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Seguridad en la riqueza

El paraíso es la estabilidad en el bienestar; el paraíso es perennidad, la incertidumbre impregna el edén de inquietud. Creo que siempre se ha sabido que era así, pero en algún momento muchos, incrédulos ya en la otra vida, habían conquistado la presente y terrenal. El socialismo realmente existente era, entre otras cosas, promesa de seguridad. En los países europeos no socialistas, la seguridad económica ha sido el componente básico. politicamente eficaz, del estado de bienestar; y, para ser digna de tal nombre,afecta a la perspectiva de nuestra vida y la de nuestros descendientes conocidos.En los países de socialismo real se han desmoronado todas las seguridades. Pero también en los otros, los prósperos, Y que no han dejado de serlo, la seguridad se ha debilitado: el paro introduce inseguridad aquí y ahora mismo, y también en los augurios sobre el futuro, sobre las coberturas de bienestar en una vida que se ha alargado unos cuantos años y, a la vez, se vislumbra económicamente más problemática. De repente, aunque sin quiebra del sistema, la inseguridad se ha presentado: como nos creiamos seguros, la frustración ha sido grande y una cierta desazón se difunde

Las empresas siempre han sido ejemplo, en una economía libre, de muerte frecuente; pero ahora el cambio permanente es su propia esencia; en el conjunto no hay problema, de momento, lo que nace es más que lo que muere, y lo que no muere renace contituamente al cambiar; pero las empresas, la unidad básica de nuestra existencia económica, son entidades humanas, están integradas por seres humanos que, por tanto están sometidas a este crecer y morir incesante: el puesto de trabajo y el post-puesto de trabajo, de un modo u otro, se anclan en suelos cambiantes que exigen esfuerzos permanentes de adaptación, muerte y resurrección.

La prosperidad de los países ricos es cada vez mayor, su renta crece sin esfuerzo aparente todos o casi todos los años; se puede estar bastante seguro de que seguirá siendo así; y la media de lo global no es engañosa; pero la bonanza del conjunto somete a muchos de los individuos que lo integran a la fricción, del cambio incésante, del ojo avizor sin descanso, de la adaptación sin reposo de eso que llamamos, también por feo nombre, la competitividad. Si la seguridad colectiva está, podemos decír, razonablemente asegurada la individual se entrevera de incertidumbre... De ahí la inquietud de quienes gozan de su pensión, y de los que necesitarán su pensión para vivir, desde que sean expulsados de la comunidad productiva al paraíso (falaz) del descanso bien ganado. De ahí que hablar del futuro de las pensiones sea discurso mal recibido, porque la discusión misma prueba lo discutible del asunto y desestabiliza a las parroquias y clientelas.

Y, ¿por qué la seguridad ha sido un sueño desvanecido? En la raíz última está, digamos, la demogracia; el mundo se puebla y puebla, y ahora, la humanidad, en vez de guerras de exterminio, por lo demás de dudosos resultados, ha optado por comerciar, abrir el cambio de la efectiva competencia, dejar a todos los países que entren en la carrera de la subsistencia o, si quieren, de la riqueza; lo que ha sido posible por la previa y simultánea difusión de los conocimientos tecnológicos adecuados; para los países ricos siempre será mejor esa, solución que la de convertirse en fortalezas inasequibles al comercio, pero no a la penetración de los desheredados que sitian sus fronteras. Eso es lo que se llama la mundialización. Hemos tenido que mundializarnos para vivir en paz; y, al hacerlo, hemos derribado barreras, y así desaparecen privilegios, o sea seguridad individual, aunque sigamos con el enriquecimiento colectivo; no se trata sólo de Europa, sino del universo mundo. Y creo que, en las presentes circunstancias, es lo mejor que podemos hacer, es lo más humano. De ahí el sentido hondamente reaccionario de los recientes (y tan admirados por la progresía calificada) acaecimientos franceses.

Y así, al menos, hasta que el mundo se organice, como algunos sueñan, mediante la atribución, por países, de rigurosos cupos demográficos, a cumplir por la coerción o la convicción, de modo que la competencia sea más elitista, y, por tanto, permita una seguridad económica mejor.

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