El atentado de Riad alarma a los aliados de Estados Unidos en el golfo Pérsico
Las despóticas y multimillonarias monarquías árabes del golfo Pérsico están asustadas. Ya no de una invasión iraquí: la bomba que hace dos días mató a cinco norteamericanos (además de un filipino y un indio) en misión militar en el corazón de Riad, la capital saudí, ha rubricado un tenebroso mensaje: el matrimonio de conveniencia entre el rey Fahd y Estados Unidos se ha convertido en una relación fatal y nadie que obedezca el diktat de Washington en la región está libre de la furia de los perseguidos opositores musulmanes.
Es una nueva era. Lo apuntaba ayer el prominente especialista en asuntos saudíes Riad al Rayes. "La oposición a los regímenes arabes del Golfo ha pasado del fax a las bombas" dijo refiriéndose a la campaña propagandística desde el exilio y el devastador efecto del coche bomba que destrozó un edificio de la Guarda Nacional saudí cedido al Ministerio de Defensa norteamericano.En suma: a pesar de los omnipresentes y férreos sistemas de seguridad saudíes, la impresionante protección militar estadounidense y el perenne miedo a las a menudo caprichosas represalias oficiales, los grupos de oposición han demostrado que Arabia Saudí, el Estado policiaco por excelencia en el Golfo tiene un talón de Aquiles y que la casa de los Saud es tan vulnerable como los trenes en Egipto, las calles de Ginebra o los arrabales de Argel. Mientras la policía saudí trataba de dar con los autores del atentado más audaz de los últimos tiempos, EE UU afirmó que no piensa reducir su presencia militar en el reino y que nada hará variar sus compromisos con su principal aliado y cliente en el mundo árabe. Para darle inmediato énfasis a esa declaración, Washington anunció el envío de 13 agentes del FBI para ayudar a investigar los móviles del atentado y, sobre todo, identificar a sus autores. Esto puede exacerbar las cosas. La llegada de la misión del FBI significa que Washington está dando un paso adicional para ayudar al régimen saudí a mandar a los culpables (o sospechosos) a la cimitarra de los verdugos. "En los próximos días vamos a ver un notable incremento de decapitaciones", pronosticaba un analista. El resentimiento popular árabe hacia la tradicional política saudí de complacer a EE UU jugando pon el precio del petróleo o enriqueciendo a la industria norteamericana comprando ingentes cantidades de armamento moderno va obviamente en aumento. Por supuesto, el rey Fahd ignora públicamente este hecho y acusa a "factores extranjeros hostiles" por el ímpetú de la oposición en su anacrónico y represivo feudo, pero observadores independientes dicen que, tarde o temprano, no le quedará más remedio que aceptar realidades amargas. Como la falta de una reforma política que permite, por lo menos, a sus dóciles críticos liberales.
El atentado del lunes, que además de muertos dejó por lo menos 60 heridos (siete de ellos en estado crítico, de los que cinco son norteamericanos), es esencialmente visto como expresión de repudio a la presencia de infieles, en tierra musulmana sagrada y a menudo descritos con ira histórica como los nuevos cruzados".
En Arabia Saudí hay por lo menos 30.000 norteamericanos, en su mayoría empleados de compañías petroleras, a quienes el Departamento de Estado instó ayer a tomar "las máximas precauciones" frente a la nueva amenaza. Unos, 5.000 son asesores militares de la Guardia Nacional, el principal aparato de seguridad de Fahd, tristemente célebre por sus poco ortodoxos métodos para combatir incluso a los más tibios críticos.
Algunos parlamentarios kuwaitíes ventilaron ayer su angustia por el giro que van tomando las cosas en Arabia Saudí. Uno de ellos declaró con evidente alarma: "Dependemos de la protección de Estados Unidos. La continuidad del régimen en Arabia Saudí es vital para mantener la estabilidad en la zona."
En las monarquía del golfo Pérsico donde casi siempre las protestas contra los métodos dictatoriales se atribuyen a "elementos externos" -un eufemismo que denota las permanentes sospechas de interferencia revolucionaria iraní-, nadie se ha atrevido todavía a culpar directamente a Teherán o a Bagdad. "No pueden hacerlo", comentó anoche un veterano analista de la escena saudí, "sencillamente porque no tienen pruebas. Las causas de la crisis son internas".
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