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Pásate por aquí

¿Tiene usted una carta que enviar, una factura que cobrar un presupuesto que aceptar? Muy sencillo: "Pásate por aquí". ¿Quiere reservar una excursión? "Pásate por aquí". ¿Ha encargado algo en una tienda y, cuando lo reciban, quiere saberlo para. efectuar la compra? "Ve pasando" (o, como gran progreso: "Ve llamando"). ¿Necesita una información? "Pásate por cierto? "Pásate por aquí", por las taquillas del teatro, cinco días antes de la representación, no antes ni después, a horarios estrictos que naturalmente excluyen la hora de comer y los sábados, y pagando en dinero contante. y sonante (aunque parece que la cosa se, ha modernizado algo en el último año cualquiera diría que Madrid es un pueblo de diez mil habitantes, con una calle Mayor por la que todo el mundo pasa a todas horas, de modo que, de paso, no le cuesta nada pasarse por la farmacia, la zapatería, el teatro, el fontanero o el supermercado.Por lo visto, en Madrid (y en general en España: pero en Madrid, por ser la capital, resulta más llama ivo), no se ha inventado, todavía la, transferencia bancaria, ni para muchas tiendas -como las farmacias- o empresas públicas -el Teatro de la Zarzuela, Correos- la tarjeta de crédito ni el cheque, e incluso parece haber gente que no se ha enterado de la invención del correo. Han oído rumores, sí, pero no se fían del todo. Es la única explicación posible del pasmoso uso de mensajeros en esta ciudad, para los mismos envíos que en otras capitales se hacen, sistemáticamente y. sin pararse a pensarlo, por Correo. Urgente o certificado, si hace falta, pero correo. (Yo trabajaba hace pocos años, cuando llegué a Madrid en una editorial que constaba de un director general, una directora literaria, un director comercial y un director de prensa, todos los cuales no dirigían sino a una telefonista -que, si se le pedía con muchos miramientos, accedía a hacer también un poco de secretaría-, porque el presupuesto no daba para más. Pero eso sí: teníamos a tiempo completo un secadero).

Además de suponer que Madrid es una aldea y, que vale más motorista en mano que Correos volando, en Madrid se supone también, universalmente, otra cosa: y es que en cada hogar hay una persona, por lo menos, que no tiene otra cosa que hacer en la vida que "pasarse por aquí" o bien estar en casa esperando que el electricista, el transportista, el de la Telefónica o quien sea "se pase por ahí". Es, de nuevo, la única explicación posible: mientras que en Berlín, París o, Londres el horario es siempre continuo, el principal día de comercio es el sábado, de nueve a siete (e incluso muchos, grandes o pequeños, abren los domingos por la mañana, cerrando luego el lunes), y existe un día por semana en que todos ellos están abiertos hasta dos o tres horas más tarde de su hora habitual de cierre, en Madrid casi todo está ce rrado a la hora del almuerzo y los sábados, al menos por la tarde. ¿Cuándo van a la frutería, al gimnasio, a la agencia de viajes, a la taquilla del teatro, a la oficina de Correos aquellos cuyo horario de trabajo coincide con el de los comercios -es decir, la gran mayoría de los ciudadanos-, y que sin duda no pueden concentrar tantas cosas sólo en la mañana del sábado? Eso me preguntaba yo cuando empecé a conocer. Madrid y sus costumbres. La respuesta me la dieron enseguida. A mi boquiabierta exclamación -cuando alguien me decía por teléfono "pásate por aquí" ¿pero cómo? ¿Tengo que ir personalmente", se me contestaba rápida y caritativamente: ."¡Nooo, no hace falta! Puede enviar a alguien". En una ocasión tuve incluso -cierta escaramuza telefónica con una taquillera de teatro que no conseguía entender que yo no tuviera una madre residente en Madrid, jubilada y encantada de perder dos horas en ir a comprar unas entradas. "¿Y no tiene usted una abuela, un suegro, un amigo?", insistía con suspicacia, convencida de mi mala voluntad.

Eso sí: la actitud informal tiene sus ventajas; no es profesional, pero es personalizada y, en cierto modo, más humana. Como muestra, una anécdota. Cuando hace pocos años me trasladé de París a Madrid, pedí al servicio francés de Correos que hiciera llegar a mi nuevo domicilio la correspondencia que se recibiera en el antiguo". Era un servicio que se me podía prestar, según me explicaron, durante un año. Y, efectivamente, durante un año estuve recibiendo en Madrid el correo dirigido a mi dirección parisiense. En el último mes, los sobres llevaban una etiqueta roja: "El servicio de reenvío expira en tal fecha"; a los 12 meses justos dejaron de hacerlo. En Madrid, más tarde, cambié de domicilio. Me dirigí a Correos solicitando el mismo servicio. Me dijeron que sólo por tres meses; me pareció poco, pero tuve que conformarme. De esto hace dos años. Una mano anónima, en la estafeta, sigue reexpidiéndome las cartas por pura amabilidad. Cosas de éstas sólo pasan en Madrid.

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