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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Made in USA'

EL ENFRENTAMIENTO entre el presidente demócrata Bill Clinton y la mayoría republicana en el Congreso. a propósito del presupuesto. del Estado federal para 1996 y de las líneas generales del mismo para los siguientes años no presenta signos de remitir. Por el contrario, no es descartable que el conflicto, que ha paralizado sectores enteros de la Administración, continúe hasta las elecciones presidenciales de noviembre. En tal caso, esas elecciones se convertirían en todo un referéndum sobre el modelo de Estado.Es lo que acaba de sugerir Newt Gingrich, líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, al afirmar que el Ejecutivo y el Legislativo no alcanzarán un acuerdo sobre el presupuesto antes de las presidenciales. En un tono algo menos tajante, Bob Dole, jefe de la mayoría republicana en el Senado, ha venido a decir lo mismo. Los electores norteamericanos, según ambos, tendrán que optar en noviembre entre dos modelos de Estado. Según Dole, las diferencias entre la Casa Blanca y el Congreso son "políticas, y no politiqueras". Sin embargo, detrás de la intransigencia republicana puede haber un componente electoralista. Algunos sondeos afirman que la crisis presupuestaria comienza a perjudicar la imagen del presidente Clinton.

Éste empezaría a perder la neta ventaja sobre cualquier candidato republicano que tenía el pasado noviembre. Por el contrario, Dole, visto como el más moderado y conciliador de los dos líderes republicanos, se beneficiaría de una cierta imagen centrista. En cualquier caso, incluso esos sondeos muestran que la mayoría sigue atribuyendo la principal responsabilidad de la crisis a la arrogancia de los republicanos. Aunque también parecen confirmar que la prolongación del conflicto puede terminar deteriorando la imagen del presidente, al ser visto como alguien maniatado e impotente.

Todavía enfervorizados por su gran victoria en las legislativas de 1994, los congresistas republicanos han pretendido a lo largo de todo 1995 convertirse en una especie de Ejecutivo en la sombra y reducir a Clinton al papel de un huésped ocasional de la Casa Blanca. El principal artífice de esa estrategia ha sido el radical Gingrich, defensor de una drástica reducción del déficit del Estado federal a través del alivio de la presión fiscal para los más ricos y de rebajas draconianas en los gastos sociales. También sostiene la reducción de las competencias del Estado federal y la concesión de más poderes a los Estados.

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En realidad, las posiciones sobre el presupuesto se han acercado algo a comienzos de este mes. Clinton acepta la necesidad de que el Estado federal se desembarace de sus déficit crónicos y alcance un equilibrio presupuestario en el año 2002. Pero se muestra firme en lo que considera una cuestión de principios: no desmantelar por completo el ya endeble Estado de bienestar norteamericano. No es éste el único frente del conflicto. Los republicanos están explotando los actuales apuros de Hillary Clinton, la esposa del presidente, enfrentada a la reapertura del caso Whitewater y a las acusaciones de que, desmanteló la agencia de viajes de la Casa Blanca para colocar allí a amigos suyos. Un columnista de prensa y antiguo colaborador de Richard Nixon ha escrito que Hillary Clinton es "una mentirosa congénita". Dolido por la feroz campana, contra su esposa, y en particular por este insulto, el presidente ha respondido que si su cargo no le obligara a la moderación le daría "un puñetazo en la nariz" a dicho columnista. "Los presidentes", ha dicho Clinton, citando a Harry Truman, "también tienen sentimientos".

Viejos escándalos, sentimientos personales heridos y debate sobre el modelo de Estado son los ingredientes de una campaña electoral que ya ha comenzado de hecho en la principal potencia del planeta.

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