Gracias, señor Gutiérrez
A muy pocas personas se les presenta en la vida la oportunidad de decidir en un escaso par de segundos si entran o no, de forma definitiva e irrevocable, en la memoria colectiva de un pueblo. Al general Gutiérrez Mellado se le presentó una fría tarde de febrero de hace casi quince años. Y, probablemente sin meditarlo ni pretenderlo, la aprovechó.Yo, pasé aquella noche (¿quién no recuerda lo que hizo aquella noche?) en casa de una amiga de la facultad. Jugando a las cartas con sus hermanos, esperando a que el Rey terminara por salir por televisión. Y aunque la velada no se me dio mal del todo -debí ganar por encima de los 40 duros-, durante aquellas larguísimas horas algo me decía que no estaba comportándome del modo que quizá exija la circunstancia histórica que mi país estaba viviendo.
Me levanté al día siguiente con el mismo difuso mal sabor de boca. Desayunando, vimos por la televisión las imágenes que siempre recordaremos: aquellas en las que un grupo de hombretones malencarados trataban de zancadillear a un viejecito seco y enjuto. Habría que creer en los milagros para decir que fue algo milagroso, pero lo cierto es que no lo consiguieron. Él explicó más tarde que lo único que había hecho fue cumplir con lo que aprendió en la academia militar. Debimos ser muchos los que pensamos que había sido algo mucho más importante, los que comprendimos que la zancadilla iba dirigida a treinta y tantos millones de españoles y que un hombre, casi un anciano, la había resistido. Debimos ser tantos que tres días más tarde 1,5 millones de españoles salimos a la calle para decir, sin decirlo, que nosotros también hubiéramos querido ser esa tarde el general Gutiérrez Mellado y que si no lo fuimos fue sólo porque no se nos ocurrió, no supimos cómo o, simplemente, no nos atrevimos. Aquel día terminó, por cierto, la tan cacareada transición española a la democracia. -
Al diario El Alcázar, órgano oficioso de la ultraderecha de la época, le gustaba referirse al general con el apelativo de señor Gutiérrez. En su absoluto desconocimiento de la realidad del país en que vivían debían pensar que, al hacerlo, lo estaban insultando. Aunque sea con algunos años de retraso, dondequiera que esté, muchas gracias, señor Gutiérrez. De verdad que muchos que jamás creímos demasiado ni en los ejércitos ni en los uniformes no vamos nunca a olvidarlo.- Manuel Caamiña.
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