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Competencia, competitividad y tamaño empresarial

El autor sostiene que la globalización de los mercados prima las economías de escala y las economías externas y fomenta la concentración empresarial de la producción y distribución.

El mundo ideal de la competencia perfecta no existe en la realidad. Ese mundo de libro de texto en el que hay un elevadísimo número de empresas productoras que producen bienes homogéneos sin rendimientos crecientes a escala, que no tienen ningún poder sobre el mercado y que se enfrentan a curvas de demanda totalmente elásticas, de tal manera que si elevan sus precios pierden sus clientes, no se da en la vida económica, salvo para unos pocos productos agrícolas y minerales muy homogéneos.Hoy la competencia se acerca mucho más al modelo de competencia monopolista, oligopolista o imperfecta que Joan Robinson y Edward Chamberlain previeron hace ya más de sesenta años, basado en la diferenciación del producto, las economías de escala y de alcance, y las barreras de entrada tanto de capital, de información, como tecnológicas y políticas.

Es decir, en la realidad cotidiana, los productos no son homogéneos, sino diferenciados, la globalización de los mercados tiende a primar las economías de escala y las economías externas y a fomentar la concentración empresarial y geográfica de la producción, y existen barreras naturales tecnológicas y de capital que hacen que el número de empresas productoras sea muy pequeño y su tamaño enorme.

Esto no quiere decir que ya no haya competencia. Todo lo contrario. En el caso ideal de la competencia perfecta, las empresas sin poder de mercado ejercen una competencia pasiva y prefieren mantener una relación de cooperación y amistad en lugar de someterse a luchas suicidas que no les acarrean ninguna ventaja. En la actual competencia imperfecta y oligopolista la competencia es mucho más agresiva y sin piedad. Se busca siempre expulsar al competidor del mercado o absorberlo.

Lo que ocurre es que la principal característica de la competencia no es ya el elevado número de empresas que compiten, sino lo que William Baumol ha llamado la "contestabilidad", es decir, la no existencia de barreras de entrada o de salida o, lo que es lo mismo, que ninguna empresa vea impedida su entrada en un mercado o a ninguna empresa se le impida la quiebra o salida del mercado.

Tampoco se puede decir que la existencia de oligopolios en mercados de bienes diferenciados conlleve, obligatoriamente, que los precios establecidos sean artificialmente elevados. La existencia de diferenciaciones entre los productos ofertados proporciona estabilidad a los precios, que se consigue a través de un equilibrio conocido como equilibrio de Nash, nombre del reciente Premio Nobel.

En resumen, los mercados cada vez más abiertos, integrados y con mayor nivel de competencia tienden cada vez más a la concentración empresarial y geográfica.

En el cuadro adjunto se puede comprobar, para algunos sectores industriales, cómo en un mercado único muy maduro como el de Estados Unidos la concentración es mucho mayor que en un mercado único incipiente, como el europeo. Es decir, que lo lógico es que, en las próximas décadas, la concentración empresarial europea se acelere, bien por adquisiciones, por fusiones o, simplemente, por expulsión o desaparición de muchas de las empresas actuales.

Por su parte, la competitividad empresarial es el arte de triunfar, en un entorno de elevada competencia, es decir, la capacidad de las empresas de crear una ventaja competitiva frente a sus competidores, mantenerla y, por tanto, generar beneficios y crecer más. Por tanto, la competitividad se consigue, paradójicamente, reduciendo o anulando la competencia y adquiriendo mayor poder de mercado, mayores márgenes y mayores beneficios. ¿Cómo? Explotando economías de escala de alcance y siendo más eficiente en el coste. Diferenciando productos, haciéndolos más exclusivos. Concentrándose en un segmento o nicho del mercado. Creando barreras a los competidores, de tecnología, de distribución de información, de capital, de precios..., en las que el tamaño juega un papel muy importante para establecerlas.

La conclusión aparente de este brevísimo análisis es que las empresas que realmente son competitivas hoy en los mercados nacionales o internacionales oligopolizados son grandes empresas o conglomerados de empresas muy internacionalizados y, en ocasiones, muy diversificados horizontalmente o integrados verticalmente. Esto no quiere decir que no sigan subsistiendo y compitiendo muchas empresas medianas o pequeñas que atienden mercados locales o regionales, que subcontratan servicios o determinadas partes o piezas de los productos de las grandes o que están superespecializadas en un producto o servicio muy específico. Pero cuando se habla de un país muy competitivo se dice que lo es porque dispone de un número elevado de estas empresas o clusters de empresas que compiten mundialmente.

¿Es España muy competitiva? ¿Posee muchas de estas empresas? La respuesta es negativa. En España hay unas 430.000 empresas manufactureras de las que sólo un 40% tienen forma societaria. De estas últimas, el 55% tienen menos de 50 empleados, el 70% menos de 100, el, 82% menos de 200 y el 98% menos de 500.

Si miramos a un colectivo más amplio como es la totalidad de las empresas industriales, se observa que el 25% de la población ocupada en la industria se encuentra empleada en empresas de menos de 10 empleados, frente a sólo un 10% en la media de la UE que su volumen de ventas y de empleados por empresa es menos de la mitad que los de la media europea.

No sólo la escala empresarial española es inadecuada para ser competitivo, sino que la escala de sus plantas de producción también lo es. El 65%, de nuestra industria trabaja con plantas con un tamaño inferior al mínimo de eficiencia técnica.

Dada esta situación de partida, la mejor política industrial o empresarial que puede hacer España es aumentar el tamaño medio de sus empresas y, naturalmente, tratar de mantener los grupos industriales y de servicios que ya han alcanzado un cierto tamaño.

Esta política debe intentar crear mayores incentivos para que las empresas se concentren a través de fusiones y adquisiciones y esto supone a su vez dar facilidades crediticias para apalancarse en las OPA o adquisiciones; introducir bonificaciones en la generación de plusvalías y exenciones en caso de reinvertirlas; dar un tratamiento más favorable a las sucesiones en las empresas familiares; conceder mayores facilidades en la reducción de empleo redundante en las fusiones y absorciones e introducir otras medidas contables que hagan más grande y dinámico el tejido empresarial español.

También hay que estimular fiscal y contablemente la cooperación entre pequeñas y medianas empresas para desarrollar conjuntamente centros de investigación y desarrollo, proyectos de internacionalización y de formación empresarial y profesional.Otra tarea importante es promover la creación de clusters para explotar economías externas y adelantarse a la inexorable especialización geográfica que va a imponer el mercado único en Europa, como se ha hecho, por ejemplo, en el País Vasco.

Tampoco hay que olvidar el aspecto, también muy relevante, de la adecuación de la política de defensa de la competencia a este nuevo entorno. Dicha política tiene que tener en cuenta, en primer lugar, que una mayor concentración empresarial puede ser positiva para la sociedad si la producción de bienes y servicios se abarata por los menores costes que genera. Hay que hacer que primen claramente los beneficios de la eficiencia y el menor coste en la producción y distribución que ésta puede generar para el consumidor, sobre los aspectos legalistas del tamaño concentración..., que son los que hoy prevalecen.

En segundo lugar, no hay que olvidar que valorar el grado de concentración en el mercado nacional no tiene hoy tanto sentido en un mundo cada vez más globalizado, ya que se olvida la competencia internacional. Hoy es muy difícil que una empresa nacional alcance una posición dominante (fuera de los monopolios naturales), ya que, en general, no existen barreras a que una gran empresa extranjera entre en el mercado.

En tercer lugar, está demostrado que el factor que genera mayores ventajas competitivas y mayores externalidades es el tecnológico, y que son las empresas de un cierto tamaño las únicas que pueden financiar los elevados costos de invención, desarrollo y comercialización de nuevos productos.

Por último, hay que tener mucho cuidado con la política de privatización de los pocos grandes conglomerados o empresas públicas rentables que nos quedan. Puede surgir la tentación de intentar desmembrarlos y privatizar partes de ellos o sus filiales en lugar de sus cabeceras, por no encontrar grupos nacionales con suficiente capacidad financiera para crear un grupo o núcleo estable de control. No hay que olvidar que su tamaño y diversificación los hace más competitivos en un mercado mucho más integrado y globalizado, y que es preferible un sistema de golden share o núcleo estable mixto nacional y extranjero o incluso totalmente extranjero, que perder sus actuales ventajas competitivas y el precio pagado por haber conseguido desarrollarlo como grupo empresarial coordinado y diversificado.

Guillermo de la Dehesa es presidente del Consejo Superior de Cámaras

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