Ante todo, contar la verdad
JUAN ARIAS
A Juan Luis Corcobado Cartes, de Cáceres, le ha creado perplejidad el título de un artículo de este periódico en el que se insinuaba que un juez "pretendía influir ' en el Supremo" con una de sus acciones. Y se pregunta: "¿No habíamos quedado en que no hay que mezclar información y opinión?". Como también le provocó malhumor otro título, sobre tema de terrorismo, en el que se calificaba de "rotundo éxito" el que la policía acabara a balazos con el secuestrador, al parecer desarmado, de un autobús ruso, cuyo cadáver aparecía en la foto tendido en el suelo. Se pregunta también el lector: "¿Y a eso puede llamársele éxito? ¿Es que ahora va a resultar que también los redactores de EL PAÍS hacen suya la desdichada frase de que "el mejor terrorista es el terrorista muerto?".Casi con las mismas palabras se queja, y por el mismo título, Pedro Layant, de San Sebastián: "¿Cree de verdad EL PAÍS", escribe, "que es un éxito de la policía matar al delincuente? ¿No piensa que el éxito hubiese sido detenerlo y ponerlo en manos de la justicia?".
Perplejidades como éstas son comprensibles y los lectores tienen el derecho de pedimos cuentas o explicaciones de lo que pueda turbarles. Y lo hacen. Aunque suelen añadir que lo que no perdonarían, so pena de abandonar el diario, es que se les mienta en las informaciones, o que se pueda usar el periódico para otros fines, por muy nobles que puedan parecer.
De ahí el que algunos jóvenes estudiantes de diferentes facultades de Ciencias de la Información pidan con frecuencia al Defensor del Lector que subraye la función fundamental de la información en este momento en que los medios, según ellos, se dejan tentar a veces por suplencias que no les atañen.
Por eso considero acertada la definición que sobre la función primordial de un diario ofreció Juan Luis Cebrián durante el encuentro organizado hace unos días en Madrid por la sección española del Instituto Internacional de Prensa (IPI). Dijo. Cebrián: "Un periódico responde sólo a los lectores. Su preocupación no debe ser otra que la de contar cosas verdaderas sin siquiera tener en cuenta las consecuencias,". Y añadió que si al contar las cosas un periodista faltase a la verdad o crease, daños a terceros deberá responder ante la ley como cualquier otro ciudadano.
Y es que, sin duda, la función primaria de un diario es la de "informar", antes que la de "formar", como a veces se enseña en algunas facultades de periodismo. Aunque es evidente que toda información lleva implícita una cierta operación formativa o pedagógica. Pero hasta la opinión -que cada vez resulta más importante en una sociedad dominada por la celeridad de la información sin tiempo para digerirla- acaba siendo secundaria frente al imperativo de "informar". Un diario que no contara cosas, por mucha y magnífica opinión que tuviera, no sería un periódico, sino otra cosa.
Otros modos de mentir
El problema está en que las noticias dadas sean verdaderas y no falsas o manipuladas. De ahí la preocupación de los diarios más responsables por darse normas de conducta internas o a través de los órganos colegiados de la profesión misma, mediante códigos básicos de ética periodística para vigilar por la objetividad de la información.
Porque un diario puede manipular a sus lectores de muchas formas, algunas muy sutiles. Lo expuso acertadamente, en el debate del IPI citado anteriormente, Antonio Franco, director de El Periódico de Cataluña, cuando dijo que se puede mentir no sólo dando noticias falsas, sino también, por ejemplo, "despreciando la presunción ole inocencia"; dando información "no contrastada", o "menospreciando la seriedad". Se puede falsear también la función de la información, según Franco, cuando un diario "se convierte en justicialista" sustituyéndose al poder judicial, o bien cuando alguien se sirve del diario "para establecer juicios paralelos", o cuando se "camufla" el noble trabajo de investigación de un diario, bajo "el mangoneo de una compraventa de documentos".
Es lo que, con otras palabras, sostuvo aquella misma tarde, en Londres, en un encuentro organizado por el Instituto Cervantes, Jesús Ceberio, director de este diario, cuando afirmó que es hora de que "el cuarto poder empiece a ser más humilde" ya que "su celo regenerador se está convirtiendo en celo inquisidor y, por tanto, temible".
El debate del IPI subrayó también algo que muchos de nuestros lectores, como, por ejemplo, Antonio Peña, de Madrid, se preguntan con frecuencia en sus cartas y llamadas telefónicas: cómo es posible que en una sociedad a la que los diarios acusamos cada día a medio mundo de corrupción, no existan también periodistas corruptos".
El director de El Mundo, Pedro José Ramírez, recordó que los sondeos revelan sin embargo que la sociedad española manifiesta un aprecio mayor por la categoría de los periodistas que por otras profesiones, como, por ejemplo, la de los políticos. Pero ¿no se deberá ese aprecio -se le contestó- precisamente a que de la corrupción de los periodistas no se habla? ¿O también a que los jueces, como subrayó Cebrián, se muestran en España excesivamente laxos a la hora de juzgar al periodista que quebranta su deontología profesional causando daños a terceros?
Los lectores de este diario recordarán que los corresponsales en Madrid de los mayores diarios del mundo consultados por este Departamento de Defensa del Lector, afirmaron que si ellos, en sus países respectivos, osaran usar el lenguaje de insulto y descalificación grave y gratuito que se acostumbra a menudo en España estarían o arruinados por las multas que les habrían impuesto los jueces o simplemente en la cárcel. Personalmente, me impresionó de un modo particular la respuesta del corresponsal del New York Times al afirmar que, en su diario, no sería siquiera posible el insulto o la calumnia porque, dijo: "Serían los lectores los primeros que no. nos lo permitirían".
Y el filósofo Savater acaba de puntualizar acertadamente que no debemos confundir el "sentido crítico" de la información, que es muy necesario, con la "crispación o la horterada" de lenguaje que, en definitiva, suele arrastrar más desahogo infantil que peso crítico.
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