La herida
Pasó los últimos minutos del año mirándose en el espejo con la luz apagada. A pesar de la absoluta oscuridad, su imagen estaba dentro del espejo, aunque él no la veía, pero sabía que en el instante en que sonaran las 12 campanadas se produciría en su rostro una herida, otra herida más; por eso se había tomado un whisky doble para olvidarla. Desde el, cuarto de baño oía el bullicio de la Nochevieja al otro liado del tabique. En el momento en que es cuchara la explosión de júbilo que marca el tránsito del año, él dejaría pasar unos minutos más; luego prendería la luz; observa ría su rostro en el espejo para analizar la profundidad del daño y, si la herida era como otras veces, trataría de limpiarse la sangre con un algodón empapado con un poco más de whisky. Ahora estaba a oscuras frente al espejo, con los ojos, abiertos pensando. Para celebrar el último instante del año imagino unos versos que hablaran de una moneda de oro, todavía de curso legal, acuñada en Éfeso con la efigie de Alejandro, y que después de atravesar toda la historia acá ,baba de ser encontrada por un mejidigoí en un basurero de la Quinta Avenida de Nueva York. La moneda de oro estaba talí desgastada como una carne humana que hubier9 vivido intensamente una sola noche de amor. Frente a las tinieblas del espejo también descubrió la mano de un niño que estaba pasando las páginas de un álbum de fotografía, donde se sucedían imágenes remotas de un triciclo roto, de una gabardina raída, de un libro de texto destrozado, de un coche abandonado, de un baúl vacío. Reconoció aquellos objetos que le habían acompañado a través del tiempo, que no era sino ese espejo negro e inmutable, alrededor del cual giraban las imágenes y sólo ellas envejecían. En el espejo ahora apareció el mendigo mostrándole la moneda de oro. En ese momento se produjeron las 12 campanadas y la explosión de la fiesta. El sintió algo en el rostro. Cuando encendió la luz. volvió a descubrirse en la mejilla una herida sangrando en forma de labios.
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