Barbara Hendricks: "Al oír la música elijo comportarme de forma humilde"
La célebre soprano estadounidense canta mañana en la Zarzuela
"La gente prefiere a las divas que se prestan al artificio, pero yo no soy así. Se me dio un talento y ante la música elijo la humildad", dice Barbara Hendricks, nacida en Kansas hace 42 años. Además de estar considerada entre las mejores recitalistas de su generación, es una de las primeras voces de la ópera actual. Mañana, lunes, actúa en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.Herbert von Karajan la comparó a la Callas: "Decía que los colores de mi voz", recuerda, "eran los mismos que los de ella. Él me enseñó a tener fe en mi voz y me dio ánimos desde el principio". La voz de Hendrix, capaz de ir de Schubert a Gershwin o al jazz, se ha oído poco en España. Dará un único recital en el teatro de la Zarzuela con el pianista que la acompaña siempre, el sueco S. Scheja, con un programa ecléctico: Schubert, Wolf, Debussy y Montsalvatge.
Bárbara Hendricks es una mujer con el don de la sencillez. Desde, hace seis años alterna su carrera de soprano con la de embajadora del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). "Para mí", dice, "son dos colores del mismo cuadro. A través dé la música y la labor humanitaria trato de comunicarme con la voz humana". Y añade: "La música me alimenta". Casada con su agente, el sueco Martin Ergstrom, tiene dos hijos con quienes vive en su casa, de Montreux.
Hendricks comenzó estudiando, química y matemáticas en Nebraska, y a los 20 años empezó a estudiar canto en la Juilliard School de Nueva York, con Jennie Tourel, quien influyó decisivamente su carrera. "Entré en Juilliard", cuenta, "sin saber la clave de sol. Tourel fue más que profesora de música. Me dio el ejemplo de lo que debía ser una artista: una humanista que debe conocer todo de Mozart, pero también, de Picasso o de Béjart; no puede limitarse a su campo. Hacer música es algo más que mostrar una bonita voz".
"La música", continúa, "fue siempre parte natural de mi vida. Mi padre era pastor metodista. Siempre canté jazz en la iglesia, por place placer del servicio religioso. Éramos pobres y negros. Cuando tenía 20 años, un abogado me oyó cantar y me ofreció una posibilidad de estudiar. Y así descubrí el universo de la música clásica, que desconocía".
Su camino no ha sido el de una cantante al uso. Cuando empezó le decían "no hagas recitale!", pero hoy más del 50% de su, trabajo son recitales como el de la Zarzuela. "Los agentes y amigos me señalaban", recuerda, "que era difícil empezar como recitalista y preferible hacerlo como cantante de ópera. Argüían que el público no está interesado en los recitales, pero he comprobado que no es cierto. Siempre he luchado por ser yo misma, más rebelde que obediente. Cuando murió mi profesora, hace 20 años, y empezaba mi vida profesional, los recitales me permitieron cuidar mi voz por mí misma sin estar expuesta a la demanda de las grandes casas de opera ni a los conciertos de las grandes orquestas. Con los recitales, además de controlar mi voz, soy la única responsable de lo que hago".
"Me gusta hacer ópera", continúa, "pero requiere más tiempo. Sólo canto ópera cuando se dan las circunstancias, el tiempo y la paciencia para que sea algo creativo.
No busco al público; no canto para él. Estoy en el escenario para servir al arte". Sin embargo, añade: "La música pertenece a todo el mundo: es la herencia de la humanidad. Debería ser más accesible. El elitismo de la ópera es artificial. No necesito un público con educación en música clásica, sino alguien con quien conectar. Cada vez que salgo a cantar, tengo la esperanza de que el público sienta la divinidad de la música. Sea cual sea la música que canto, siento su carácter sagrado".
Babelia
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