"Sólo creo en los escritores que son lectores fanáticos"
Cuando tenía veintipocos años, Juana Salabert (París, 1962) se fue a Nicaragua y aquel paisaje de volcanes, esas gentes recién alfabetizadas que chorreaban imaginación y que hablaban un castellano purísimo, como del siglo XVII, regresaron con ella, en la memoria y en una libreta, en donde fue apuntando cosas ("ellos no dicen que tienen resaca, sino una goma de garabatillo"). Y de aquel viaje surge Varadero (Alfaguara), la primera novela que publica Juana Salabert y que se adelanta en unos días a la aparición de Arde lo que será (Destino), su segundo libro y con el que, en la última noche de Reyes, quedó finalista en el Premio Nadal, fiel a veces a aquella cláusula de descubrir autores (el ganador, de 28 años, fue el inédito Pedro Maestre Herrero, alicantino de Alcoi, con Matando dinosaurios con tirachinas)."Ambas novelas", comenta Juana Salabert sobre sus primeros títulos, "tienen en común la idea "de la búsqueda del camino de la identidad, en ambas hay un personaje joven que se lanza a por todas, que se arriesga". Y no olvida a aquel policía del aeropuerto de Managua quien, ante los titubeos de la joven cooperante que venía del papeleo cubano -la revolución burocratizada-, le dijo sin más: "Pase y diviértase". Y lo hizo y se recuerda, así, en aquella cooperativa agrícola, en la que era la única europea, a la hora del café, en la sobremesa, todos urgidos a contar historias. "La imaginación de aquella gente es portentosa", y ella anotando en su cuaderno: giros, expresiones, historias, rostros; tal vez para armar un libro de cuentos.
Pero, en el regreso, a medias la memoria y aquel cuaderno, se cruzó Varadero, una historia caleidoscópica de gentes que viven y aman -dos palabras que ella asocia con la literatura- en la Nicaragua somocista. "No he querido hacer una novela política y por eso no hablo de aquella realidad sandinista que viví, y no quise además que se identificara la geografía con aquel país que puede ser cualquier otro centroamericano, un país de volcanes, eso sí, y con aquella gente, claro está; y tardé en escribirla, porque me daba miedo no haber puesto por medio la distancia suficiente".
Y mientras que Varadero acababa de aparecer en Alfaguara (con esa inevitable demora con que se publica a los que no tienen más tarjeta de visita que la pasión por la literatura, por las historias), Juana Salabert se metió de lleno en Arde lo que será ("... en el fuego de lo que fue, arde lo que será": ese verso de Louis Aragon que conoce de memoría), una historia urbana, de okupas y de desaparecidos, de gente fronteriza, en la ciudad (que es un poblado sin ley) y en esa raya pirenaica, que también podría haberse llamado Habitaré mi nombre (de aquel poema, Exil, del poeta francés Saint John Perse). "Yo creo en la memoria en que para construirte en tu día a día como persona necesitas saber lo que has sido", explica, y si eso no es posible habrá que reconstruir la memoria, darle una identidad, como intenta hallarla un personaje de Arde lo que será, la novela finalista del Nadal.
"Siento simpatía por la gente que está siempre en el lado no políticamente correcto de la vida, como puede ser un okupa, una hija de desaparecido del horror argentino, un travestí o un viejo gudari. Aprendo de los libros y de la calle, ahora creo que puedo escribir mejor porque me ha dado tiempo a vivir mucho más. Cuando era más joven la única experiencia vital que tenía eran los libros, que siempre he devorado, así estoy medio miope...".
Juana Salabert, que nació en París, hija del periodista y escritor Miguel Salabert (excelente traductor, entre otros, de Gustave Flaubert, de Jean-Paul Sartre y de Jules Verne, y autor de una novela, El exilio interior, que hubiera debido tener más éxito crítico y lector si éste hubiera sido otro país; pero ya no hay tiempo), hasta los 18 años escribía en francés antes que en castellano (y en francés sigue escribiendo poesía, de la que no habla, y sus diarios, y a veces piensa), aunque sea el español el idioma de su literatura: "Me entusiasma esta lengua y mi relación con el español es una historia de fascinación y de amor", comenta quien sigue leyendo con esa pasión y con ese fanatismo que les exige a los escritores, "yo sólo creo en los escritores que han sido, son y seguirán siendo siempre lectores fanáticos"; y lo dice con fanatismo, sin admitir matices, faltaría
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