Un corredor de fondo siempre disponible
La capacidad de compromiso y su discurso posibilista, claves en la carrera política de Javier Solana
Si se rescatara de los archivos de la CIA la ficha de Javier Solana Madariaga de principios de los años setenta, la respuesta bien podría ser: "Joven nacionalista español de maneras radicales, contestatario, pacifista, llamado a formar parte de la cúpula del Partido Socialista, bien conectado con los centros de poder del establecimiento español, y persona con la que se puede hacer business. No es antinorteamericano, incluso ha pasado por nuestras universidades. A 15 años vista es un futuro líder de su país"Pero ni los analistas más visionarios de la Agencia Central de Inteligencia vislumbraron entonces que este progresista español de la cultura de mayo del 68 dirigiría la Alianza Atlántica, contra la que se pronunciaba entonces, 25 años después. Gracias a una beca Fulbright pasó cinco anos en una universidad norteamericana realizando el doctorado y vivió la lucha por los derechos civiles y la protesta contra, la guerra de Vietnam, a la que se sumó. También trabajaría como investigador en la multinacional Philips, en Holanda. Este físico teórico, profesor de Ciencias Físicas en la Universidad Complutense de Madrid, fue enseguida captado por el veneno de la política antifranquista en los años 60. En 1964 ingresa en el PSOE. El sobrino del patriarca liberal Salvador de Madariaga iniciaba, quizás sin saberlo, una carrera irreversible de político profesional.
El azar quiso que Javier Solana (Madrid 1942), hijo genuino de la burguesía ilustrada madrileña, educado en los rescoldos de la Institución Libre de Enseñanza, alumno del colegio de El Pilar, semillero de la clase política del posfranquismo, se encontrara con Felipe González Márquez la necesidad. El abogado recién llegado de Sevilla, que acababa de quedarse con las siglas del partido de Pablo Iglesias, desembarcaba en un Madrid hostil decidido a hacerse con la hegemonía de la izquierda en el posfranquismo. Los Solana, Javier y también su hermano Luis, introdujeron a Isidoro en los salones madrileños dándole a conocer en círculos económicos. Javier creyó en él desde un principio y ha cimentado su carrera política en una lealtad sin fisuras a Felipe.
Y con la evidencia declarada de que nunca le haría sombra siempre un paso por detrás. Dicen que González, un hombre prácticamente sin amigos, sí considera su amigo a Javier Solana. En los momentos más duros de los últimos 13 años, González resolvía su soledad llamando a Javier a La Moncloa como paño de lágrimas. Solana es el único ministro del primer Gobierno de la alternativa socialista de octubre de 1982 que queda aún en el Gobierno. Reconoce haber sacrificado su vida familiar, su mujer y sus dos hijos, a su constante disponibilidad política. Austero en el vivir y honesto a carta cabal, no se ha visto salpicado por ninguno de los escándalos de los últimos años.
Todos los demás se fueron cayendo por diferentes motivos. Algunos incluso, como Guerra, Boyer o Solchaga, se creyeron con más méritos para llegar, hasta arriba y muchos miraron, equivocadamente, por encima del hombro a Solana, eterno vicepresidente de repuesto y ungido cabeza de cartel para la sucesión felipista, que se va a Bruselas sin. apurar el cáliz del último servicio al partido que ya había aceptado. Durante esta larga década Solana, ha ido acumulando experiencia, administrativa. Siempre ha estado disponible, lo mismo para un roto que para un descosido. Armado sólo con la especialidad de generalista de la política, ha pasado por Cultura y por la portavocía del Gobierno; más tarde, Educación. Tras la huelga general de diciembre de 1988 fue uno de los ministros responsables del desbordamiento del gasto público, algo de lo que ahora se lamenta. Y cuando murió Francisco Fernández Ordóñez en 1992, le tocó Exteriores. Aspiró a la Vicepresidencia, pero se conformó y acertó. ¿Dónde está hoy Narcís Serra?
Solana, que vivía obsesivamente la política. interna, el juego del PSOE, se vio obligado a estudiar los dosieres, sobre todo el europeo, que ha llegado a dominar, y a entrar en una dinámica casi constante de viajes al extranjero y de machacona presencia en los telediarios. Pero nunca ha perdido de vista que la política, con mayúsculas, es la nacional. Es capaz de llamar a un periódico desde Washington, a la hora del cierre, para saber cómo se va a dar su presencia en una importante reunión de los grandes. En estos detalles es un fiel seguidor de los modos de Paco Ordóñez. Pero sólo en esto.
Tiene Solana un discurso generalista, componedor, sin aristas, preocupado de no crearse enemigos. Es un experto en no mojarse para desesperanza de los periodistas, a los que gusta de agotar en charlas interminables de madrugada, en los salones decimonónicos del Palacio de Viana, por los meandros de un discurso regeneracionista de compromiso socialista y de transformación de la sociedad. Adicto al trabajo, de poco sueño y mucho teléfono, sólo tiene el hobby del tenis y caminar por el monte. Vicios, ninguno ni siquiera el buen comer o el buen vino. Manifiesta una necesidad, casi física, de ser querido por su interlocutor. Después de Suárez, es el político que más y mejor abraza de España. A veces ha sido motejado como "la sonrisa del felipismo" y Alfonso Guerra dijo de él que estaba al frente de la "secretaría de estudios y abrazos". Solana se transmuta en las campañas electorales en un encendido político mitinero, de voz ronca, con capacidad de calentar. a la parroquia de la periferia industrial madrileña. Sin embargo, su mensaje de diario, pausado y tranquilizante, no llega a llenar las ondas o las pantallas de televisión.
Ha sabido mantener el equilibrio en las peleas del partido, al qué ha dedicado muchas horas, desde la agrupación de Majadahonda, dejándose querer por los renovadores pero sin enfrentarse con los guerristas. Los qué más le conocen destacan como clave en su carrera el sentido del equilibrio político, su pragmatismo y la capacidad de establecer contactos con gente muy distinta sin desagradar a nadie. Desde los años 70 supo de la importancia de las buenas relaciones con La Zarzuela, que ha reforzado en su última etapa como ministro de Exteriores.
Carece de un discurso internacional elaborado; no es un académico de la política exterior. Ha tenido suerte. Las crisis de Bosnia y de Oriente Medio, unidas a la presidencia española de la UE, le han servido de palanca en su salto a la OTAN. Las dos primeras le han sido muy útiles para darse a conocer en Washington como un político fiable y fiel a la relación trasatlántica. Su rasgo político más acusado: la capacidad de consensuar le ha dado el triunfo internacional. Nada mal para alguien que a finales de los años setenta se declaraba un "marxista posibilista y dogmático". Ha obtenido el premio del corredor de fondo.
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