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Tribuna
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El pan

Si alguien piensa todavía que la comida rápida o la comida basura es un asunto americano y nunca llegará a ocuparnos plenamente puede darse por perdido. En España se espera que sólo la firma McDonald's todavía abra 110 nuevos establecimientos más antes del año 2000.Y no se trata sólo de este país tan manso donde cierran las tabernas sin un quejido. En Francia, donde la cocina nacional es una enseña patriótica los bistrots están cayendo por centenares cada año. El desembarco de las tropas yanquis fue un adelanto de la matanza gastronómica que ha venido después. Muchos de los restaurantes pequeños que ofrecían su distinción particular cierran bajo el asalto de las grandes cadenas. Con el fin de abaratar los costes, la comida se precocina en factorías centralizadas y se distribuye congelada o envasada al vacío para ser calentada en el horno o en, los microondas de las sucursales. Como en la guerra.

El porvenir del sabor nacional se considera tan seriamente invadido que en las escuelas francesas, aparte de enseñarles a los niños qué es un cordon bleu (para defenderse de la hamburguesa) se les instruye sobre la diferencia entre el pan bueno y el pan malo. Al bueno se le oye crujir acercándolo al oído, como se escucha al mar en las caracolas, dicen.

Los franceses aman su cultura y la defienden contra lo que es peor. Batallan por ella en las películas, en la música, en la televisión. Hacen por resistir conscientes de lo mucho que la vida absoluta pierde en nombre del precepto mercantil. Lo mismo necesita sentir toda Europa. Bajo la regla del beneficio rápido vence el mal rápido. Y no se trata ya y tan sólo de la: secreta manipulación imperialista de la conciencia como se temía antes, sino de cosas de comer y de su indeseable copulación a cargo del bujarrón forastero, boca a boca.

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