"Había mas generales implicados en el 23-F, pero se arrugaron al final"
El capitán general Gutiérrez Mellado me entrega al comienzo de nuestra conversación un texto escrito por él: es una conferencia en la que explica el papel vivido y jugado por las Fuerzas Armadas durante la transición [precisamente la que iba a pronunciar en la universidad Ramon Llull]. Son 32 folios llenos de reflexiones y sugerencias interesantes, pero yo insisto en hacerle una entrevista porque, como le digo, no es lo mismo escribir que conversar.Pregunta. ¿Sabe que el Rey habló de usted ya en el año 1975, antes de que Franco hubiera muerto, y dijo precisamente que había dos personas con las que quería contar? Una de ellas era Suárez y la otra era usted.
R. Díez Alegría le dijo a Suárez que si querían hacer algo en el Ejército tenían que contar conmigo. Lo del Rey no lo sabía. Yo estaba muy contento en Ceuta, luego estuve muy contento en Valladolid; a los dos meses me llamaron para decirme que si quería ser ministro de Gobernación. Dije que no.
P. ¿Por qué no quiso usted ser ministro de Gobernación?
R. Porque no sabía nada. Como si me quieren nombrar ministro de Agricultura. Y les convencí de que no y me fui a mi puesto de jefe de Estado Mayor. Pero a los dos meses me llama Suárez otra vez y me dice que tengo que ocuparme de los asuntos de Defensa porque se había ido Fernando de Santiago. Mi aspiración para el final de mi carrera era ser jefe del Alto Estado Mayor. Es como si usted es cura y a lo que aspira es a ser Papa. Pues yo lo mismo, yo quería ser jefe del Alto Estado Mayor. En mi caso lo que se produjo fue una desviación, y en lugar de ser jefe del Alto Estado Mayor me fui con Adolfo Suárez.
P. ¿Por qué fue tan mal recibida por los generales azules su designación como sustituto del teniente general De Santiago?
R. Yo creo que al principio no les pareció demasiado mal. Lo que les sentó mal fue lo que paso cuando De Santiago e Iniesta escribieron esas cartas que se hicieron públicas y por las que se les intentó pasar a los dos a la reserva. Pero esa medida no les pareció mal a todos.
P. Él Gobierno tomó, de todos modos, una medida precipitada. Luego resultó que aquello que hicieron los dos generales no fue ni siquiera falta leve y que no se les podía castigar.
R. Pues les habría venido muy bien que se les pasara a los dos a la reserva. Yo a De Santiago le quería mucho, pero a Iniesta no. Además, Iniesta se portó muy mal conmigo, porque tenga en cuenta que yo, en zona roja, me acerqué a su familia, a su madre y a su hermano, para pasar al violinista a zona nacional.
P. ¿A quién?
R. Al violinista. El general Iniesta tenía un hermano que era violinista. Pero él me dijo que no, que él estaba con su madre y que me lo agradecía mucho, pero que se quedaba. Como sabe, yo me dedicaba a pasar gente. Pero yo me jugué la cara por el violinista y eso Iniesta no lo recordó nunca. Y tenga usted en cuenta que en aquellas circunstancias entraba usted en un piso y nunca se sabía lo que podía pasar.
P. ¿Por qué?
R. Se podía tropezar usted con cualquier cosa, con una trampa, con lo que fuera. Y una vez fui a buscar a uno y empezó a dar voces diciendo que era leal a la República. Pensaría que iban a cogerle, él estaría muy nervioso... Yo entonces corría mucho. Me acuerdo perfectamente de que era en la calle de Velázquez, era un piso principal. Bajé los dos tramos de golpe, pim, pam. Y estuve corriendo desde el final de Velázquez hasta la calle de Alcalá. Se trataba de que no me cogieran, claro.
P. ¿Iba a rescatar a gente así a pelo?
R. Me daban las señas de la gente y yo acudía a las casas vestido de miliciano. Me lo habían pedido del otro lado. Yo llamaba y preguntaba, y solían decirme: "Pues no está". Y yo seguía: "Es que tengo un amigo, que tal y cual ... , que es chófer...", y al final salía ya el tío. Entonces yo les daba documentación, les metía en un camión, les llevaba hasta un pueblo de Toledo y allí cruzaban el Tajo en barca. El camión lo conducían dos mecánicos de aviación. Yo me llamaba Teodosio Paredes Laína. Había un señor que se llamaba así, pero un amigo mío le robó la cartilla militar y desde entonces yo usé esa documentación falsa. Yo tenía un disco para colocarlo al que fuera, y era que yo era un estudiante de buena familia, pero que había dejado todo porque era de izquierdas. Era toda una biografía, aunque entonces sólo tenía 23 años.
P. Bien, volvamos al general Iniesta Cano.
R. Se enfadó mucho conmigo, me ponía siempre verde y decía constantemente que yo no había oído en mi vida más tiros que los del Congreso. No me quería mucho. [Se ríe].
P. Usted asistió a la famosa reunión que celebra Adolfo Suárez el día 8 de septiembre de 1976 con los mandos militares, en la que se dice que Suárez les engañó porque les aseguró que el Partido Comunista no sería legalizado. ¿Qué pasó allí dentro exactamente?
R. Los que dijeron eso es que en realidad querían que se les engañase. Usted póngase en el caso: una persona con la locuacidad de Suárez hablando durante tres horas. No lo recuerdo con precisión, aunque estaba presente en la reunión porque era jefe de Estado Mayor del Ejército. Seguramente el tema le tocó porque el Partido Comunista era el enemigo nuestro en la guerra. Seguramente que le preguntaron algo sobre ese asunto. Y Suárez diría que el Partido Comunista no se iba a reconocer. ¡Pero es que luego el Partido Comunista se convierte en otra cosa! Es un partido que reconoce la bandera, la Corona y todo lo demás. Y allí mismo hay uno que le dice: "¡Viva la madre que te parió!".
P. ¿Fue el general Prada de Canillas?
R. Sí [se ríe]. Pero le quiero decir con esto que aquél fue un ambiente muy bueno y que yo salí contentísimo. Hablaron dos tenientes generales que no tenían que haber hablado, porque nosotros habíamos tenido una reunión previa y decidimos que en nombre de todos hablase el ministro. Pero estos dos se saltaron el pacto y hablaron de la preocupación por la subversión y de estas cosas.
P. ¿Ya estaban preocupados los militares por la situación política?
R. No, en esos momentos estaban preocupados por el terrorismo sobre todo. [En las páginas 2 y 3 de su conferencia, el general Gutiérrez Mellado lo explica así: "Los ejércitos (...) aceptan la nueva situación con la misma preocupación expectante que la mayoría de los españoles. (...) La aprobación de la ley para la reforma política produce en los ejércitos numerosos motivos para meditar, alguna perplejidad y cierta preocupación, aunque es aceptado por la mayoría, que va a seguir atenta y disciplinadamente los importantes cambios que se van a producir"]. A los militares les pasaba lo que le pasaba a toda España, que estaba expectante, viendo qué pasa. Y la realidad es que en contra de la transición no hay más que una minoría, que son Milans y sus muchachos.
P. Durante muchos años, los españoles han tenido el temor de que los militares dieran un golpe de Estado, y no estoy hablando de febrero de 1981, sino de mucho antes. ¿Es esto así? ¿Estaban los militares considerando de verdad la posibilidad de un golpe?
R. Algunos sí. Yo no le voy a citar los nombres, porque los sabe usted de sobra [se ríe]: Milans, Campano, Fulanito... Eran gente que recibía una propaganda permanente. Todos leían El Alcázar, que en lugar de abrir su perspectiva la cierran, y llega un momento en que creen que lo de la transición ya no se puede seguir aguantando y que hay que ir por la fuerza. Todo acaba cuajando en febrero de 1981.
P. Pero desde 1976 hasta el 1981 pasan cinco años.
R. Pues en esos cinco años hay contactos, conversaciones, comentarios y presiones. Por ejemplo, el caso de un capitán que era buena persona y entraba un coronel en el bar y decía en voz alta: "¡Aquí huele mal!".Y lo decía porque estaba un capitán que era un demócrata. ¡Vamos, es que pasaban unas cosas! Había una partida de altos mandos que se negaban.
P. Algunos mandos militares me contaron que después de la legalización del Partido Comunista se celebra en Madrid, en Capitanía General, una reunión, a petición de Milans del Bosch, en la que se trata de la posibilidad de un levantamiento militar.
R. Puede que fuera verdad, aunque la reunión mala es la del Consejo Superior del Ejército.. Pero yo no asistí a ella.
P. Antes de eso, ¿qué pasó el día de la legalización entre usted y los tres ministros militares?
R. Suárez me dice: llama a los ministros militares y diles que si una autoridad judicial da un informe en el que no pone pegas a la legalización se va a legalizar el Partido Comunista. Yo llamo a los ministros y les digo eso y les digo también que el presidente les recibe en el acto si quieren. Hablo con Franco Iribarnegaray [ministro del Aire], que era muy amigo mío; hablo con Félix Álvarez Arenas [ministro del Ejército], y con Pita (Gabriel Pita da Veiga, ministro de Marina). Los dos primeros no dicen nada y Pita me dice: "¿Qué juez?". Yo le contesto: "No sé, pero si llamas al presidente, él te lo explica".
P. ¿No previó lo que luego sucedería?
R. En absoluto. Yo, tranquilo y sabiendo que en el Aberri Eguna [día de la patria vasca] no ha pasado nada, me voy a Canarias, donde tenía prevista una visita. Estaba diluviando, la guarnición estaba formada debajo de los soportales y yo, haciendo demagogia [se ríe], me dejo calarme entero y paso revista debajo de la lluvia. Luego me reúno con los oficiales y hablo de todo lo que está sucediendo en estos meses: de la ikurriña, del Partido Comunista y de tal y tal. Me pegan una ovación de espanto. ¡Y era toda la guarnición de Tenerife!
P. Los ministros militares siempre han dicho que nadie les informó de la legalización, que se enteraron por la televisión...
R. Mienten. Tajantemente. Yo hablo con ellos por teléfono cuando me lo dice Suárez, y eso es antes de reconocerse al Partido Comunista. Y les digo que el presidente está pendiente de un informe Judicial. Por eso yo me voy a Canarias. Y en plena euforia me llama el presidente y me dice: "Acaba de dimitir Pita; habla con los otros dos ministros para ver qué van a hacer". Salgo de la guarnición, llamo a Álvarez Arenas, y nada. Llamo a Franco Iribarnegaray, y nada. Entonces llamo al presidente y le digo: los otros dos ministros no dimiten y siguen. Yo continúo encantado a Las Palmas. Es después cuando ya tengo que buscar un pretexto para no visitar el resto de las islas.
P. Y se viene para acá porque es cuando está convocada la reunión del Consejo Superior del Ejército.
R. Y no asisto yo ni asiste el ministro del Ejércitco, porque se pone malo. Allí todos protestaron muchísimo y hacen un comunicado que luego no sacan.
P. Sí lo sacan. Sacan uno más suavizado, y luego, por la vía extraoficial, otro que era más duro.
R. Pero el que se publica oficialmente era el más flojito. Y todo eso quien lo mueve es Colona, Merry Gordon y todos los ultras de ese consejo. Y rompen una lanza a favor nuestro, mío, y del Gobierno, los generales Vega e Ibáñez Freire. Y después hay una llamada de Adolfo Suárez a Álvarez Arenas y al jefe del Estado Mayor, que era Vega, que es deplorable porque los peina: les dice que es una vergüenza lo que han hecho allí. Suárez ejerce de presidente de Gobierno y les echa una bronca. Aquello fue un espectáculo triste para mí viendo a dos militares que los corría el presidente.
P. Ni Vega ni Álvarez Arenas tenían la culpa.
R. Pero les tocaba; al ministro y al jefe del Estado Mayor les tocaba un poco de bronca.
P. Sobre esta reunión del Consejo Superior del Ejército hay dos versiones: una, que allí se consideró un levantamiento, y otra, que dice que todo quedaba en palabras. ¿Pensó que en aquel momento el Ejército podía levantarse?
R. Nunca creí eso. En ese periodo el Ejército no se iba a levantar. Lo de Milans después a mí me sorprende porque había aceptado ser nombrado capitán general. Y como decía un compañero mío, lo que no se puede es decir que no y cobrar que sí. Lo que hay en aquella época y después es un hervor en los cuarteles que los ultras manejan bien porque los demás están callados.
P. ¿Tan terrible era para los ejércitos el Partido Comunista?
R. Teóricamente, aparecía como el enemigo. Tenga en cuenta que los enemigos eran muchos más: la UGT, la CNT, los sindicatos, la izquierda. Pero los comunistas, durante la guerra, acaban haciéndose con el bando republicano. Eso se mantuvo desde la guerra porque además era el único partido de izquierda que tenía organización, que organiza Comisiones Obreras.
P. Y usted, que se levantó con Franco, ¿cuándo cambió de opinión sobre el Partido Comunista?
R. A mí no me repugnaba la idea, y veía que si era necesario legalizarlos pues había que hacerlo. Éste era un asunto que estaba constantemente presente en el Gobierno. Por eso la dimisión de Pita diciendo que el reconocimiento le coge por sorpresa es...
P. ¿Por qué los españoles hemos tenido siempre miedo del Ejército?
R. En el siglo pasado no hacía más que dar golpes apoyados por los políticos. Los políticos movían a los generales, los generales picaban y daban el golpe. Repásese usted la historia de España, y ahí tiene a O'Donnell, a Prim, Serrano... Todos. Y esa idea, lo de salvadores de la patria, ha pervivido en algunos. A Milans le pierden las marquesas. Claro que como me han hecho marqués a mí ahora... [se ríe]. Pero quiero decir que es esa gente que le da golpes de incensario y dice "tú eres el salvador, mira cómo está esto, esta gente rompe España, esta gente está con el terrorismo... ".
P. Ésas son palabras mayores.
R. Decían que Suárez y yo tomábamos champaña cada vez que mataban a un guardia civil. Yo notaba al salir de La Moncloa la diferencia de cómo me saludaba a mí la policía a cómo me saludaban los guardias civiles. El policía me saludaba como tenía que saludar, con el gesto de "aquí estoy, a tus órdenes", y el guardia civil me saludaba con el gesto de estar pensando: "Este cabrón...". Yo pienso que en aquel tiempo un guardia de aquellos me podía haber pegado un tiro. Si se había leído El Alcázar y le habían matado un primo aquel día en Asturias, pues yo era Rasputín. Así que él tío hace así [el general Gutiérrez Mellado hace el gesto de apuntar y disparar] y piensa que luego ya veremos. Hubo una determinada prensa y unos grupos civiles que agitaron mucho los ánimos en los cuarteles. Y luego pasaba que una señorita te llama asesino en misa.
P. Eso le produjo a usted una impresión inolvidable.
R. Fue al salir de misa. Se me acerca una señorita muy mona, de 18 o 20 años. "¿Es usted Gutiérrez Mellado?". "Sí". "Cerdo, asesino". ¡Me dio tanta pena ella! En lugar de estar metiéndose mano por ahí con el novio, venía a mí a decirme eso a la salida de misa. ¿Qué le habrán dicho, qué habrá oído está chica en su casa?
P. A pesar de eso, usted logró avanzar considerablemente en la reforma militar.
R. Es que la ley era la ley y, bueno, pues mandábamos. Yo, por ejemplo, provoco una comida de militares de los tres ejércitos con Suárez. Pero se corta en Marina. Fueron varios generales a oír hablar a Suárez de los proyectos del Gobierno. Aquéllo resultaba muy útil. Y yo lo que hice era bueno para el Ejército.
P. ¿Adolfo Suárez supo tratar a los militares de la forma adecuada?
R. Sí, sí. Ejerció de presidente.
P. ¿Eso que quiere decir?
R. Pues que es amigo de ellos, pero que no admite bromas. Por ejemplo, ese invento de que un día varios generales le sacaron la pistola a Suárez y se la pusieron encima de la mesa. Eso está copiado de Mussolini: cuando el gran consejo fascista hay uno que saca una pistola y apunta con ella al duce. Y Mussolini dice: "¡Bah! ¡Qué me vienes a mí con la pistola! ¡Vete a la mierda!". Pues de ahí se lo sacan. ¿Usted cree que a Suárez le van a hacer eso? ¡No, ni hablar! Lo que pasa es que a los ultras les gustaba decir que a Suárez lo echaron los militares. Ni hablar. ¡A Suárez le echan los de UCD!
P. ¿Por qué fracasa el golpe de Estado?
R. Por varias razones, pero una de ellas es que alguien que tenía que haber entrado en el Congreso no entra. Yo estoy convencido de que había más generales implicados, más de los que se supo luego, pero que se arrugan al final. Y además, es que Milans se lanza creyendo que va a ser Franco, que le van a seguir todos. Pero de eso nada, porque hay algunos que dicen: "No, no; yo de número dos no voy".
P. ¿Cómo que de número dos? Explíqueme cómo es un golpe de Estado.
R. Pues como el del 18 de julio, que lo hicimos nosotros. Tiene que haber unas conversaciones, los mandos de confianza que pueden mover las unidades, organizar la toma de los puestos claves, entre otros los medios de comunicación, y conseguir que ese país se quede en estado de guerra bajo el mando militar. Lo que intentó Milans en Valencia. Pero, claro, en este caso se ve que el número uno iba a ser Milans y algunos generales que pudieran ser tendentes al golpe no querían ir detrás de Milans. Al contrario de lo que pasó en su día con Franco, que se dijo: Franco, el número uno, y los demás aceptaron. Aquí no.
P. Entonces lo que se juega en un golpe de Estado es colocarse en buena posición de mando.
R. Hombre, claro. Es la ambición, la ambición. ¿Usted cree que les importa un pito que maten a un guardia civil? Nada. Les importa lo que a todos, lo que a mí, pero no es eso lo que les lleva al golpe aunque usen esos argumento: que íbamos a romper España y que nos alegrábamos del terrorismo, o que nos tenía sin cuidado que mataran a todo el mundo.
P. Y desde ese punto de vista, ¿para qué se intenta este golpe?
R. En ese golpe del 23-F yo creo que lo que Milans tenía pensado era quedarse de mando militar, pero Armada va a otra cosa. Y algún paisano que debe haber por ahí, también. Armada tenía el pecado de la soberbia. Él se consideraba más listo que Milans, y lo es. Milans es más militarote. Yo tuve una entrevista con Armada el día 13 de febrero, que llegó tarde a mi despacho porque había tenido audiencia con el Rey. Y tuve una agarrada con él de tres cuartos de hora, una discusión tremenda. Salí con un dolor de cabeza tremendo y haciendo un juicio temerario. Yo dije: este tío es tan monárquico, tan monárquico, que es capaz de pedirle la abdicación al Rey. Él quería manejar. Y, desde luego, lo que quería era pegarle un giro al país y acabar con todo. Léase usted el parte de Milans y otro que tenía preparado el capitán general de Baleares (teniente general Manuel de la Torre) que era todavía peor. Pero ése al final no se echó para adelante.
P. ¿Por qué?
R. Porque se arrugó y porque intervino el Rey. Pero es que ellos no lo hablaron. Milans sólo lo habló con tres o cuatro: con Tejero y con algunos más, pero Milans no estaba al habla con el de Sevilla, y con el de Barcelona, y con todos los demás. Eso no lo hicieron porque, entre otras cosas, nosotros nos hubiéramos enterado. Lo organizaron todo pensando que los demás se les iban a unir y que el Rey les iba a apoyar. Calcularon muy mal. Se equivocaron. Yo estaba seguro de que si al Rey no le habían cogido iba a actuar como actuó.
P. ¿Ha sido importante que el Rey haya sido el jefe supremo de las Fuerzas Armadas?
R. Completamente. Si no hubiera sido así, nos habríamos ido a hacer... Si el Rey, en lugar de ser el jefe, es don Rodríguez Pérez, habría sido muy distinto.
P. ¿Quién le respalda a usted en toda su acción de inicio de reforma de las Fuerzas Arinadas?
R. El Rey y la disciplina.
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