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Morir en ayunas

El Ramadán se inició en Argelia un domingo, el 21 de enero, bajo los auspicios de la distensión. El Gobierno había decidido devolver a los ciudadanos sus noches, secuestradas durante cuatro años por el toque de queda, al tiempo que impulsaba un programa de recuperación de los jóvenes airados, extraviados en los vericuetos de la guerrilla integrista, a los que hacía llegar un mensaje de reconciliación o rahma. Mientras el Ejecutivo, presidido por Ahmed Uyahia, desplegaba con meticulosidad esta doble operación, en las discotecas argelinas se bailaba al ritmo de la música dulzona de Cheb Hindy, la última revelación del raí oranés, que canta a su amada y dice estar dispuesto a hacer cualquier locura por ella; incluso romper el pasaporte y quedarse en Argelia. El país parecía encontrarse a sí mismo.

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Las veladas hogareñas del mes sagrado del Ramadán en Argel se convirtieron así en más largas, silenciosas y nostálgicas que nunca. El levantamiento del toque de queda y esa calma aparente que lo envolvía todo, como si fuera un papel de celofán, invitaban a la introspección. Se hacía en aquellos momentos más palpable las ausencias de los que durante estos años de violencia han huido del país o de las entre 30.000 y 50.000 muertos, de uno u otro lado, de esa Argelia ensangrentada y llena de cicatrices.

Pero de pronto estallaron los bombazos. El primero fue en el suburbio-basurero de Baraki, a unos 20 kilómetros al sur de la capital. Una explosión hizo saltar por los aires, momentos antes de la ruptura del ayuno, el minarete de la mezquita de Bachir II Ibrahimi. Los muros de todas las casas se estremecieron con la fuerte detonación, mientras saltaba por los aires el cuerpo de un policía de servicio en un control rutinario cercano al lugar del ataque terrorista. Murió desangrado; aplastado contra un suelo de piedra, cemento y barro.

Ancianos asesinados

Los vecinos empezaron a hurgar entre los escombros de la mezquita mucho antes de que llegaran los equipos de salvamento. Las primeros en ser rescatados fueron los cadáveres de cuatro ancianos, que perdieron la vida bajo el peso de los escombros cuando estaban arrodillados en la sala de oración del templo. En sus bolsillos, junto con la documentación personal, los equipos de rescate encontraron un puñado de dátiles. Murieron en ayunas. Los muertos de Baraki dejaron a todos los argelinos conmocionados, con un sabor agridulce en la boca. Por primera vez, una mezquita popular se convertía en blanco de la violencia integrista. Los cuatro ancianos asesinados se convirtieron en las primeras víctimas de un Ramadán sangriento. Como el de todos los años.

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