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Cinco policías que cobraron 37.000 pesetas fusilan a un asesino en Utah

"Uno, dos, tres". A continuación, los estampidos de cinco disparos. En la madrugada de ayer (hora española), John Alhert Taylor, de 36 años, murió de cuatro balazos en la zona del corazón. Fue condenado por la violación y asesinato de una niña de 11 años, Carla king, en 1989. "Mi hija estaba viva mientras él la violaba y la estrangulaba", ha dicho su madre. "A él ni siquiera le dará tiempo a escuchar el sonido de los disparos". Ha sido el primer fusilamiento desde 1977.Un círculo blanco sobre el uniforme azul, ayudó a hacer puntería a cinco policías voluntarios, que cobraron 300 dólares (37.000 pesetas) por la tarea. Uno de ellos, no se sabe cuál, disparó una bala de fogueo. "Fue todo como un reloj, exactamente como lo habíamos ensayado", aseguró Hank Galetka, funcionario de la prisión de Point of the Mountain (Utah).

John Taylor ha sido el primer ejecutado por un pelotón (te fusilamiento en EE UU desde 1977. Podía elegir entre el' fusilamiento y la inyección letal, y pensó que la primera opción supondría un motivo de embarazo para las autoridades. Los sondeos de la población de Utah y el elevado número de voluntarios para el pelotón desmienten su creencia. Los únicos impresionados fueron los testigos de la ejecución. El periodista Kevin Stanfield aún se estremece al recordar el brusco movimiento hacia arriba del pecho de Taylor: "No me arrepiento de haber estado, pero no volveré a hacerlo".

Tras la ejecución, los testigos escucharon las últimas palabras de Taylor, grabadas en una cinta: "Me gustaría decir a mi familia y a mis amigos como estaba escrito en el poema: recordadme, pero dejadme ir". Taylor había pasado sus últimas horas rezando y can tando himnos con un sacerdote católico. Después cenó pizza con un tío suyo. Al filo de la medianoche, hora de la ejecución, estaba sentado, rígido, y lloraba. Los guardianes fueron a su celda, le esposaron manos y tobillos y le condujeron a la ámara de ejecución. Se sentó en una silla de madera y metal afianzada con sacos de arena cubiertos por plástico. Le vendaron los ojos y le amarraron con correas por los hombros, las muñecas y las piernas. "Sus ojos se movían a un lado y a otro. Yo creo que en los ojos se reflejaba el miedo auténtico que sentía", observó Paul Murphy, de la televisión local de Salt Lake City. En el exterior de la cárcel, los habituales pequeños grupos de partidarios y adversarios de la pena de muerte estaban más diezmados que en otras ocasiones debido al frío y a la nieve.

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