Noche de paz
Aquellas canciones de Navidad que llenaron de sentimiento nuestra niñez fluían sobre el caballó de cartón, el patinete; los boniatos, los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, los lápices Alpino, la muñeca Mariquita Pérez, los cigarrillos Ideales, las bicicletas Orbea, los coches con gasógeno, los pantalones bombachos. Son las mismas canciones de Navidad que ahora adornan sentimentalmente el Internet, los últimos modelos de Armani, las colonias varoniles, los automóviles con chicas carnales, las impresoras láser, los ordenadores, las angulas, los centollos, los viajes a la nieve austriaca. En nuestras vidas cambian las mercancías, pero los villancicos permanecen. La música de Jingle bells, Noche de paz o Adeste fidelis también hará llorar de emoción a los niños de hoy cuando sean viejos mañana. Esas melodías les traerán dulces recuerdos de marcas Sony, Macintosh, Canon, Motorola unidos a sabores de comida basura, ketchup, hamburguesas, margarina requemada. Todos esos materiales un día serán nostalgia, humo de la memoria. Las agendas digitales y los primeros teléfonos móviles junto con los nombres de deportistas y cantantes famosos formarán el lecho de la antigua Navidad para los habitantes de¡ futuro cuando la canción Noche de paz resbale sobre nuevos objetos de consumo. Los mercados centrales de frutas y verduras son como las estaciones de trenes. Cada olor es un convoy. A bordo de diversos perfumes uno puede viajar a regiones muy remotas. Mientras las canciones de Navidad llueven con sentimiento sobre montones de berenjenas, escarolas, alcachofas y tomates, de pronto el aroma de los salazones o tal vez el dulce sabor de un caqui invade ese bulbo del cerebro donde permanece intacta la niñez. Para mi generación allí duermen el caballo de cartón, los cromos, el aro. Para los jóvenes consumidores de hoy allí estará el software, un compact-disc, algunos vídeos, el Windows 95 sin que puedan separarse de las caricias de mamá. Sobre su recuerdo llorarán cuando suene Noche de paz.
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