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EXCURSIONES: CAMINO SCHMID

Del Tirol a Preciados

Un sendero trazado en 1926 por un austriaco lleva de la paz de la Fuenfría al caos de Navacerrada

Observaba Cela en su Cuaderno del Guadarrama que Ias gentes de la ciudad, "las gentes que se arriman al monte en autocar y quizá con una pistola en el bolsillo porque piensan que el monte muerde, tienen una moral que, para ellos, les sirve, aunque sea más falsa que Judas". Es la misma moral urgente y bravucona del ciclista que, ataviado cual power ranger, escala hoy el puerto de la Fuenfría por la calzada romana, desbarajustando a su paso el pavimentum, y que, llamado tímidamente al orden por algún peatón, le escupe por el colmillo: "¿Qué pasa? ¿Que se rompen las piedras?".Eduardo Schmid, que estuvo largo tiempo a cargo del albergue de la Fuenfría -a la vera misma de la vía milenaria-, le hubiera tirado una bota al cogote al chulito de marras. Le hubiera dado disciplina austriaca. Tal era la nacionalidad de este montañero que, añorando acaso los riscos y vericuetos del Tirol, fue y se enamoró del Guadarrama a principios de siglo, cuando nadie en Madrid había visto más sierra que la de 'los cuadros de Velázquez.

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Nieve en marcha

Schmid era el socio número 13 de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, que alumbró en 1913 Constancio Bernaldo de Quirós. Schmid dirigió el albergue de la Fuenfría, construido en la cabecera del valle con pinos de Valsaín que el rey Alfonso XIII regaló a estos pioneros. Pero el tiempo, que arruina edificios y disuelve sociedades, hará que Schmid sea recordado por haber traza do en 1926 la senda que lleva su nombre, desde la puerta del albergue hasta el puerto de Navacerrada, pasando por la umbría de Siete Picos. Hermosa gloria para alguien que fue antes que nada, caminante.

Personados, pues, en la pradera de los Corralillos, que es donde se erige el albergue, los excursionistas emprenderán la marcha por la vecina carretera de la República, que a dos pasos del establecimiento se convierte en pista forestal cerrada al tráfico mediante barrera. El camino señalizado con círculos amarillos, es de los que no se pierden ni aposta. Tan sólo habrán de estar atentos a la primera curva que describe la pista para una vez sobrepasada, desviarse a la izquierda por la senda que se adentra en el pinar.

A partir de aquí, el sendero se empina como cuesta de enero, debiendo ganar los caminantes en sucesivas revueltas el largo trecho que media hasta el collado Ventoso (1.892 metros). Antes se toparán de nuevo con la carretera de la República, la cruzarán, recobrarán aliento en la fuente de Antón R. Velasco y se asomarán cuando la fronda lo permita, a las ciclópeas escombreras de Majalasna y del segundo de los Siete Picos.

Superado el repechón los excursionistas buscarán al otro lado del calvijar las señales amarillas para reanudar la caminata sin apenas perder altura. La pradera de Navalusilla y el arroyo del Telégrafo jalonan este paseo que tiene algo de marítimo, salpicado en sucesivas oleadas por el océano verdinegro del pinar de Valsaín.

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Precisamente por eso, porque es horizontal y es sucedáneo del mar, este tramo registra un tráfico notable de domingueros. Y no digamos ya en las vecindades de Navacerrada: allí hay tiros.Por haber, hay hasta individuos que, en época de nieve, se deslizan por estas laderas sentados sobre tapas de váter. Como lo oyen. Comparada con el puerto, la calle de Preciados es un claustro cartujo.

Observaba Cela que "la vieja ley de los caminos, aquella de dar la mano y media capa a tiempo, estaba ya tan agonizante como un ave a la que hubiera pillado la tormenta en un calvero". Las gentes de la ciudad, las que aún se arriman al monte, ya no dan ni los buenos días. Y la mano, la tienen asaz ocupada con el motorola, los esquíes o la tapa del váter. Si Schmid levantara la cabeza...

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