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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Juppé arriesga

ALAIN JUPPÉ se ha ganado, por fin, los galones de primer ministro. Quedan atrás seis meses malgastados, en los que el presidente Chirac ha enterrado una a una sus promesas de candidato, mientras Juppé, como jefe de Gobierno, acumulaba errores, con un primer Gobierno caótico y problemas con la justicia, como el penoso asunto del piso de alquiler privilegiado. Si Juppé hubiera dimitido la semana pasada, su esquela política hubiera sido breve: no hizo nada. Con el plan de reforma de la Seguridad Social, la situación cambia. Porque Juppé muestra la valentía necesaria para hacer frente a uno de los problemas estructurales más graves de Francia. Porque lo hace enfrentándose a estamentos muy poderosos, como son, entre otros, los sindicatos, los funcionarios, los médicos o la industria farmacéutica. Y además, porque su plan, aunque por supuesto criticable (más impuestos no progresivos, en perjuicio de los más humildes), es coherente y ambicioso.En la campaña electoral, Chirac declaró la guerra al conservadurismo y a la tecnocracia. Juppé se erige ahora en campeón de una y otra cosa. La reforma que propone es la que hubiera querido impulsar Édouard Balladur, de no haberse visto limitado por su carácter y por sus aspiraciones presidenciales. Chirac está encantado. El giro hacia el posibilismo y hacia la ortodoxia, anunciado por el presidente el pasado 26 de octubre, tiene un primer resultado concreto.

Juppé sigue siendo, sin embargo, un primer ministro con graves problemas. El más urgente, las reacciones contra la reforma. Los funcionarios, a quienes se alarga a 40 años el tiempo de cotización para acceder a la máxima pensión de jubilación, y todo el sector público, que pierde sus regímenes de privilegio dentro de la Seguridad Social, se sumarán previsiblemente a la protesta de los sindicatos. Éstos han disfrutado durante décadas de un poder inmenso -con muy popas responsabilidades- en la gestión del Estado de bienestar. Y Juppé sabe que tiene que quebrar tal anacronismo. Médicos y empresas farmacéuticas tampoco pueden, estar satisfechos por la reforma. El recio y anejo corporativismo francés anuncia la guerra a la reforma.

Se advierten, sin embargo, fisuras en el frente antirreforma. La Confederación General del Trabajo convoca una huelga general para el próximo día 24, pero la Confederación Francesa Democrática del Trabajo -primer sindicato en afiliados- participará sólo en acciones puntuales, ya que ve elementos positivos en la reforma. Tal división se percibe también en el Partido Socialista y sus satélites. Dos ex ministros de Sanidad, Bernard Kouchner y Claude Evian, han calificado de globalmente positivo el plan Juppé.

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El primer ministro ha osado plantear la reforma. Ahora tiene que aplicarla. Las dificultades serán ingentes. Si la protesta social de la semana próxima es masiva, Juppé verá cómo se disuelve el respaldo parlamentario que ha obtenido. Aparte de las dificultades de fondo. Porque el aumento de la presión fiscal puede ser la puntilla para una economía herida por la falta de consumo, el dinero caro y el pesimismo. En todo casó, el de Juppé es el primer intento serio (y hubo 22 en los últimos 25 años) de compaginar el Estado de bienestar con un paro estructural elevado y con una economía mundializada. No basta con pagar la deuda de la Seguridad Social, de casi siete billones de pesetas. Hace falta equilibrar gastos e ingresos y garantizar la asistencia sanitaria y la jubilación digna para todos. El proyecto asegura conflictos y sinsabores. Pero, si funciona, el plan Juppé pudiera ser guía para otros, países. España, sin ir más lejos.

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