcionamiento. Pero no sería exagerado decir que hoy por hoy es ya irreversible.

Cataluña no es problema para España, sino uno de sus elementos integrantes más vivos. Don Manuel García Pelayo me dijo en una ocasión que a su entender la Constitución de 1978 se había hecho más con la preocupación de conjurar problemas del pasado que para resolver los del futuro. Puede que tuviera razón, pero lo cierto es que, al conjurar muchos de aquéllos, ha facilitado el enfoque de los venideros. Uno de los problemas que lo fueron en 1931 y 1932, fechas de la anterior Constitución y del primer Estatuto de Cataluña, era el catalán. Cataluña como problema. Hoy, en cuanto tal, como cuestión de ser o no ser, puede decirse que ha desaparecido. La integración de Cataluña en el sistema democrático del Estado constitucional de Derecho es pacífica, pues incluso los catalanes que no se consideran españoles y pretenden algún tipo de organización política ajena a la del Estado actual son demócratas y defienden sus ideas con la palabra. El problema vasco sí lo es. Tal vez pudiéramos decir, en cierto sentido, que sobre todo lo es como problema guipuzcoano, pues en ese territorio histórico reside el mayor número de votantes que prestan su apoyo a las inmediaciones de ETA. Pero lo cierto es que la violencia mortal de ETA continúa poniendo a prueba los mecanismos del Estado de Derecho. Tanta sangre y tanta rabia producen sus crímenes que han llegado a provocar vituperables reacciones semejantes que no todos los ciudadanos rechazan. Y ése es el peligro mayor, el riesgo más preocupante de nuestro inmediato futuro. Si políticos, periodistas y policías acatan y cumplen sin fisuras las reglas del Estado de Derecho; si los partidos políticos nacionalistas y democráticos superan indefiniciones y ambigüedades tal vez constitutivas, y si los ciudadanos apoyan sin fisuras la paz y la libertad, el Estado puede ganar el desafio. Por el contrario, si éste es entendido como guerra, como guerra en la que vale todo, que es lo que quiere ETA, se repetirán Si el desafio es recientes experiencias y lo peor será posible.

Por eso y para eso hace falta tener la convicción de que el Estado, este tipo de Estado, puede ganarnos la paz y quitamos el miedo, damos libertad y seguridad y llevarse al reino de la nada el y lo peor terror. Para eso debe servirnos la sera posible creencia en el Esta do, por encima de sus errores, enfermedades y miserias, que también se dan en la esfera de esa sociedad misteriosamente santa desde la que proceden las acusaciones totales e hipócritas, contra el Estado y sus instituciones.He contemplado, pues, al Estado y lo que por él pasaba. El producto de mis cavilaciones, ni profundas ni pretenciosas, son estos textos, la mayoría de los cuales han aparecido bajo la forma de artículos de prensa en EL PAÍS o en La Varguardia Siempre apetece reunir lo efímero en moldes que traten de atraparlo para que no pase, sin transición, desde el presente hasta el olvido. Ya sé que es una pretensión tan vana como vanidosa, pero puesto que he encontrado un editor dispuesto a ofrecerme el vehículo en el que meter ese puñado de artículos y otras cosas, cumplo con agradecérselo muy de corazón, al mismo tiempo que ofrezco al lector curioso y desocupado este libro como resultado. En él he ordenado en grupos aquellos artículos que guardan. entre sí una cierta homogeneidad no buscada en principio, pero advertida a la hora de dar al conjunto una mínima estructura. En estos trabajos, como se vera enseguida, no se trata del Estado en abstracto o de cualquiera de sus formas históricas, sino de uno en particular, el nuestro, concebido como Estado social y democrático de Derecho, según reza el artículo primero de la Constitución. Es su buena salud ló preocupante y de, ella, buena o mala, al filo de la actualidad, se habla aquí, pero !in que se contengan en estas páginas o ras an as crónicas escritas bajo la presión del día a día, sino reflexiones acerca de problemas duraderos que han puesto en riesgo su resistencia, la del Estado y nuestra pacífica y libre convivencia, fin último de aquél. Los políticos se equivocan a veces y áciertan otras, los partidos políticos cometen errores, pero son imprescindibles, y los Gobiernos pueden estar compuestos por unas fuerzas políticas u otras se gún decidan los ciudadanos al juzgar en sucesivas elecciones la actuación, los ofrecimientos y la credibilidad de los partidos y de sus principales líderes. Así de elemental es en el fondo el juego de los mecanismos en virtud de los cuales el poder pasa o puede pasar de unas manos a otras en un Estado democrático. Pero ese núcleo institucional mínimo se complica, porque ni el sistema es sólo eso, ni todo temiina con unas elecciones ganadas o perdidas, ni desde el poder se puede lícitamente hacer cualquier cosa, ni los críticos de lo que se hace tienen siempre razón, ni hay que confundir los errores o incluso los desmanes que se come tan ejerciendo el poder con el sistema democrático, cuyo descrédito se ha procurado en ocasiones di fundir suprimiendo el adjetivo. De todoeso se trata en este pequeño libro. El primero de los artículos aquí incluidos lo escribí a raíz del recibimiento de que fue objeto el presidente del Gobierno, un día de marzo de 1993, en la Universidad Autónoma de Madrid, a la que me había reincorporado en julio del año anterior. Creo que en aquella ocasión se hizo un mal uso de la libertad, no por parte de quienes formularon preguntas incómodas, críticas razonadas o claras censuras al invitado, sino por aquéllos que no le dejaban hablar y habían- decidido reventar el acto con una organización destructiva tan elemental como eficaz y por nadie contrarrestada. Me irritó la escena y lo dije. Empecé desde entonces a escribir de vez en cuando en EL PAÍS, después en La Van-Pasa a la página siguiente

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guardia, también, aunque de otro modo, en Saber Leer, y con esos mimbres he construido este libro. El último artículo escrito, que podría llevar como fecha la del tercer día de Navidad, como decíamos antes, cuando tres había, en Valencia, es el titulado Candideces, dedicado a las Memorias prohibidas de Cándido.

No es fácil evitar en este género de textos ciertas dosis subjetivas, guiños que hace el escritor, movido acaso por mal reprimidos afanes o llevado de la necesidad de ofrecer opiniones personales concernientes a aquello que comenta. El lector dirá si mi personalismo es excesivo, en cuyo caso le presento mis tardías disculpas, o si se ha mantenido dentro de límites tolerables. En todo caso lo que importa no es tanto eso, sino si lo que aquí se reúne aporta o no reflexiones útiles para entender algo de lo que nos ha pasado entre marzo de 1993 y estos días finales de diciembre de 1995 en los que tecleo el prólogo, que, como siempre, es lo último que se escribe de un libro.

De libros se trata también en éste con alguna frecuencia, pero no desde la perspectiva del crítico literario que no soy, sino como lector vicioso acostumbrado a relacionar lo que lee con lo que vive y con problemas de la convivencia presente o reciente. En ocasiones lo leído se refería a problemas como la cultura española entre el 98 y el 36, o la ilusión comunista, o la figura del que suelo llamar general superlativo, o trataba de la moda aún no anticuada de la transición democrática, o versaba sobre temas como el derecho a vivir y a morir. He colocado los textos correspondientes junto a otros artículos emparentados, sin abrir, como pensé en un principio, una especie de sección dedicada a los comentarios librescos.

. Hay aquí, entre los textos escritos para ser impresos, el de una conferencia dedicada a la tolerancia, y que en realidad es el original frustrado por demasiado largo de un segundo artículo que había de seguir al que publiqué en EL PAÍS con el título de Contra algunas formas de tolerancia. Ahora aparecen reunidos los dos formando un pequeño conjunto, como inicialmente los concebí.

En otro grupo van varios artículos sobre personas vivas o muertas, y en él incluyo una nota necrológica, ya antigua, que publiqué en su día en recuerdo de Plácido Fernández Viagas; me gusta verla aquí, como testimonio de que no he olvidado al hombre, como tampoco a Ángel Latorre, con quien, como con Plácido, coincidí en el Constitucional.

La verdad es que nunca he publicado un libro de estas características porque casi nunca, salvo en un breve periodo durante la transición, me había dedicado. a escribir artículos periodísticos sobre la actualidad más o menos pasajera. Salir a la plaza pública siempre impresiona, y ahora quizá más, por motivos personales que carecen de interés para el lector. Si digo que me acojo a su benevolencia no hago falta retórica, sino que formulo un deseo más bien ingenuo, pero sincero, acogiéndome a mi condición de neófito en este oficio, uno entre tantos. Llegado aquí, sólo me queda poner punto final al prólogo, firmarlo y fecharlo, con el ruego al editor de que en la letra impresa mantenga las de la data".

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