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Entrevista:PAULO RICHARD : TEÓLOGO

La teología de la liberación evita el fundamentalismo

Paulo Richard, de 55 años, tuvo que salir -"Me salieron"- de su país, Chile, por el golpe de Pinochet. Desde 1978 vive en Centroamérica, y ahora trabaja en Costa Rica, en el Departamento Ecuménico de Investigaciones, donde se forman líderes de movimientos de base. Personaje conocido tanto en Chiapas como en Guatemala, amigo del presidente haitiano Aristide, reivindica la pertinencia de una teología de la liberación lejana ya de la aspiración a la toma del poder y comprometida con la sociedad civil.Pregunta. ¿Ya no se sienten ustedes en el punto de mira del Vaticano?

Respuesta. Ha bajado la confrontación. Antes, la teología de la liberación era acusada de marxista, por su oposición al sistema capitalista. Ahora la Iglesia ve que el peligro no es el marxismo, sino la miseria. Y sabe que la teología de la liberación evita derivar al, fundamentalismo o al terrorismo.

P. ¿Han abandonado ustedes la politización?

R. La toma del poder está excluida en Iberoamérica. El propio poder es irrelevante, porque todo viene determinado por el Fondo Monetario Internacional. Los partidos de izquierda fueron siempre cosa de elites blancas, no enraizadas en lo real. La esperanza pasa por la sociedad civil, que. aún es incipiente en esos países. La teología de la liberación tiene hoy muchas vertientes: teología india, movimientos feministas, ecológicos... Así se puede presionar para obtener cambios concretos. Es un continente lleno de excluidos, con millones y millones que carecen de luz, de agua potable. De ahí nuestra insistencia en formar líderes en producción agrícola, educación, en salud tradicional, en economía comuniaria.

P. Un cambio desde lo indigena, ¿es una utopía?

R. Para mí lo indígena es la realidad más real. Trabajo con 18 diócesis, cuyos obispos concuerdan con esa visión. Por vez primera en 500 años, la Iglesia católica está dialogando con los indios. Estos pueblos han sobrevivido por su propia religión, no por el cristianismo, pero no se cierran.

P. La jerarquía, ¿tolera que los sacerdotes en comunidades indígenas practiquen las costumbres de sus fieles?

R. Cuando en sociedades modernas oigo hablar del problema del celibato del aborto, de la ordenación de las mujeres, constato que en el mundo en que yo vivo esos temas de la modernidad no existen. Si a un indígena que quiere ser cura se le obliga al celibato, no será cura. Ellos no entienden que un cura no tenga mujer o hijos. Los obispos lo toleran. La gente tiene su modo de vivir.

P. ¿Hay una guerra con las sectas?

R. Las sectas son movimientos rápidos y exaltados, droga barata. Ahora bien: no todas las sectas son sectas, las hay que son grupos reales religiosos. Y, desde luego, las que se nutren de la comunidad acatan derivando a posiciones como las de la teología de la liberación. El peligro son las sectas electrónicas, que reciben dinero de Estados Unidos y realizan campañas espectaculares de sanación, de bautismos. Pero en general conocen un momento de gloria y luego decaen. Son peligrosas, pero no tanto.

P. Usted acaba de visitar Haití ¿Cómo ha evolucionado la situación desde el regreso de Aristide.

R. Aristide ha conseguido que en las calles se palpe la alegría, pese a los terribles problemas. Ha suprimido el Ejército, que estaba metido hasta las cejas en el narcotráfico. A él, personalmente, le veo más estadista que, antes. "El 90% del tiempo me lo paso negociando con el Fondo Monetario Internacional", me dijo. Sabe que va a tener que privatizar muchas empresas públicas, pero las ha democratizadó internamente conserva el tirón entre las masas.

Es muy Iisto: si antes el lema era Lavalás (La avalancha), ahora es Botablá (Alrededor de la mesa). Es un gran negociador.

P. ¿Sigue considerándose sacerdote?

R. El Vaticano se portó muy mal con él. El Vaticano fue el único país que mantuvo relaciones con la dictadura militar. Y luego obligó a Aristide dejar el sacerdocio. Les ponía muy nerviosos el ejemplo de un cura en el poder. Aristide ha aprovechado la fuerte identidad haitiana para fomentar un sincretismo de vudú y catolicismo, muy ligado a las comunidades de base.

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