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El taxímetro marcaba muerte

Reconstrucción de los 60 minutos en los que se cometió el doble crimen de los taxistas

Jan Martínez Ahrens

El 21 de noviembre de 1994 una pistola semiautomática Reck, preparada para cartuchos del calibre 6.35, marcó la hora más negra del año. Fueron 60 minutos exactos, que empezaron a contar, justo a medianoche, cuando una pareja de camellos apretó el gatillo de la Reck contra un taxista, y que acabaron a la una de la madrugada, cuando los mismos asesinos volaron la cabeza a otro chófer. Todo ocurrió en pleno centro de Madrid y en un radio de acción de 850 metros. Se trató de un crimen implacable, en el que las dos víctimas, -ambos padres de familia- murieron por la espalda y por un botín que apenas alcanzó las 5.000 pesetas en metálico. Los asesinos, ni tan siquiera les dieron tiempo a bajar el taxímetro. Un caso brutal. Tanto, que al amanecer de ese día, hace hoy un año, cerca 15.000 enfurecidos taxistas paralizaron por completo el tráfico de la ciudad. Una gigantesca protesta que disparó la maquinaria policial. En menos de 24 horas fue detenido el primer acusado, Rachid Mufrag, a la sazón de 24 años. Y el 22 de noviembre fue capturado -por una casualidad- Abdeslán Kayat, de unos 30.

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Desde entonces, la Reck semiautomática se ha enfriado y el proceso judicial ha avanzado a trompicones: tres acusados, han sido puestos en libertad sin cargos tras ocho largos meses de prisión -nadie les ha indemnizado- y los dos supuestos autores del doble crimen siguen encarcelados a la espera de juicio sin que se sepa a ciencia cierta cuál es su nombre verdadero. Tampoco ha corrido mejor suerte el móvil, que aún permanece oculto tras las contradicciones de los acusados -un informe psicológico señala que Abdeslán miente cuando lo considera necesario- y la niebla de su drogadicción. En esta amalgama, la única luz procede de la reconstrucción emprendida por el juez instructor. Su informe muestra el recorrido que trazaron los dos inmigrantes esa noche. Un agua fuerte que se inició cuando salieron de un pub de Centro y pararon el taxi de Felipe García Fernández, de 51 años. Abdeslán, arremolinado en el asiento trasero izquierdo, pidió al conductor que les llevase al número 9 de la calle de Rodas, donde vivía alquilado con otros inmigrantes. Sin embargo, a la altura de Huerta del Bayo, Abdeslán dijo al taxista que, parase. García Fernández, vecino de Leganés y padre de tres hijos, obedeció a sus clientes. En pago recibió un balazo en la cabeza. Eran las doce de la noche. Los dos pasajeros se lanzaron a la rapiña: un puñado de monedas, el reloj, el radiocasete y una bandolera. El taxímetro- seguía en marcha cuando abandonaron el vehículo. Un testigo les vio salir. No recuerda sus. palabras, pero asegura que les oyó hablar a gritos. Una voz que se diluyó por, las callejuelas, mientras, atrás, tendido sobre el volante, quedaba García Fernández y las huellas dactilares de Rachid. Eran las 0.15 y el reloj afilaba otra vez sus agujas.

Los dos corpulentos inmigrantes se dirigieron al apartamento de la calle de Rodas. Allí se cambiaron de ropa y se limpiaron los restos de sangre. Una vez aseados, volvieron a pisar el asfalto. Sobre las 0.30 entraron en el pub Balandros, en el paseo de Santa María de la Cabeza, 67. Bebieron whisky y esnifaron cocaína. Pero una turbia corriente les arrastró afuera. Poco antes de la una de la madrugada pararon otro taxi. Esta vez iba al volante Federico García Nogal, de 47 años, vecino de Víllaverde y padre de dos hijos adolescentes. Sus verdugos repetieron el ritual. Se situaron en los mismos asientos y le pidieron que les condujera a la calle de Rodas. A la altura de Sombrerería, llegó, el fatídico alto y el escupitajo de la Reck: a bocajarro contra la cabeza del taxista. Y, de nuevo, la rapiña. Y las huellas de Rachid desparramadas por el vehículo. El reloj marcaba la una de la madrugada. Empezaba la huida.

Se encaminaron al apartamento, donde se le escapó un tiro a Rachid. La bala se incrusté en la pared. Taparon el agujero con harina y agua, y abandonaron en un armario el botín. Entonces, acordaron separarse.

Rachid, acostumbrado a que las órdenes de búsqueda y captura no le alcanzasen, regresó a su nido, una casa abandonada de la calle de Lérida, donde solía estallar de gusto con decenas de pastillas Rohipnol mezcladas con caballo. Así, a la mañana siguiente, ajeno a la alarma que sacudía Madrid, volvió al arrullo de la plaza de Santa Ana, donde trapicheaba con hachís.

No sabía que las huellas dactilares descubiertas en los taxis le habían conferido un rostro para la policía. La fotografía de su ficha policial -contaba con 17 antecedentes- coronaba las comisarías, por encima de las imágenes de los etarras. Esa misma tarde fue reconocido por una pareja de agentes y detenido mientras departía con sus amigos en Santa Ana. En la mugre de sus uñas aún guardaba restos del disparo que se le había escapado, Al día siguiente, en los calabozos de la plaza de Castilla coincidió con Abdeslán, capturado por la mañana. Ambos se acusaron del terrible doble crimen, del asesinato de dos hombres cuyo último aliento lo selló una pequeña pistola de fabricación alemana.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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