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El cansancio fiscal

Joaquín Estefanía

"La presión fiscal en España es inferior a la de la mayoría de los países de la Unión Europea. Según las últimas estadísticas comunitarias, España se sitúa en el penúltimo lugar de los Quince, detrás de Gran Bretaña, y entre 10 y 15 puntos por debajo de países más avanzados como Dinamarca, Suecia y Holanda. Nuestra presión fiscal, sin embargo, ha crecido rápidamente a lo largo de estos años, hasta el punto de que se aprecia entre los contribuyentes un cierto 'cansancio fiscal". Con estas palabras empieza uno de los capítulos del programa económico electoral del PSOE.El reconocimiento del "cansancio fiscal" es una novedad entre los socialistas, que, en este aspecto, se unen con retraso a la oferta del PP. Los que pagan impuestos en España, especialmente los derivados de las rentas del trabajo dependiente, pagan muchos impuestos; lo que sucede es que, al mismo tiempo, hay grandes bolsas de fraude fiscal.

Hay gran distancia en la sensibilidad sociológica de los ciudadanos de las clases medias respecto a los gravámenes, pero los gobiernos europeos deben tener siempre presente la revuelta de las clases medias contra los impuestos en Estados Unidos desde finales de los años setenta. A partir de 1978, y partiendo de California, se inició una revuelta fiscal, liderada por un tal Howard Jarvis, un ciudadano que manifestó en todas sus declaraciones un odio visceral al Estado (y, por tanto, al del bienestar), a los políticos, a los intelectuales, a los medios de comunicación y a los enseñantes. Este Jarvis -¡qué pájaro!- logró que se rectificase por referéndum, con el aval de dos tercios de los ciudadanos, la llamada Proposición 13, por la que se limitaba sustancialmente el impuesto sobre la propiedad. La Proposición 13 fue inscrita en la Constitución de Estados Unidos.

Finalmente, en España, en un rasgo de modernidad, los impuestos empiezan a contar como objeto electoral de primera para las clases medias. Lo entendieron antes los conservadores, que están trabajando desde hace tiempo, aun con contradicciones, la sensibilidad de los contribuyentes. Por el contrario, los socialistas no han sabido nunca vender el coste del Estado del bienestar y, cuando sale el asunto de los impuestos, desean que desaparezca cuanto antes de la escena. A pesar de los apologetas del aznarismo -que ya los hay-, existe una rectificación en las palabras del líder del PP cuando habla de congelar en vez de rebajar los impuestos, en plena precampaña electoral; el énfasis no es neutral y si muy evidente. Pero es mejor una rectificación ahora que una contorsión en el Gobierno como les ha sucedido, dramáticamente a unos devaluados Chirac y Juppé.

Más significativo aún es el vaivén del trapecista en el programa del PSOE: reforma fiscal para una sociedad "que ya soporta un elevado nivel de presión tributaria"; Carta de Derechos Tributarios de los ciudadanos (otros lo han llamado Estatuto del Contribuyente), que mejore "los derechos y garantías de los mismos en la línea de las recomendaciones de la UE"; reordenación de la tarifa y de los tipos en el IRPF; disminución del tipo marginal al 50%; aumento del ahorro a través de cambios fiscales en los fondos de inversión y en los planes de pensiones, etcétera. Y todo ello, con una gran "solemnización de lo obvio", como decía Fernández Ordóñez: el ritmo de aplicación de estas medidas "deberá acompasarse en todo caso al objetivo de reducir el déficit público por debajo del 3% a partir de 1997".

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