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El euro y las elecciones de marzo

El gran reto de la sociedad espAñola, y europea, para los próximos años es, sin duda, si será capaz de estar entre los países que accedan a la moneda única (euro), c«umpliendo los criterios establecidos en Maastricht y el calendario aprobado en la cumbre de Madrid. Criterios de convergencia y calendario que, en mi opinión, deben ser respetados. Opinión que sostengo, al margen de cualquier "fundamentalismo europeísta", por razones de criterio antidemagógico, por convencimiento político, por cierta lógica y por cierta lucidez histórica.I. Siempre me ha resultado claramente populista y demagógico achacar las dificultades económicas y/o sociales que se puedan producir a las condiciones de convergencia contenidas en el Tratado de la Unión. Por el contrario, me resulta apropiado e incluso progresista que la inflación quede embridada a niveles bajos (no más de 1,5 por encima de la media de los tres países con menor inflación); que la deuda pública no supere el 60% y el déficit el 3% del PIB, y que los tipos de interés y de cambio no rebasen un punto y medio respecto de los más bajos. La alta inflación be neficia a especuladores y pérceptores de rentas "variables" con capacidad de repercutir en los precios, mientras perjudica a los pensionistas y erosiona los sala ríos. La deuda y el déficit excesivos, prolongados en el tiempo, impiden la reducción de los tipos de interés, lo que a su vez tiene efectos perversos sobre la inversión y el empleo. La confluencia de las monedas hacia tipos de carribio y de interés similares es condición sine qua non para al carizar la moneda única y poner algo de orden en el especulativo y borrascoso sistema financiero internacional. Además, sin moneda única no hay unidad política, pues es un prerrequisito. Por lo tanto, es una contradicción afirmar que se desea la unión política o que es necesario avanzar rnás deprisa en esa dirección y luego poner trabas o ritmos más lentos al proceso de unión monetaria.

No existe una contraposición entre convergencia en el euro y mantenimiento del Estado de bienestar, como se afirma desde diversos sectores de izquierda y de derecha. Los países que tienen un Estado de bienestar más sólido, entre ellos Alemania, son los que más se acercan a las famosas condiciones de Maastricht. En cambio, países como Italia o Reino Unido, que lo tienen difícil, el primero se ha dedicado durante décadas a gastar el dinero de manera clientelar y corrupta y el segundo -durante la era Thatcher- a desmantelar el susodicho welfare state. Se ha pretendido así interpretar el gran movimiento de protesta social francés como un ejemplo de la imposibilidad de cumplir los criterios de la Unión sin dañar las condiciones sociales, en este caso, de los franceses. ¡Qué gran favor al Gobierno conservador de Chirac-Juppé! Que éstos pretendan envolver su torpeza en las exigencias europeas es comprensible. Que nosotros, y menos desde concepciones progresistas, nos lo creamos, es inaceptable. Los franceses se han lanzado a la calle, con razón, porque no se pueden pisar todos los callos al mismo tiempo, sin lograr el previo consenso necesario, haciendo recaer el precio de la operación en los más débiles. La sociedad francesa ha reaccionado contra políticas torpemente conservadoras y lo habría hecho con convergencia y sin ella. Hay quien se ha creído que por haber caído el muro de Berlín y desaparecido la URSS, todo el monte es orégano y se puede arrasar con todo. Gravísima equivocación que los acontecimientos de Francia, y, en. otro orden de cosas, las elecciones polacas y rusas, han puesto de manifiesto.

II. Siempre he tenido el convencimiento de que Europa sólo podría abordar el proceso de unión política si asentaba sobre bases sólidas su unidad económica. Es inviable construir una entidad política si no se tiene intereses económicos comunes y los instrumentos de esa política económica no son igualmente compartidos. La historia está llena de ejemplos. de fusiones políticas -me viene a la mente el de Egipto y Siria- sin raíces económicas que no han resistido el paso del tiempo. La idea de primero poner en común el carbón y el acero, luego el átomo, más tarde establecer un mercado único de capitales, mercancías y personas, me parece un proceso acertado. Ahora le toca el turno a la moneda, pues es inviable un mercado único con 15 monedas diferentes ¿Hay acaso decisión más política que establecer una sola moneda -el euro- para los 15, y los que vengan, y hacer desaparecer la peseta, el franco, la libra, el marco, etcétera? Es un paso histórico e irreversible y debe darse cuanto antes. No creo en los procesos mecánicos, pero sospecho, no sin cierta ironía, que detrás de la moneda van a venir, necesariamente, muchas más cosas. La moneda es con el territorio, y no sé si algo más, un elemento central de la soberanía, que define a un Estado. El euro, cuando circule a partir del 2003, exigirá una política macroeconómica idéntica; una armonización fiscal y presupuestaria; un sistema de defensa y seguridad para el conjunto de la Unión; unas condiciones sociales convergentes, y así sucesivamente. Y todo ello, como es lógico, no sería viable con las actuales instituciones políticas de la Unión, que deberán ser reformadas y democratizadas en la próxima conferencia intergubernamental. Reforma de los tratados que debería tener un objetivo esencial: convertir la Unión, en cuanto tal, en una estructura de instituciones democráticas reales -Parlamento, etcétera- que permita a los ciudadanos participar eficazmente en su construcción. Así pues una vez más se cumple, a pesar de ciertos despistados de la historia, aquella máxima de un pensador marxista ruso que afirmaba que la política era la economía concentrada.

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III. La lógica económica conduce a la misma conclusión. Si queremos ser coherentes con el objetivo que nos proponemos, debemos aceptar los medios idóneos para alcanzarlo. No se puede desear la unión política de Europa y rechazar el camino para converger en la economía porque es contradictorio. Se pueden discutir los criterios y el ritmo, pero no la necesidad. Para acceder a una moneda única, las constantes vitales de las economías -en términos monetarios- deben ser casi idénticas; de lo contrario, no se puede hacer la operación. Es lógico, por lo tanto, que a la hora de decidir sobre qué bases o criterios asentar la moneda europea se haya hecho teniendo en cuenta las economías más sanas y fuertes y, no las más débiles y enfermas. Estas deben corregir sus deficiencias y acercarse a las otras y no al revés. Desde ópticas rotundamente europeístas se sostiene que esos criterios de convergencia son duros en exceso y que muy pocos los alcanzarán a finales de 1997, o que, si se alcanzan, lo serán con costes sociales excesivos. No comparto esa opinión. Si hoy se diera la impresión de que los criterios de Maastricht podrían flexibilizarse, entonces es seguro que no se alcanzarían. Es obvio que si al final sólo llegan a la meta Alemania y Luxemburgo, no habrá masa crítica suficiente y se deberá parar el reloj para que otros lleguen al fin al. Pero no soy tan pesimista ni creo que sea ahora cuando haya de plantearse esta cuestión. De otra parte, no creo que las convulsiones sociales se deban a la convergencia europea. Se darán esas convulsiones, y fuertes, si se pretende reducir el bienestar de la gente, o introducir reformas drásticas en las prestaciones sociales o eludir el imprescindible consenso con las fuerzas sociales, o se mantienen los actuales niveles de desempleo.

Éste debería ser, por ejemplo, el gran debate en las próximas elecciones en España. ¿Qué propone cada partido para estar en la moneda única en 1997-2003 sin atentar contra el Estado de bienestar? ¿Cómo reducir el gasto público y el déficit sin tocar o reduciendo impuestos y sin eliminar prestaciones sociales? ¿Se va a proponer un gran acuerdo con las fuerzas sociales para abordar este gran reto o se tiene la intención de tirar por la calle de en medio como en Francia? ¿Se considera una opción prioritaria -como yo creo- estar en el euro a tiempo o se piensa que no es tan grave quedarse fuera, de momento?

IV. Por último, una cierta lucidez histórica nos debería conducir a no jugar con los plazos y los ritmos de la moneda única. La Unión Monetaria, y no digamos política, tiene adversarios poderosos. En Europa siempre ha habido países que se han opuesto a la unión política y que han soñado con una gran zona de libre cambio y nada más. El euro, al hacer irreversible el proceso, recibirá embates de uno y otro lado de aquí al año 2003, y hay quien afirma que no llegaremos a ver tal prodigio. Luego está el proceso de ampliación hacia el Este y el Sureste que, de producirse antes de consolidarse la unión económica y monetaria, puede complicar las cosas. Por último, y quizá lo más importante, sería conveniente que la unión de Europa se llevase a efecto por la generación de europeos -especialmente alemanes y franceses- que tienen aún viva la memoria de lo que puede significar la división de Europa. No echemos en saco roto una de las características de nuestra época que con lucidez señala Hobsbawm en su Historia del siglo XX cuando dice que, a diferencia de otras épocas, las nuevas generaciones carecen de memoria histórica, quizá porque no hemos sabido transmitirles esa memoria o quizá porque no quieren saber nada de nuestras historias. Sea lo que fuere, convendría no demorarse, en culminar este decisivo proceso, pues soy de los que cree con el canciller Khol y con el difunto Mitterrand que la unión de Europa es una cuestión de guerra o paz. Y no sería malo que se lograse antes de que todos los que han conocido la guerra hayan desaparecido.

Nicolás Sartorius es abogado.

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