La tecnología, el otro pesimismo europeo
Los accionistas (Siemens, Bull e ICL) han decidido, en Múnich, el cierre súbito de las actividades de investigación del ECRC (European Computer-Industry Research Centre), un centro presentado en 1984, bajo el mecenazgo de la entonces CEE, como una de las referencias de la política europea en el sector de la tecnologías de la información (TI). Las razones de esta decisión se relacionan con la no consecución de sus objetivos iniciales: mejorar nuestra competitividad en el mercado de las TI, complementar el trabajo del resto de centros nacionales e internacionales, dotar a la industria de nuevas herramientas y aconsejar a la CEE sobre grandes estrategias.Para ello, durante estos años, el ECRC ha contado con una parte significativa de los presupuestos billonarios dirigidos a las TI en los programas de la UE. Este final es una prueba más tanto de la actual incapacidad de la UE para permanecer en el mercado de lo digital como de su insolvencia técnica para dominar el desarrollo de las TI. Esta realidad puede enmarcarse con sólo tres constataciones:
1. Europa no está en el mercado de los chips (microprocesadores), lo que significa, por ejemplo, que no tenemos capacidad para competir -en precio y prestaciones- con el Pentium o cualquiera de sus competidores estadounidenses o japoneses, que disfrutan de la situación europea.
2. La industria informática europea, si es que alguna vez existió, está en estado crítico (constate el lector la presencia europea, si alguna, en sus propios hardware y software habituales).
3. España y otros paíes no tuvieron otra alternativa que sincronizar sus políticas de I + D con las iniciativas de Bruselas, y lo han hecho de forma sincera y entusiasta. Sin embargo, la Comisión no ha sabido estar a la altura de las circunstancias (el final del ECRC es un ejemplo más). Oscilar -sin criterio ni previsión- entre el proteccionismo y el libre mercado, ejercer una eurocracia, tan alejada de la creación de riqueza como poco acostumbrada a rendir cuentas, carecer de alternativas frente a los ministros nacionales del ramo y un cierto despilfarro económico han definido hasta ahora este modelo europeo de las TI.
Quizás parezca exagerado descargar todas las responsabilidades sobre Bruselas; sin embargo, no lo es -resultados mandan- pedir urgentemente tanto las dimisiones correspondientes como el inicio del debate sobre nuestro futuro. Paradójicamente, ello supone desprenderse del euroescepticismo al uso (tipo Reino Unido, dispuesto a asumir una gran cuota de sucursalismo tecnológico estadounidense) a favor del más Europa, con fuertes dosis, eso sí, de autocrítica, solidaridad y realismo. Una UE con nuevas ideas y personas, alejada de la cultura Feder, es el único pivote razonable para que las TI tengan un futuro científico e industrial, si no brillante, al, menos razonable.
Algunas ideas pueden apuntarse para este debate: asumiendo la carencia de liderazgo en las tecnologías básicas, pensemos qué tipos de aplicaciones podemos desarrollar a partir de nuestras capacidades intelectuales; perdido ya el gran mercado de los procesadores de uso masivo, analicemos las posibilidades que tengamos en el campo del diseño de los VLSI para usos específicos; decidamos cuánto software puede y debe ser reescrito como alternativa a la escalabilidad que practica el modelo Microsoft, que acaba ganando el mercado con productos llenos de agujeros, y, ya que las universidades de EE UU estuvieron en primera línea de la revolución de lo digital mientras las europeas se limitaban a crear popes teóricos y a formar técnicos sin conseguir la correspondiente creación de riqueza, repensemos cuál es el papel de los académicos en el futuro.
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