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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lejos de la sustancia de Falla

Con Alicia de Larrocha al piano, con María Orán, Ordóñez Cid, Ricci y el coro y orquesta de la casa se iniciaron las conmemoraciones oficiales del año Falla. Dirigió el conquense Theo Alcántara, radicado en Estados Unidos, que condujo los Nocturnos con piano y La vida breve en versión de concierto.Ésas que don Manuel denominó impresiones pero explicó siempre como evocaciones fueron imaginadas en España, quizás lejanamente sugeridas, por el ciclo Noches de España que escribiera Felipe Pedrell, el amado y admirado maestro de Falla, en 1871; son cinco canciones en estilo popular sobre versos de Viedma, Blest Gana, Selgas y Zorrilla y es un antecedente que no suele ser citado por los comentaristas, aunque hagan hincapié en las pinturas jardinísticas de Rusiñol, cuyo Generalife fue pintado siete años después de la composición de los Nocturnos.

Orquesta y Coro Nacionales

Noches en los iardines de España y La vida breve. Solistas: A. de Larrocha (piano); M. Orán, A. Ordóñez, M. Cid, A. Ricci, A. Echeverría y G. Moreno, cantantes. Director: T. Alcántara.

Andalucismo jondo

Lo indiscutible es la belleza y refinada poesía de los tres movimientos, cuya temática está emparentada y cuyo pensamiento obedece a un popularismo imaginario, pues apenas encontramos un par de datos folclóricos en toda la partitura: el comienzo, que no llega a ser tema, y el zorongo. Campea siempre, eso sí, un andalucismo jondo. En las Noches se esconde el más profundo sentimiento de los andaluces, la ensoñación de una tierra con sus luces y misterios. No en vano, al escucharlas, un viejo cantaor sentenció: "Esta obra perdurará porque tiene sonidos negros".De todo esto nos llegó muy poco en la presente versión. Que De Larrocha toca como lo que es, una pianista que alcanzó hace tiempo justa fama, nadie lo duda; que Alcántara es capaz de poner orden en una orquesta, parece evidente. Pero la música, ésta y todas las músicas grandes, es otra cosa; su secreto no reside ni siquiera en la novedad, sino en la sustancia. Y las noches inaugurales del año Falla han sido radicalmente insustanciales a causa de una interpretación que alternó lo grueso con lo light para situar a don Manuel mucho más lejos de la sierra de Córdoba argentina.

Todo fue mejor en La vida breve, pues una ópera comporta una serie de elementos que, constantemente, pueden sucederse en un juego de compensaciones. Ver y escuchar el batir de las palmas a un coro español con perfecta gracia finlandesa, resulta un tanto penoso; no menos la conversión en españolismo ruidoso de un drama de ensueño en el que a don Manuel le importaban más los gestos, la sufriente intimidad, los silencios y las adivinadas perspectivas de una Granada que todavía desconocía. En cambio, la voz y el arte, llenos de sutiles expresiones, de la soprano María Orán se alzaron para conmovernos en esas dos maravillosas arias que traducen no sólo el genio musical de quien las concibió, sino sus propios sufrimientos, incluso su "mal de amores"; la nobleza de Manuel Cid en la copla la alejó y la interiorizó en el abismo de lo jondo, que es lo que quería Falla, y el tenor Antonio Ordóñez, en su papel subsidiario del único personaje verdadero, que es la gitanilla Salud, dio réplica tan adecuada como las intervenciones de Anna Ricci, Alfonso Echeverría y el cantaor Gabriel Moreno. Bien ensayado y conjuntado el coro, entre todos nos permitieron percibir buena parte de las bellezas de La vida breve.

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