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Los adolescentes

En Estados Unidos la llaman generación Y y en Francia generación sala de espera. En Norteamérica quieren decir que aumenta la incógnita de la X, y en Francia, que no saben bien a dónde van. Los sociólogos de allá y de aquí advierten, sin embargo, que debe prestárseles muchísima atención.Los muchachos y muchachas de hoy, entre los 15 y los 18 años, son una especie nueva y diferente a una subespecie de la conocida juventud. Como conjunto definen un corte generacional de una nitidez que no se había producido en los últimos treinta años. Los años noventa evocan los sesenta también en este revival de una estirpe que puede estar incubando un giro inédito en las últimas décadas. Por el momento ya son más violentos que sus hermanos mayores, viven en un medio más violento y se autorreconocen en cuanto comunidad más agresivos que la generación anterior. No quiere decir que estén pensando en orientar esa energía hacia una reforma de la sociedad. Más bien los sondeos en Estados Unidos o en Europa indican que estos teen-agers sienten a la sociedad como un gran peso sobre sus espaldas, ingrato e indeformable.

Los actuales adolescentes, con todo, son mucho menos pasivos que sus predecesores de la generacióx X. Puede que no vean muy claro el porvenir, pero buena parte de ellos se está buscando la vida precozmente. Cada vez una mayor parte de ellos trata de procurarse un trabajo a tiempo parcial, son más independientes familiarmente y siguen menos los modelos paternos, en parte porque la figura de los padres está menos presente y en parte porque reniegan de la vida que les ven padecer.

Muchos de ellos, en los países más divorcistas, están hartos de que sus padres discutan o se separen tanto, que se encuentren tan poco disponibles y cansados. En Canadá, en Estados Unidos, en el norte de Europa, sobre todo, muchos chicos dé esta generación, lejos de ser los niños mimados de la casa, han tenido que soportar los traumas de las disensiones, los problemas de despido en el padre o en la madre, angustias domésticas a las que han tenido que arrimar el hombro.

Los publicitarios confirman, con el giro radical que han introducido en sus anuncios de los años noventa, que a estos chicos no se les puede hablar de cosas frívolas. Son más adultos de la edad que poseen tras una experiencia vital en un medio más complejo. En su vida ha terminado el porvenir del yuppy, el sexo seguro, la religión de referencia o el respeto a la escuela. Su mayor lugar de socialización es la familia, pero a veces en casa no hay nadie, hablan poco y nadie cena a la misma hora. Las relaciones entre ellos, de otra parte, si se exceptúa la de los amigos, es superficial cuando no brutal, según ilustran los fines de semana españoles. En Francia, la inmensa mayoría se declara antirracista, pero según una encuesta reciente la gran mayoría cree que la sociedad del año 2000 será notablemente más racista que ahora. También son mayoría los que aseguran que el mundo será más egoísta, más injusto y desigual.

Si se atiende a sus ideologías, difusas, confusas, ausentes, podrían considerarse menos políticos que sus antecesores, pero, a diferencia de sus homólogos de hace diez años, son más críticos con la situación. De forma significativa, a diferencia de los que bebían en los vientos del yuppismo, estos chicos no creen que los hombres de empresa en particular puedan hacer algo para cambiar la sociedad y esperan, al menos teóricamente, que la remodelación proceda de un pensamiento intelectual o político. No es que esperen que vaya a suceder esto por ahora, pero ahí están, a la espera. Relativamente quietos, sin aspiraciones concretas, aguardando. ¿Saltarán? El famoso Livre Blanc del Gobierno que se publicó en París a comienzos de 1968 afirmaba que la juventud era una masa apática; en mayo pasó lo que paso.

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