_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Buridán

Enrique Gil Calvo

Con su olfato habitual, Felipe González ha sabido resumir en una fórmula retórica el dilema que le embarga, dada su incapacidad para decidir si continúa presentándose como candidato presidencial o no lo hace. Así realimenta el expectante suspense que mantiene en vilo a la opinión pública. ¿Mera maniobra para marear la perdiz, distraer la atención, invadir los titulares de los periódicos y recuperar iniciativa política? Quizá. Pero al margen de su explotación electoralista, también hay motivos para una indecisión auténtica, sobre todo tras la deserción atlántica de su alter ego Solana. Efectivamente, no se puede saber qué sería mejor para el porvenir del partido socialista, si presentar a González como primer candidato o buscar alguna otra alternativa. Pero, en este último caso, ¿cuál?: ¿otro dócil sosias de Solana o alguien quizá desobediente pero más audaz, capaz de plantearle cara como jefe de la oposición al torvo Aznar?Pero la fórmula usada por González piara definir su indecisión no podría ser más ambigua: su continuidad al frente de la candidatura socialista ¿es la causa o la solución del problema? Esta adivinanza, como las enigmáticas parábolas que utiliza Cristo en el evangelio de Mateo, encierra una falacia, pues puede ser respondida salomónicamente: si González es la causa del problema, sólo él posee su solución. Así, los cuernos de este dilema semejan los montones de heno que mataron de hambre al asno de Buridán, ya que González, para no morir de éxito, duda entre retirarle a la secretaría del partido o aceptar la batalla por la presidencia. Pero ambos extremos no son excluyentes, pues pueden abordarse simultáneamente: si él es el problema, ¿por qué no se retira de La Moncloa y también de Ferraz?

El ejemplo de Thatcher no sirve, pues la dama de hierro hubo de abandonar tanto el Gobierno como la jefatura del partido, mientras que su émulo González, al postularse como problema en vez de solución, no parece que ofrezca retirarse del todo, pues sólo renuncia a una candidatura ya devaluada (a jefe de la oposición en vez del Gobierno, dada la casi segura derrota electoral), pero no a la secretaría general. Así que en la adivinanza de González se oculta cierto doblez, pues para ser veraz debería ofrecer su retirada simultánea tanto de la cabeza del ticket como de Ferraz. Y no hay tal, pues las objeciones que se oponen contra Borrell, porque resultaría incontrolable como jefe de la oposición, revelan que las estrategia de La Moncloa pasa por seguir ejerciendo desde Ferraz todo el poder en el seno, del partido.

Duplicaciones al margen, lo cierto es que la pregunta esencial no admite fácil respuesta: ¿González debe presentarse o retirarse? Aquí es donde surgen las hamletianas dudas entre ser o . no ser candidato. Razones a favor de no serlo hay muchas, y bien fundadas. Algunas acomodaticias, como despreciar el cargo de jefe de la oposición, rehuir la segura derrota o negarse a seguir siendo objeto de una cruzada inquisitorial (pues si Barrionuevo no dispone otra cosa, la persecución comenzará a extinguirse en cuanto González abandone La Moncloa). Pero otras son éticas, pues una forma de asumir la responsabilidad política por los casos Filesa y Gal, ya que en su día no se dimitió ante el Parlamento, sería la de renunciar ahora a presentarse. Y así se lograría desactivar el ciclo de creciente deterioro, político, adquiriendo a precio incierto mayor sosiego institucional.

Pero también hay razones a favor de continuar. Algunas utilitarias, como rentabilizar los méritos europeos o encarecer la temible mayoría absoluta de Aznar. Pero otras son morales: González debe responder ante sus electores sobre el grado de cumplimiento de su promesa de cambio sobre el cambio. Y debe enfrentarse además a la presunta conjura contra el Estado que halló en él su primer abogado defensor: ¿acaso de ser cierta cabría retirarse? En fin, la solución del problema González sólo reside en el veredicto de los electores: ¿se tiene derecho para eludirlo a salirse por la tangente?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_