El centro de gravedad

Lo mismo da que llueva o que salga el sol, que la noticia amanezca en El Mundo o que explote en un capítulo avanzado por Diario 16 -cuyos directores son colegas del sindicato que monopoliza la verdad y la decencia-. A la audiencia se le inocula la dosis oportuna de abeceína, como decía Cuco Cerecedo, para que sin distracciones vuelva al estribillo coreando el "delenda est González ". La aniquilación política del presidente ha sido declarada preceptiva por la autoridad escolar de Ansón que acepta el propio Treyijano y sólo cuando se produzca nos llegarán todos los bienes económicos, políticos, morales, meteorológicos, ferroviarios y tecnológicos de los que mientras estaremos ayunos.Quienes no quieren quedar en manos de gentes, tan terribles, tan llenas de certezas, han podido comprobar estos días cómo la cobardía ha producido las páginas más valientes, según tenía advertido Antonio Tabucchi a sus lectores de Réquiem. Pero, más allá de los detalles y declaraciones y vicisitudes de los De la Rosa, Conde, Prado y sus respectivas cuadrillas, si se quiere recuperar la visión de conjunto y ganar en inteligibilidad se impone el repaso de algunas nociones elementales de la relación política-estrategia a las que ya Clausewitz concedía importancia decisiva: 1) la noción del punto culminante de la victoria; 2) la noción del centro de gravedad del enemigo; 3) la relación entre la ofensiva y la defensiva.

Según aclara Aníbal Romero en su estudio sobre "Estrategia y política en la era nuclear", el punto culminante de la victoria, como principio estratégico, consiste en saber cuándo detenerse, en apreciar correctamente hasta dónde es posible llegar sin correr riesgos innecesarios que pongan en peligro los logros ya obtenidos. Sobrepasada esa culminación victoriosa empieza ese morir de éxito tan bien ilustrado con la invasión napoleónica de Rusia, por no hablar del proceso de sencadenado aquí tras los resultados electorales del 93 en el que todavía estamos. Esta falta del sentido de los límites es un factor común de personajes como Vilá Reyes, José María Ruiz Mateos, Javier de la Rosa, Mario Conde et alia. Son insaciables, adictos al mito del progreso indefinido, condena dos a perecer de éxito por su incapacidad de contenerse más allá, del punto en el que los logros se transforman en quiebras. De haber leído al poeta Valente habrían podido curarse de la infalibilidad de la buena estrella aprendiendo que "lo peor es que se tiene razón por haberla tenido".La segunda noción básica que tanto ayudaría es la de averiguar dónde yace el centro de gravedad del enemigo, para lo cual es necesario entender su guerra, es decir observar la guerra desde la perspectiva del enemigo. Sólo así se puede. determinar cuál es el área de intereses fundamental para el adversario y proyectar la dislocación que aseguraría su derrota. Es decir, para determinar el centro de gravedad del enemigo es preciso averiguar con exactitud que guerra lucha éste. A partir da este concepto, si volviéramos a examinar el caso de Javier, de la Rosa y de Mario Conde, verificaríamos que para ambos evitar el regreso a la prisión es cuestión fundamental, por la que están dispuestos a todo. Ganados por ese vértigo, el tándem Conde-De la Rosa se ha abonado a la pendiente de llevar las cosas hasta las últimas consecuencias, con el agravamiento e irreversibilidad propios de semejante inclinacion.

Por último, en este esquema debe atenderse a la disimetría ofensiva y defensiva. Enseguida hay, que aclarar que la fuerza del más fuerte, no es directamente, proporcional a la debilidad del más débil y, además, recordar que dos antagonistas pueden equilibrarse si cada uno es el más fuerte, uno en la ofensiva y otro en la defensiva. De ahí, el error de Javier de la Rosa y de Mario Conde, que han pasado de la defensiva basada en la disuasión nuclear a la ofensiva del first strike lanzando la bomba atómica sucede que los autores de los disparos nucleares, una vez consumadas las explosiones, ven gravemente mermada su capacidad de amenazar y se hacen mucho más vulnerables a los ácidos clarificadores y disolventes de la justicia en marcha. Ha sido un error monumental por tanto, el de esas dos figuras en apuros que calcularon obtener la impunidad en medio de la colosal confusión creada por sus detonaciones.