Te preguntas , viajero, por qué
Lo miro con incredulidad. El sentimiento de horror vendrá más tarde, cuando salga del edificio de la universidad y pasee por la playa de La Concha y las tripas reaccionen como purgadas por el mar.. Porque soy un profesional, lo miro con incredulidad, trato de poner cara de póquer, de casco azul, de relator de la ONU. El es estudiante de Psicología, es decir, algún día, quizás dentro de dos años, sea ya psicólogo titulado, y en su diván tendrá seres humanos, niños que hablan poco y que se mean por la noche, viejos con el musgo de la melancolía, hombres y mujeres que tienen un gato en el estómago o un murciélago insomne en la cabeza. Es posible incluso que tenga que atenderá una viuda que ha visto cómo su marido y su hija volaban en pedazos por culpa de una bomba. 0 a un joven que vio impotente cómo abatían de un tiro en la nuca a su padre. En todo caso, ¿cuál habrá sido su última lectura? ¿Qué le habrá dicho a la madre esta mañana? ¿Tendrá novia, amor, compañera?Pero no hablamos de lo que ha leído ayer recostado en la cama, ni de la madre, ni del deseo, sino de la muerte. Hablamos de la muerte, de la muerte de los matados por el contencioso. (Las palabras elegidas en los comunicados no mienten y revelan la consideración del asesinato como un trámite en una disputa administrativa y en ' la que el asesino no existe sino como el tampón que pone un sello). Hablamos, en fin, de muertos reales ejecutados no por nadie real, según parece, sino por la mano de hierro del Fatum, elegidos por la ruleta fatídica del contencioso, y aún hablamos, mejor hablo, buscando como tonto compasión, del colmo de la muerte, de la mujer que va a un lavabo de un gran almacén, el chaval que le da una patada. a un paquete en la acera, el barrendero que se detuvo ante, unas hojas secas. Y entonces él, que figura ante mí como portavoz de: un sindicato de estudiantes abertzale, va y sentencia: "La gente también se muere de accidente de tráfico". Quiero creer que la muchacha que le acompaña se ruboriza, o que siente una punzada en la muela del juicio. Pero definitivamente soy yo quien no ' se entera de nada. "O por fumar, también se muere por fumar",. remacha ella.
Esperaba que me hablaran del sacrificio que requiere toda guerra, de los errores lamentables, y de la responsabilidad última del Estado por no negociar. Esperaba un discurso, una lógica, una razón, para contraponer sus antónimos, como espejo al azogue. Podría decirles que no tenían ni idea de, lo de Irlanda (Norte) y Palestina, que allí se camina muy trabajosamente hacia lo que ya consiguió la Euskadi democrática. Que la propia Irlanda (República) alcanzó el autobierno por las urnas y que los combates más feroces fueron después entre hermanos irlandeses. Que, por citar el emblema lingüístico, ese talismán tan querido, la situación del euskera es posiblemente la mejor de la historia desde el tiempo del patriarca Tubal. Que cada disparo es, contraproducente para su propia causa, como cavar un agujero de mierda bajo los pies. Aspiraba, en fin, a una conversación utilitarista, discretamente amoral, desde una equidistancia qué trazara puentes sobre el fango.
Pero ahora, purgado por, el salitre, el cuerpo se resiste al envilecimiento de la narración, a aceptar como parte del juego, profesional, oír y escribir, el chiste siniestro del accidente de tráfico. Las vísceras quieren vomitar desoyendo la cabeza. Haberle dicho, murmuran, la verdad. Que tiene más valor un pescador de Trintxerpe embarcado en el Gran Sol que todo su sindicato junto. Que ha hecho más por Euskal Herría un poema de Gabriel Aresti que todos los comunicados en la historia del llamado MLNV, con o sin Internet. Haberle hablado, dice al fin la voz de las tripas, del significado de la piedad.
No, la solución no es sólo policial ni sólo política. Tampoco quiero devolver la moneda al entrevistado con un mal chiste, aunque p ara ello me bastaría reproducir el titular de una entrevista al cineasta Juanma Bajo Ulloa en la revista de Elkarri: "Nos deberían traer un ejército de psiquiatras". La cuestión de fondo es ajena a lo que puede dar, de sí la política convencional, también la que se balbucea en los comunicados de Herri Batasuna. ¿Podría cualquier conquista, incluida la independencia, reparar el envilecimiento de personas que gritan, frente a los hijos de las víctimas, "¡Una viuda más estas navidades!"? Comprendo que es difícil hacerse un hueco en la historia universal de las burradas, pero tanto empeño, de seguro, no ha de caer en saco roto. He vivido un tiempo en Irlanda y algo así sería impensable en el duro Ulster. Pero quizás esta gente piensa que bien vale vender el alma por un factoide, invertir la maldad en hecho noticiable, renunciar a la piedad por unos minutos en pantalla.
En Horizontes lejanos, el personaje que interpreta James Stewart le ordena a un compañero forajido que no dispare por la espalda a sus rivales. "¿Por qué?", pregunta el otro indignado al tener que frenar la cacería. "No puedo explicártelo si no lo sabes", le responde James.
Es difícil explicar la palabra perdida por algunos en un recoveco del camino. Es difícil explicar en un artículo lo que algunos padres (de casa, escuela, iglesia) no han querido o no han sabido transmitir. Juan Aranzadi, valeroso "custodio del sentido de las palabras" (al modo en que Elias Canetti entendía la misión del escritor), trae muy a propósito una cita de Rousseau, aquello que James Stewart se calló para no romper el ritmo del western. "La naturaleza humana,común a todos los hombres no se manifiesta en la razón, sino en la piedad, en la repugnancia innata a ver sufrir a un semejante".
Hay un estremecedor poema de Jon Juaristi, Spoon River, Euskadi. "Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes y por qué hemos matado tan estúpidamente. Nuestros padres mintieron: eso es todo". No, posiblemente no han mentido más que otros. Pero a algunos se les olvidó contar la primera parte del relato. Allí donde se habla de piedad.
Manuel Rivas es escritor.
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